A Jesús crucificado

No me mueve mi Dios para quererte el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido; muéveme ver tu cuerpo tan herido muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo yo te amara y aunque no hubiera infierno te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera.

Cristo no tiene otro cuerpo que el tuyo

Cristo no tiene otro cuerpo que el tuyo. Ni manos, ni pies en la tierra sino los tuyos.

Tuyos son los ojos con los que Él mira compasivo a este mundo.

Tuyos son los pies con los que camina a hacer el bien.

Tuyas son las manos con las que bendice a todo el mundo.

Tuyas son las manos. Tuyos los pies. Tuyos los ojos.

Tú eres su cuerpo. Cristo no tiene ahora en la tierra otro cuerpo que el tuyo.

(Atribuido a Santa Teresa de Ávila)

Sobre la ternura de los gestos diarios

Contemplando a una pareja con un niño pequeño cogido por su madre en brazos según tomaba hoy el metro en la mañana para ir a trabajar. Veo al chico que según se sientan mira al pequeño, estira su mano y le acaricia el pié. Veo cómo se miran y sonríen. Él se reclina sobre el hombro de su chica, estira su brazo por detrás de ella cogiéndola y con la otra mano le hace carantoñas al pequeño, vuelve a reclinar su cabeza sobre el hombro de la chica. Veo cómo se miran y sonríen. Una imagen sencilla, diaria. Sin embargo, despierta en mí una gran ternura.

Confiando en los planes de Dios

Confiando en el plan de felicidad que el de Arriba tiene pensado para cada uno con un cariño inmenso. Habitualmente ese plan va mucho más allá que mis torpes intuiciones humanas. Mis planes no son tus planes. Hoy, mi queridísimo Señor, quiero abrirme con confianza a tus planes, a lo que detecto en mi vida cotidiana que proviene de ti para que vayas haciendo mi vida feliz a tu gusto. Contemplando y acogiendo con agradecimiento los sucesos de mi vida y los cruces con otras vidas, personas que pones a mi lado. GRACIAS, mi queridísimo Señor, por estar ahí junto a mí.

Sobre la impotencia

Contemplando la impotencia de un padre que ve cómo su hija tras seis meses de baja por estrés laboral y ansiedad se incorpora a su trabajo y en momentos se ve incapaz de seguir adelante. Sola en un país extranjero. Mirando el dolor de este padre que acompaña, está ahí y escucha. Deseando vivamente, pero renunciando a dar sus soluciones, intentar imponer su criterio. Sentimientos de impotencia, no llegar, no saber. Acompañar y estar ahí es lo único que puede hacer y hace. Quizá sea suficiente aunque a él le parezca poco.

Milagros en lugares normales

El orgullo y la soberbia de la ciencia, el cientificismo, el orgullo de la razón, no nos ayudan para dilucidar los milagros. Los milagros son siempre una irrupción de Dios para el bien de las personas. El cuerpo de Jesús tiene muchos carismas para el bien común, entre ellos el carisma para curar.

El Antiguo Testamento nos cuenta grandes obras de Dios en la historia. Dios entra en la historia y en nuestra vida concreta. El evangelio está lleno de maravillas en las que Jesús se hace presente.

¡Sí a los milagros!

La premisa para encontrarse con los milagros es creer en Jesús. Sin embargo, si no aceptamos la realidad de los milagros, no acabamos de creer en el evangelio de Jesús. De 666 versículos del evangelio de Marcos, 209 hablan de milagros. Los milagros son una parte nada desdeñable del mensaje del evangelio. Muchas otras señales hizo Jesús, que no se recogen en el evangelio. Una intervención extraordinaria y sobrenatural de Dios para nuestra salvación más allá de la ciencia. Sí a los milagros. Los milagros existen, Dios continúa interviniendo. Dios sigue intercediendo a través de hombres y mujeres para curar.

Experiencias para ser más humanos

Contemplando a un amigo tras un mes de baja por ansiedad. Una de cada seis personas, me decía, han pasado por este tipo de experiencias. Aprendiendo a aceptar que el equilibrio físico y emocional se rompe cuando uno no se cuida y se estira hasta el extremo. Contemplando cómo nuestras vidas rozan muchas veces el límite por la exigencia de la sociedad en la que vivimos y sobre todo por nuestra propia autoexigencia. Cayendo en la cuenta de que nuestra persona es mucho más valiosa que cualquier consideración descontextualizada de terceros. Aprendiendo a aceptar que uno no es menos por ser vulnerable, sino más humano, más cercano y que esa querría y debería ser nuestra mayor aspiración como seres humanos. Aprendiendo a palpar nuestros límites para descubrir, aceptar y querer nuestra propia humanidad y la de los demás. Poniendo medios para compensar, equilibrar y cuidar nuestra salud corporal, mental, emocional y afectiva.

Aorendiendo a ser más humano

Explorando los límites de la propia humanidad. Conviviendo con sentimientos de desconfianza, rabia, falta de generosidad. Sentimientos de los que no nos sentimos muy orgullosos; sin embargo rozan los límites de nuestra humanidad. Gracias, Señor, por sentirlos, por convivir con ellos, porque nos hacen más humanos. Gracias porque nos ayudan a descubrir que no somos tan buenos como nos pensábamos y a saber que si somos capaces de ir más allá de la rabia, la falta de confianza y generosidad, es gracias ti y no tanto gracias a nuestras limitadas capacidades humanas.

Reconciliación

La sangre del justo y del malvado pasan por el mismo corazón.

La espada del que golpea y la que recibe el latigazo son parte de tu mismo cuerpo.

En tus lágrimas lloran el dolor del bueno y la confusión de su agresor.

Tu misma ternura abraza el rostro de tu madre María y el soldado que te clava.

En tu corazón no hay excluidos, en tu cuerpo todos cabemos, en tus lágrimas todos lloramos, en tu ternura todos existimos.

¡Déjame entrar contigo, Señor, en tu misterio y vivir en el hogar de tu pasión, donde reconcilias lo imposible!

Benjamín González Buelta S.J.

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