Lectio Divina 2016-08-14 LES DEJO LA PAZ. LES DOY MI PAZ…

Miremos hoy más allá de nuestros límites locales y tratemos de llegar a los cristianos que, en Oriente, sufren literalmente persecución por el mero hecho de confesar a Jesús como su Dios y Señor: para que experimenten el ánimo venido del cielo así como la solidaridad humana y el auxilio de las demás comunidades que llevan una vida pacífica en nuestro mundo “cristiano”. No olvidemos a los cristianos que sufren la “persecución silenciosa” de la discriminación o el aislamiento en ambientes donde se menosprecia la fe cristiana o se humilla a los creyentes de cualquier credo: para que su testimonio humilde pueda convertirse en una llamada a la tolerancia y el respeto.

14 de Agosto de 2016

 

Vigésimo Domingo del Tiempo Ordinario
 

(Juan 14:27)

Lucas 12:49-53

Texto Evangélico de DHH

Otras lecturas: Jeremías 38:4-6, 8-10; Salmo 40:2, 3, 4, 18; Hebreos 12:1-4

 

Lectio:

            Al leer comentarios sobre el pasaje de Lucas que hoy leemos, es curioso ver que la mayoría de los autores coinciden en su carácter “chocante”, “inesperado” o  “desconcertante”. Creo que se trata de uno de esos casos en que podemos ver nuestra tendencia a proyectar nuestras propias imágenes distorsionadas sobre los hechos que nos transmiten los Evangelistas. Hay, sin duda, una buena base para sorprenderse, ya que las palabras y la actitud de Jesús contrastan abiertamente con otras palabras y gestos suyos: “soy paciente y de corazón humilde” (Mateo 11:29) o “Tomó en sus brazos a los niños, y los bendijo” (Marcos 10:16). Pero, en realidad es que la reacción de los comentaristas es la misma de los discípulos cuando Jesús les hablaba del significado y la manera de realizar  su condición de Mesías de Israel: no coincidían con las expectativas del pueblo, ni siquiera con las de los discípulos. Recordemos la protesta de Pedro cuando Jesús anunció que en Jerusalén habría de sufrir mucho y que lo matarían: “¡Dios no lo quiera, Señor! ¡Eso no te puede pasar!” (Mateo 16:21-23).

            El problema fundamental es que, incluso veinte siglos después de la vida, muerte y resurrección de Jesús, seguimos pensando con los esquemas mentales del Antiguo Testamento…o, todavía peor, con unos conceptos del poder y el dominio fundamentalmente paganos, en lugar del espíritu de servicio y de abnegación de Jesús. En el texto de hoy en torno al fuego y la división, proyectamos sobre Jesús nuestras ideas (o, más exactamente, nuestros sentimientos) en torno al Jesús manso y humilde. Olvidamos que es heredero de los profetas de antaño, quienes hubieron de enfrentarse a la persecución e incluso la muerte por dar testimonio a favor de la Alianza de Yahveh con el pueblo de Israel. El texto de Jeremías que hoy leemos nos es más que un ejemplo de esto mismo. Lucas menciona también la “tradición” de violencia contra los hombres que Dios enviaba a su pueblo: “¡Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los mensajeros que Dios te envía!” (Lucas 13:34) o “¿A cuál de los profetas no maltrataron los antepasados de ustedes?” (Hechos 7:52). ·

            Hallamos de nuevo la paradoja siempre presente en la vida de Jesús, un rasgo que nos impide enmarcarle en un “apartado” bien definido. Era el Mesías, heredero al trono como rey de Israel, pero nació en un establo; la multitud le siguió porque les había dado de comer y curado a sus enfermos, pero acabaron abandonándolo; se había sometido a las tentaciones de Satán, pero también podía expulsar demonios; había devuelto la vida a los muertos, pero murió de muerte ignominiosa en una cruz. Obviamente, Jesús es “chocante”. El día de su nacimiento fue recibido como Príncipe de la Paz y los ángeles anunciaron “paz” a la humanidad (Lucas 2:14), pero su paz no tiene nada que ver con la que ofrece el mundo (Juan 14:27). Tal como anunciara el Bautista (Lucas 3:16), Jesús habla del bautismo de espíritu y fuego que había venido a traer, y será él mismo el primero en someterse a ese bautismo en la muerte que sus discípulos vivirán simbólicamente mediante un bautismo transformado en rito litúrgico. Su anuncio del Reino provocará necesariamente división en quienes lo escuchen. Y también eso había sido anunciado desde el comienzo: “Este niño está destinado… a ser una señal que muchos rechazarán” (Lucas 2:34). Por eso me resulta tan extraño que los comentaristas encuentran “chocante” o “desconcertante” el pasaje de hoy.

 

Meditatio:

            La palabra de Dios, en especial la Palabra de Dios, con P mayúscula, exige una respuesta de quienes la escuchan: no pueden quedarse indiferentes ante  un mensaje que necesariamente ha de transformar sus vidas. La imagen de una familia dividida usada por Jesús es un reflejo de la realidad que había visto Lucas en las primeras comunidades cristianas. Hacerse cristiano significaba poner en peligro la propia vida… y también, sin duda, la de los parientes y amigos. El bautismo entrañaba algo más que unirse a una “asociación piadosa”: significaba meterse en un grupo considerado peligroso para el Imperio Romano y que estaba, por tanto, perseguido. Esa es la doble dimensión que hallamos en las palabras a los hijos de Zebedeo (Marcos 10:35-45), que no parecían haber entendido el anuncio hecho por Jesús respecto a su pasión y muerte. En el largo discurso de la Última Cena, Jesús anunciaría los riesgos de su seguimiento: “Ningún servidor es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán” (Juan 15:20). ¿Cómo podemos explicar la facilidad con que existen nuestras Iglesias y viven su vida sin persecuciones o impedimentos? ¿Somos mayores que nuestro Maestro? ¿Somos verdaderos signos de la palabra de Dios en medio del mundo? ¿Cómo es que no provocamos más hostilidad? Piensa en el significado de “testimonio tibio”: puede darnos para entender nuestra situación.

 

Oratio:

            Miremos hoy más allá de nuestros límites locales y tratemos de llegar a los cristianos que, en Oriente, sufren literalmente persecución por el mero hecho de confesar a Jesús como su Dios y Señor: para que experimenten el ánimo venido del cielo así como la solidaridad humana y el auxilio de las demás comunidades que llevan una vida pacífica en nuestro mundo “cristiano”.

            No olvidemos a los cristianos que sufren la “persecución silenciosa” de la discriminación o el aislamiento en ambientes donde se menosprecia la fe cristiana o se humilla a los creyentes de cualquier credo: para que su testimonio humilde pueda convertirse en una llamada a la tolerancia y el respeto.

 

Contemplatio:

            Leamos de nuevo Apocalipsis 3:14-22, el mensaje a la comunidad de Laodicea. ¡Qué contraste entre el fuego de Jesús y los tibios sentimientos de aquellos cristianos! Comparemos su actitud y la nuestra y veamos cómo podemos reavivar el primer entusiasmo al abrazar conscientemente nuestra fe.

 

Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón, Sacerdote católico, Arquidiócesis de Madrid, España


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