Lectio Divina 2016-09-04 «EL QUE NO TOMA SU PROPIA CRUZ Y ME SIGUE…»

4 de Setiembre de 2016

Vigésimo  tercer Domingo del Tiempo Ordinario

 

EL QUE NO TOMA SU PROPIA CRUZ Y ME SIGUE…

Lucas 13:25-33

Texto Evangélico de DHH

Otras lecturas: Sabiduría 9:13-18; Salmo 90:3-4, 5-6, 12-13, 14-17; Filemón 9-10, 12-17

Lectio:

A pesar de la distancia que hay entre el texto de Lucas y del de la Sabiduría, éste puede ofrecernos algunas pistas para entender las palabras de Jesús, cuyo tono es más exigente de lo habitual. El autor sapiencial pone de relieve el limitado alcance de nuestra capacidad para conocer la realidad. Si la naturaleza física o humana se mantiene con tanta frecuencia en cierto ámbito de oscuridad, cuánto más difícil será profundizar en la realidad y en los designios de Dios. A no ser que se nos conceda la Sabiduría divina, esa dimensión es inalcanzable por los humanos. Al cabo, nos encontramos de nuevo con la imagen de Isaías: los caminos y los pensamientos de Dios no son los nuestros…  

Desde este punto de partida podemos abordar una de las dimensiones de los dichos de Jesús del texto de Lucas. Ante todo, Jesús es consciente de la muchedumbre que le sigue. Para cualquier líder político o religioso, esa sería una razón para sentirse satisfecho: su mensaje y su predicación llegan a las gentes y las atraen para que emprendan el camino del Reino de Dios. Es ahora cuando anuncia las condiciones que se les exigen a quienes quieran seguirle. En vez de atenerse a un plan razonable, sus palabras parecen encaminadas a destrozar cualquier lógica humana… y a disuadir más que a entusiasmar a sus seguidores o atraer otros nuevos. Desafiando los valores comunes mantenidos por la Ley y la tradición, Jesús propone un camino que desconcertaría a cualquier experto en propaganda, ya que parece proponerse que la gente se aleje de él.  

Traduzcamos como traduzcamos el verbo griego “odiar” (sabemos que la forma más suave, la usada en el texto paralelo de Mateo 10:37, “amar menos” es probablemente más exacta), Jesús exige algo que ningún judío podría aceptar. El espíritu de clan y de familia, el respeto reverencial hacia los padres, eran valores absolutos que nadie jamás desdeñaría o transgrediría. En cierto sentido, Jesús ya ha dado ejemplo de esta propuesta en su propia vida: “Los que oyen el mensaje de Dios y lo ponen en práctica, esos son mi madre y mis hermanos (Lucas 8:21)  

La segunda exigencia, todavía más dura, que propone Jesús a quienes le sigan es asumir que eso entraña “tomar la propia cruz”. Y no se trata de una mera imagen de nuestros sufrimientos y trabajos diarios, sino que es una invitación a aceptar el método más cruel de tortura y pena de muerte del sistema legal romano. Jesús también ha anunciado (y aceptado como designio del Padre) que ese era el verdadero final de su viaje a Jerusalén, donde iba a ser entregado a los gentiles para que se burlaran de él, lo golpearan y lo crucificaran (Mateo 20:17-19).   

El otro bastión de la concepción judía de la vida era la riqueza y las posesiones como signo de la bendición de Dios para con el hombre justo y su hogar. Así, exigirles a sus potenciales discípulos que renunciaran a su propiedad era otro elemento disuasorio para quienes pudieran sentirse atraídos hacia la senda del Reino. Una vez más, Jesús también ha vivido esa pauta de conducta, ya que “el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza” (Lucas 9:58).   

Hemos de tener en cuenta que estas palabras de Jesús no son meras “invitaciones” a los posibles discípulos, sino auténticas condiciones “sine qua non»… El texto griego es taxativo y lo deja bien claro: quien no las cumpla “no puede ser mi discípulo” es la expresión literal en las tres condiciones. No es de extrañar que Jesús invite a quienes quieran seguirle a que se siente a calcular lo que le va a costar hacerse discípulo suyo. Ver las cosas con esa mentalidad de Jesús supera nuestros pensamientos y nuestros razonamientos, y para entenderla necesitamos, sin duda, la sabiduría que procede de Dios mismo. 

 

Meditatio:

Hay dos aspectos distintos en nuestras lecturas, y dos preguntas sencillas y difíciles de responder. Primero, por puro realismo, debemos reconocer un hecho básico: no vivimos en la situación de quienes escuchaban a Jesús y a quienes se les ofrecía la oportunidad de aceptar sus condiciones y optar por él y su proyecto de vida. La mayoría de nosotros tenemos que admitir que somos cristianos casi desde el momento de nuestro nacimiento, como si fuera un rasgo genético o hereditario. Y la fe que hemos recibido dista mucho de ser la opción radical que tenía para los primeros cristianos. ¿Aceptaríamos las condiciones de Jesús para seguirle si se nos ofreciera la oportunidad de hacerlo?

Segundo, las exigencias radicales de Jesús no son las de un líder o dictador absolutista que reclama una obediencia ciega, sino las de alguien que entiende la absoluta riqueza del Reino de Dios. El pasaje, pues, debe leerse a la luz de las parábolas del tesoro hallado en el campo o la perla escogida, por los que un hombre, “lleno de alegría” por su hallazgo, “vende todo lo que tiene” y los compra (Mateo 13:42-46). ¿Concebimos nosotros el Reino de Dios como un tesoro que merece cualquier renuncia, o como una carga que hemos de arrastrar?

 

Oratio:

Pidamos por nosotros: para que venzamos el estilo de vida cristiano tibio que han aceptado la mayor parte de nuestras Iglesias, perdiendo la novedad radical del Evangelio. Y para que podamos vencer los temores de renunciar a algún as cosas (no sólo riquezas, sino actitudes y hábitos rígidos) y reemprendamos nuestro seguimiento generoso de Jesús.

Pidamos por las Iglesias que, ahora mismo, viven bajo la amenazadora carga de la persecución y la muerte: para que nuestras oraciones y nuestra ayuda eficaz contribuyan a que superen sus temores justificados y sus peligros reales.

 

Contemplatio:

Jesús nos invita a seguirle libremente, sin impedimentos o ataduras, pero todos cargamos con un número de servidumbres que nos impiden vivir en plenitud los valores del Reino. Afrontemos la realidad, identifiquemos esas cargas que nos entorpecen, y hallemos la manera de “soltar lastre” en nuestro estilo de vida como cristianos.

 

Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón, Sacerdote católico, Arquidiócesis de Madrid, España


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