Sobre la Práctica de la Misericordia

Aceptar y entender la misericordia hace nacer el compromiso en cada uno de nosotros. La dimensión ética de la misericordia proviene del hecho de que una religión sin obras o sin compromiso es falsa tal y como decían los profetas del Antiguo Testamento. Creer es comprometerse sin olvidar otras formas de encuentro con Dios (hay quien decía exageradamente que hasta que no se consiga justicia en Vallecas, no se debería celebrar misa).

Las obras de misericordia surgen de Lactancio y están tomadas en su inicio del juicio de las naciones de Mateo: «tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, etc». El catecismo de Casinio después de Trento, ya trae las obras de misericordia corporales y espirituales (siete de cada). Sin embargo, desaparecen en el concilio Vaticano II y casi en el catecismo de la iglesia católica (sólo tienen un número). Es por eso que lo central es más la actuación de la Misericordia que las obras de misericordia en sí. Se sintetiza también en la corrección fraterna y la limosna entendida como justicia social: en necesidad extrema, desaparece el concepto de propiedad privada.

El «Principio» Misericordia es punto de partida que encauza la ética cristiana como seguimiento de Jesús y la práctica de la caridad. Es el principio de Solidaridad que trata de forma desigual a los desiguales (atendiendo al que menos tiene). Es el principio de vivir católicamente la democracia.

Desde el Principio Misericordia, se supera la mala moral del rigorismo, basada en un Dios justiciero, una iglesia de perfectas y perfectos. San Alfonso María de Ligori creó una tradición de Misericordia en diálogo (casi confrontado) con el siglo XVIII (anotaciones de una conferencia de Marciano Vidal sobre la Práctica de la Misericordia).


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