Lectio Divina 2015-02-29: «Es mi Hijo, ¡escuchadle!»

DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 9, 2, 10
 
En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les apreció Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: — Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Estaban asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: — Este es mi Hijo amado; escuchadlo.
 
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús los mandó: — No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían que querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.
 
Palabra del Señor
 

Otras lecturas: Génesis 22:1-2, 9, 10-13, 15-18; Salmo 116:10, 15, 16-17, 18-19; Romanos 9:2-10

 

Lectio:

            El domingo pasado, el evangelio era muy corto, pero proporcionaba imágenes y conceptos que nos permitían abordar la Cuaresma con un idea clara del camino que íbamos a seguir. También este domingo es muy rico y nos dejará descubrir matices ocultos de las celebraciones anteriores y vislumbrar el fin y el propósito de la misión de Jesús. Por si nos habían asustado las penitencias cuaresmales, el rostro luminoso de Jesús también nos dará un pequeño respiro en el camino. Como en otros domingos, limitaré mi tarea a señalarte algunas pistas que te ayuden a enfrentarte con los textos, ya que son demasiado densos para desarrollarlos por completo.

            El tono “apresurado” del comienzo del evangelio nos resulta ya familiar: es típica de Marcos esa prisa o el dar por sentado que sus lectores ya conocen  el contexto de sus relatos. Además, el leccionario ha omitido las primeras palabras del pasaje, aunque son sumamente importantes: “Seis días después…” o “Al cabo de seis días…” (9:2) El lector no puede sino preguntarse “¿Después de qué?” Pues justo después de que Jesús hubiera anunciado su muerte y resurrección y la manera en que habría de llevar a cabo su vocación mesiánica. Los discípulos no entendieron el mensaje entero: se fijaron tan sólo en la dimensión más áspera del anuncio: su pasión y muerte. Pedro fue el único que se atrevió a rechazar abiertamente los planes de Jesús: “Lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo” (8:32).Lo cierto es que nadie podría entender que el Mesías, el heredero del trono de David, el que habría de liberar a su pueblo del dominio de los romanos, tuviera que sufrir lo que había anunciado Jesús. “Si ese es el futuro de nuestro jefe, ¿dónde acabaremos nosotros? ¿Qué futuro nos espera?” Las palabras más suaves para describir sus sentimientos podrían ser desconcierto y frustración.

            La Transfiguración es un momento de solaz y alivio, pues parece que los discípulos no habían oído o entendido la frase “resucitará a los tres días”. Los tres que presenciaron la visión fueron los más cercanos a Jesús, los que estuvieron con él en la casa de Jairo y vieron lo que sucedía con la niña (Marcos 5:35-43). Pero ni aquel signo ni este otro los hicieron más fuertes en la fe o en la fidelidad: cuando les llegó la prueba en Getsemaní, no fueron capaces de mantenerse en vela y rezar con Jesús (14:32-42). Para nosotros, que conocemos toda la historia, es obvio el paralelo con el bautismo de Jesús: la presencia de Elías y Moisés, junto con la voz del Padre, era una ratificación de que él era el “hijo amado”. Cabría esperar que los tres discípulos experimentasen algo más hondo que ver unas imágenes deslumbrantes. En absoluto: estaban tan aterrorizados que incluso nos queda la duda de si entendieron la orden “Escúchenlo”.  

            La liturgia de hoy nos hace dar un paso más allá en nuestra comprensión de la preparación cuaresmal para la Pascua. Nos hace ver de nuevo que nunca llegamos a captar el contenido pleno de la historia de la salvación. La Transfiguración no es más que una imagen fugaz del auténtico final del camino a Jerusalén, la resurrección del Señor, una gloria que no puede lograrse más que por la obediencia, la “escucha” de la voluntad del Padre manifestada en él. Por eso, cuando los discípulos (no sólo los Doce, sino nosotros, a quienes se invita a tomar la cruz y seguir a Jesús) tengamos que hacer frente al “sufrimiento, o la persecución, o el peligro o la espada”, sabemos que nada podrá separarnos del amor que nos mostró Dios cuando entregó por nosotros a su Hijo, el que murió, resucitó e intercede por nosotros.

 

Meditatio:

            Después de tantos detalles, unas pocas preguntas, sencillas pero difíciles de responder, para nuestra Meditatio. Con frecuencia, los no creyentes nos critican a los cristianos por insistir excesivamente en el pecado, la culpa, la penitencia y la expiación, como si nuestra fe fuera una serie de mandatos y prohibiciones destinados a amargarnos vida. Y debemos reconocer que a veces ofrecemos una imagen muy sombría de nosotros mismos. ¿En qué medida representa en realidad esa imagen nuestra falta de perspectiva frente al misterio pascual, verdadero centro de nuestra fe? ¿Es la Cuaresma un mero tiempo de “mortificación” en lugar de una ocasión para prepararnos a celebrar al Cristo Resucitado?

            Habrás notado que no he aludido al pasaje del Génesis. Podemos encontrar multitud de interpretaciones para hacer que parezcan aceptables la prueba de Abraham y su obediencia: te será fácil hallarlas en la red. Pero permíteme una pregunta que me inquieta profundamente: ¿somos conscientes de las consecuencias que ciertas decisiones nuestras, legítimas y tomadas “en conciencia”, pueden tener para otras personas, y de qué manera pueden afectar a sus vidas? ¿Nos atrevemos a examinar con espíritu crítico algunas de nuestras convicciones que con tanta facilidad identificamos con la voluntad de Dios?   

 

Oratio:

            Reza por quienes se encuentran en situaciones de angustia y oscuridad a casusa de su fidelidad a Jesús y su Evangelio: para que capten un reflejo de la luz pascual que les ayude en su camino.

            Recemos por la Iglesia o la comunidad a la que pertenecemos: para que seamos mensajeros del gozo de Pascua, aunque tomemos la Cuaresma como un tiempo dedicado a convertirnos al Señor mediante “limosnas, oración y ayunos”.

 

Contemplatio:

            Como habrás visto, la Transfiguración está relacionada directamente con el anuncio que hace Jesús de su pasión y resurrección. Me atrevo a sugerir una “ampliación” de las lecturas de nuestra liturgia. Vuelve a leer Marcos  8:27-38 y Romanos 8:28-39. Hallarás en esos pasajes una manera alentadora de entender “lo duro que es ser discípulo”, que no es un mero camino de renuncias, sino un ejercicio de confianza en el amor sin límites que Dios nos tiene. 

Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón, Sacerdote católico, Arquidiócesis de Madrid, España


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