Lectio Divina 2013-11-10: No es Dios de muertos, sino de vivos

El año litúrgico está a punto de terminar, al igual que el evangelio de Lucas, que ha sido nuestro hilo conductor a lo largo del ciclo C. También se acerca Jesús al su propio final: está a un paso de dar cumplimiento a su misión por medio de la muerte… y la resurrección.
 
 
Lucas 20:27-38
 
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.» Jesús les contestó: «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor «Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob». No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.»
 
 
Lectio:
El año litúrgico está a punto de terminar, al igual que el evangelio de Lucas, que ha sido nuestro hilo conductor a lo largo del ciclo C. También se acerca Jesús al su propio final: está a un paso de dar cumplimiento a su misión por medio de la muerte… y la resurrección. Después de su llegada a Jerusalén (Lucas 19:28) y su entrada en medio de la aclamación popular, el evangelista describe la actividad de Jesús como una serie de enfrentamientos con las autoridades religiosas. Desde la purificación del Templo (19:45-46), el tono de sus parábolas y discusiones con los jefes de los sacerdotes, los maestros de la Ley, los fariseos y los saduceos va in crescendo, y el resultado será la decisión final de sus enemigos: “los jefe de los sacerdotes y los maestros de la Ley, que tenían miedo de la gente, buscaban la manera de matar a Jesús” (Lucas 22:2). Le ha llegado el momento de enfrentarse a su final inmediato y definitivo.
La idea de una vida después de la muerte, de algún tipo de vida eterna, la resurrección como tal, tardó mucho en desarrollarse en Israel. Aparte de un par de ejemplos en Isaías 26:19 y Job19:26-27, el pasaje de Macabeos que hoy leemos es tal vez la expresión más antigua de la resurrección en todo el Antiguo Testamento, y debemos tener en cuenta que ya estamos en el siglo segundo antes de Cristo, y en un libro deuterocanónico. Que no existía una doctrina común y bien definida sobre la resurrección queda bien claro cuando vemos que, incluso en tiempos de Jesús, uno de los “dogmas” de los saduceos era su oposición frente a la misma.
Es en este contexto ideológico y en este momento histórico en el que hemos de situar la discusión entre Jesús y los saduceos. Para sus oponentes, se trata tan sólo de una mera cuestión que le plantean a Jesús para ponerle a prueba y, en cierto sentido, dejarle en ridículo tanto a él como a los fariseos, que defendían la idea de la resurrección del cuerpo después de la muerte. Pero para Jesús, se trata de algo más que teología: la cuestión le hace pensar en su destino inminente y le lleva a comunicar a sus oyentes una nueva dimensión de Dios y una concepción nueva de la otra vida. Según el razonamiento de Jesús, es un error considerar la otra vida, la vida tras la resurrección, como si se tratara de volver a la vida ordinaria sin más, teniendo que seguir las mismas reglas y mandamientos por los que se regían los humanos antes de la muerte. En realidad, se tratará de una nueva dimensión que Jesús compara con la condición de los ángeles. Así, no tiene sentido preocuparse por unos descendientes que garanticen la supervivencia del hombre: ya no se aplica la ley del Levirato y, por tanto, el argumento de los saduceos se nos muestra como vacío y falso. 
Pero hay, además, algo muchísimo más importante. Al hablar de la resurrección, Jesús no menciona ni recurre a la inmortalidad de las almas ni a otro tipo de cualidad espiritual humana referente a la vida después de la muerte. Subraya, por el contrario, la cualidad divina del amor. Abraham, Isaac, Jacob, todos ellos están vivos porque Dios los ha amado y su amor supera cualquier frontera, incluso la barrera que separa la vida y la muerte. Jesús está poniendo así los cimientos para la teología que desarrollará Pablo más tarde, y que Juan expresará con palabras sencillas y limitadas: “Dios es amor”, y quienes entran en el ámbito del amor, entran también en el ámbito de Dios, el mundo de la  nueva vida en Cristo. Aunque se trate tan sólo de una vislumbre de nuestra propia resurrección, “hemos pasado de la muerte a la vida, y lo sabemos porque amamos a los hermanos” (1 Juan 3:14).  
 
Meditatio:
Cada vez que recitamos el Credo de los Apóstoles proclamaos que creemos en “la resurrección de la carne y la vida eterna”; o, si usamos el Credo de Nicea, decimos que esperamos “la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”. Esa es nuestra práctica litúrgica, repetida mil veces en nuestra vida cristiana. ¿Representa de verdad lo que creemos? ¿Qué idea tenemos de nuestra propia resurrección? ¿Cómo concebimos la vida después de la muerte? ¿Es la esperanza nuestro sentimiento fundamental de cara a la muerte? Como verás, la lista de preguntas es demasiado larga. Podría reducirse a una sola y bien sencilla: ¿Creemos, confiamos en Cristo Resucitado, dador de vida? 
 
Oratio:
Reza por quienes ven la muerte como un agujero oscuro y profundo, donde quedan absorbidos la esperanza y el sentido: para que Cristo resucitado disipe sus dudas, aleje sus temores y los colme de esperanza.
Reza por quienes han perdido a sus seres queridos: para que la esperanza de la resurrección en Cristo les ayude a encontrar consuelo en su dolor.
Oremos por nosotros mismos: para que el don de la esperanza en Cristo resucitado nos ayude a vencer nuestros temores y nos convierta en testigos de la resurrección.
 
Contemplatio:
Dos pasajes muy breves de Pablo nos pueden ofrecer material para repensar nuestra actitud respecto a la muerte y la resurrección. Para el apóstol, en cualquier momento y en cualquier circunstancia, la confianza es la única manera en que un cristiano puede enfrentarse a cualquier acontecimiento, en la vida o en la muerte: el amor de Dios lo penetra todo y abraza a cuantos confían en él. Lee en paz silenciosa estos dos pasajes de la carta a los Romanos: 8:31-39 y 14:7-9.  
 
Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón,
Sacerdote católico,
Arquidiócesis de Madrid, España

 


Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad