11 de Setiembre de 2016
Vigésimo tercer Domingo del Tiempo Ordinario
HAY MÁS ALEGRÍA EN EL CIELO POR UN PECADOR …
Lucas 15:1-32
Texto Evangélico de DHH
Otras lecturas: Éxodo 32:7-11; Salmo 51:3-4, 12-13, 17, 19; 1 Timoteo 1:12-17
Lectio:
Si tiene un misal, eche un ojeada al Cuarto Domingo de Cuaresma y verá que el Evangelio que propone el Leccionario para ese día es el mismo que hoy tenemos, peo omites los versículos 4-10, las dos parábolas incluidas en nuestra liturgia. En cuaresma, es habitual tomar la parábola del Hijo Pródigo como punto de referencia en el proceso de “conversión” previo a la celebración del Triduum Sacrum. Hoy, en cambio, la liturgia permite omitir este fragmento. Así, sintámonos libres para centrar nuestra atención no sólo en estas dos parábolas cortas sino en el tema más amplio que ilustran: la misericordia y el perdón de Dios hacia quienes se han perdido, los pecadores. (Lo cierto es que, de hecho, la oveja o la moneda perdidas anuncian al Hijo Pródigo “perdido”.)
El punto de partida de todo el pasaje es, una vez más, el contraste que presenta Lucas con tanta frecuencia en su Evangelio: el que existe entre dos grupos opuestos de personas que rodean a Jesús. Por un lado, los que “permanecen dentro del redil”, los fariseos, maestros de la Ley y sacerdotes, modelos de religiosidad observante; por otro, los pecadores, especialmente los “pecadores públicos oficiales”, cuyo modelo eran los recaudadores de impuestos, transgresores en la doble dimensión de la práctica religiosa y de la lealtad política. Veremos este contraste en otra parábola, la de los dos hombres que suben a orar al Templo (Lucas 18:9-14). El fragmento de hoy no es ni la primera ni la única vez en que la actitud de Jesús hacia los pecadores escandaliza a los oficialmente justos.
“Este recibes a los pecadores y come con ellos”. Este versículo (Lucas 15:2) no es más que una de las quejas críticas repetidas en diversas ocasiones en los Evangelios. Tal vez el relato de la vocación de Mateo / Leví (Mateo 9:9-13, Marcos 2:13-17 y Lucas 5:27-32) pueda resumir la acción de Jesús y su propia explicación para su conducta. La historia es sencilla: Jesús llama al recaudador de impuestos, que está sentado en la mesa de recaudación; éste le sigue y, como nuevo discípulo, ofrece a Jesús un banquete en su casa. No sólo asisten Jesús y Leví, sin o que otros recaudadores comparten mesa y comida. Hemos de recordar la dimensión de “comunión” que en aquel tiempo tenía el entrar en una casa y compartir la mesa con el dueño. No es de extrañar, pues, la reacción escandalizada de los fariseos y maestros de la Ley. Jesús trata de dispar el escándalo definiendo su propia misión: “Los sanos no necesitan médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se vuelvan a Dios” (Lucas 5:31-32).
Las dos parábolas de hoy son, en gran medida, ejemplos de otra definición de la misión de Jesús, tal como se presenta en el Evangelio de Juan (3:17): “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvar al mundo por medio de él”. Desde esta perspectiva podemos entender las dos parábolas, el interés de que dan muestra el pastor y el ama de casa en su búsqueda de la oveja o la moneda perdidas, su gozo… así como la actitud del padre de la otra parábola que hemos omitido en el comentario en nuestra Lectio. En los tres casos, el “final feliz”, la alegría que experimentan los personajes es también una invitación a regocijarse con ellos.
Un último detalle: a pesar de ser un don, un signo de la generosidad y el amor de Dios, el perdón y la reconciliación que ofrece Jesús no significan cerrar los ojos a la realidad del pecado: su llamamiento es una invitación a la conversión… ¡tanto por parte de los pecadores como de los justos!
Un par de orientaciones para nuestra Meditatio. Primero, hay una diferencia esencial entre la moneda y la oveja perdidas… y el Hijo Pródigo. Ni las mondas ni las ovejas actúan deliberadamente, “perdiéndose” por voluntad propia: el hijo menor sabe muy bien lo que está haciendo. Y sin embargo, en los tres casos, hay un regreso a casa y una reacción gozosa. En el caso de la vuelta / conversión de los pecadores, ese gozo llega hasta el mismo cielo. Fijémonos y comparemos nuestras actitudes. Cuando alguien cercano a nosotros “abandona el redil”, ¿tratamos de actuar diligentemente y nos ponemos en contacto con él o ella, o consideramos sin más que esas personas se “han descarriado”? ¿Compartimos la actitud de Jesús, de cercanía a quienes, en nuestro ambiente, se les considera oficialmente “ovejas perdidas”? Es muy difícil encontrar un equilibrio entre comprensión, aceptación, tolerancia sin compromisos, sentimientos de superioridad o indiferencia… ¿Cómo nos las valemos para combinar esas actitudes alternativas y complementarias? ¿O nos limitamos a cerrar los ojos y guardar silencio?
Oratio:
Recemos por dos tipos de personas. Quienes se consideran justos y observantes de la Ley (nosotros, sin duda, pertenecemos a este grupo): para que acepten humildemente que siempre estamos en deuda con Dios porque fallamos a la hora fe vivir nuestros compromisos bautismales. Y por quienes se sienten culpables por sus auténticos pecados y fallos: para que sientan confianza y esperanza en la misericordia y el perdón de Dios, que supera toda transgresión o crimen humano.
Contemplatio:
El tema, como hemos visto, es muy complejo. Teniendo en cuenta lo que sugería en nuestra Meditatio, ¿no podríamos intentar una comparación entre los personajes de las parábolas, los del contexto histórico y nosotros mismos? Tenemos el pastor, el ama de casa, los dos hijos y el padre de la parábola del Hijo Pródigo, los fariseos y los maestros de la Ley, los pecadores, oficiales y no oficiales… y Jesús. Busquemos rasgos comunes y diferencias, y veamos qué podemos sacar en consecuencia.
Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón, Sacerdote católico, Arquidiócesis de Madrid, España