2016-08-04“ Pero Tú Señor has puesto en mi corazón más alegría que si abundara en trigo y en vino”.
O R A C I Ó N C R I S M H O M 4 – A G O S T O – 2 0 1 6
Qué alegres y dichosos deben sentirse, Señor,
quienes, al considerar su propio yo,
no descubren en sí mismos nada digno de mención.
No sólo no atraen la atención de los demás,
sino que tampoco tienen deseo ni interés egoísta alguno
en atraer la atención de sí mismos.


Aprendiendo a acompañar y a dejarse acompañar por otros. Siéntate con tu imaginación frente al icono de la Trinidad, déjate mirar por el Padre a tu izquierda, siente la cercanía de Jesús frente a ti y la presencia del Espíritu Santo a tu derecha. Siéntate a la mesa con ellos. Ellos te envían y acompañan para que te pongas a caminar al lado de alguien que lo necesite. No quieras cambiar su camino para que vaya a donde tú quieras, sino guíale para que encuentre el suyo propio. Siente también la presencia de la Virgen María. Ella te acompaña como hizo con los discípulos en Pentecostés.
En este tiempo de oración queremos acercarnos a Jesús de Nazaret, el maestro, el único protagonista de nuestro encuentro, el que nos ha seducido con su vida. No vamos a tener prisas con Él en este rato. Porque se trata de estar con Él. Nuestra oración no tiene otras pretensiones. Evitemos el efectismo, que busca lo bonito y acaba olvidando al Señor. Superemos el cansancio, dejando que el Espíritu encienda en nosotros el deseo del encuentro con el Señor. Acudamos a su presencia con humildad, derramando nuestro corazón herido ante Su Presencia. No nos escondamos ante su mirada por miedo o por comodidad. No cerremos nuestros labios ante sus oídos comprensivos. No dejemos que se enfríe nuestro corazón ante el fuego de Su Corazón. Vayamos juntos a Su Presencia.