Lectio Divina: 2015-10-04:Le preguntaron si al esposo le está permitido divorciarse

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 10,2-16
 
En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús para ponerlo a prueba: — ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?
 
Él les replicó: — ¿Qué os ha mandado Moisés?
 
Contestaron: — Moisés permitió divorciarse dándole a la mujer un acta de repudio.
 
Jesús les dijo: — Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.
 
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: — Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.
 
Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: — Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no estará en él. Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.
 
Palabra del Señor
 
 

Otras lecturas: Génesis 2:18-24; Salmo 128:1-2, 3, 4-5, 6; Hebreos 2:9-11

           

Lectio:

            Francamente, es éste un domingo muy complicado. Y a pesar de los distintos temas presentes en las lecturas, tiene una honda coherencia interna. Veamos cómo podemos reunir todas las piezas de nuestros textos: la primera pareja recién salida de las manos de Dios y su llamamiento a la unidad; el divorcio como pretexto para poner a prueba a Jesús; la imagen de Cristo cuyo origen comparte con todos nosotros, redimidos y consagrados por él… y los niños y su actitud como símbolo de la aceptación del Reino de Dios.

            Como de costumbre, los fariseos tratan de tender una trampa a Jesús con la pregunta sobre el divorcio. La respuesta de Jesús no sigue la pauta de sus explicaciones de la Ley en el capítulo 5 de Mateo: “Han oído que se dijo… pero yo les digo”. En esta ocasión, sitúa el matrimonio en el contexto de la Creación. Sorprende que, aunque el relato utiliza términos e imágenes de carácter mítico, las primeras palabras pronunciadas por el primer hombre resuenen como si fueran expresión de nuestras ideas modernas sobre la igualdad de género. Son el saludo a la primera mujer, alguien que no es ni una extraña ni un personaje secundario en la historia de la salvación: “¡Esta sí es de mi propia carne y de mis propios huesos!” No sólo eso, sino que el signo de la madurez del varón, “dejar al padre y a la madre” en busca de la unidad y convertirse en “una sola carne/persona” con su esposa no sólo es la promesa de un futuro con un vida común, sino la expresión de una idea de unidad que trasciende los límites de la pareja humana. Pero eso fue “en el principio”. Desgraciadamente, bien pronto el pecado introdujo la ruptura, no sólo entre los humanos y Dios, sino entre ellos mismos: “La mujer que me diste por compañera…” (3:12) Asistimos al primer “divorcio” en el comienzo mismo de nuestra historia. Fue aquella “dureza” del corazón humano lo que dio pie para regular el fracaso del proyecto original de unidad entre marido y mujer. Para Jesús, el ideal está muy claro. Algo totalmente distinto son las consecuencias del fracaso matrimonial, sus posibles soluciones y nuestra manera pastoral de tratar este espinoso asunto.  

            Pero la idea de la unidad del matrimonio, como arriba se vio, implica también la unidad de la humanidad con Dios y, más en concreto, de la unión de Jesús con nosotros, con quien comparte el mismo Padre. A pesar de su condición divina, sufrió las mismas limitaciones y sufrimientos e incluso gustó nuestra muerte. Por eso, no se avergüenza de llamarnos “hermanos”. Su aceptación de nuestra condición humana podría traducirse en la doble acogida de los niños en el Reino de Dios. Los niños, a quienes se consideraba los más bajos y menos importantes en la sociedad judía, son un símbolo de nuestra propia manera de acercarnos al Reino. Como vimos en Lectiones anteriores, Jesús vino a llamar a quienes serían rechazados o ignorados en nuestro mundo. Y su llamamiento incluía también a los pecadores y a los niños. No se les puede impedir que se acerquen a él. Además, su humilde condición debería ser la actitud de quienes quieren entrar en el Reino, con plena conciencia de que eso siempre será un don concedido por Dios, no un premio que pueda conquistarse o una recompensa debida por nuestras acciones y nuestros méritos.    

 

Meditatio:

            Aunque son escasos los textos referentes al matrimonio y el divorcio que aparecen en el Evangelio (además de hoy, Mateo 5:31-32 y 19:3-12, y Lucas 16:18), pocos temas han recibido una aplicación tan extensa en las normas y cánones de nuestras Iglesias. Los textos, admitámoslo, se han interpretado tradicionalmente de la manera más estricta y literal. Por eso, hoy me atrevo a hacer una humilde sugerencia que va más allá del tema concreto del matrimonio y el divorcio. Llamar adúltero a quien vuelve a casarse tras un divorcio es una afirmación muy dura en labios de Jesús. Y, como dije antes, hemos optado por una interpretación estricta y literal del texto. Leamos una vez más Mateo 5:27-32, donde el evangelista reúne algunos dichos sobre el adulterio y el divorcio. ¿Por qué no usamos el mismo criterio estricto respecto a “sacarse el ojo derecho” o “cortarse la mano derecha”, que están en el mismo contexto? La verdadera pregunta debería ser: ¿somos coherentes en nuestra manera de leer e interpretar las palabras de Jesús? ¿Cuáles son los criterios que determinan nuestra interpretación de la Escritura?

 

Oratio:

            Reza por quienes están pasando momentos críticos en su vida de casados: para que la presencia reconfortante de Jesús les ayude a encontrar una respuesta conforme a las exigencias del Evangelio.

            Recemos por nosotros mismos: para que se conceda la capacidad de afrontar el Evangelio con un corazón humilde como el de un niño y con un sincero deseo de escuchar la enseñanza de Jesús y ponerla en práctica.

            Recemos por los “pequeños” de nuestra sociedad (los niños, los pobres, los enfermos y los ancianos): para que reciban la atención que merecen y sean considerados los “primeros” en el Reino de Dios.

 

Contemplatio:

            Aunque vivimos en una sociedad supuestamente tolerante y abierta, hay ámbitos, incluidas nuestras Iglesias, donde cierto tipo de personas (por razones de carácter religioso, social, político o económico) no tienen cabida o son excluidas, lo mismo que los niños del texto evangélico. Fíjate en tu entorno y trata de identificarlas y ver de qué modo puedes hacer que se sientan aceptadas y acogidas.

 

Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón,

Sacerdote católico,

Arquidiócesis de Madrid, España.


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