[or] Otras lecturas: Isaías 25:6-10; Salmo 23:1, 3-4, 5, 6; Filipenses 4:12-14, 19-20
[h1] Lectio:
La solemnidad de Cristo Rey es el último domingo de este año litúrgico. Hasta entonces, los domingos que tenemos por delante son un tanto complicados: política, escatología, preceptos legales, la muerte, el culto, todo parece formar un mosaico multicolor en el que no sólo están presentes buena parte de los elementos fundamentales de nuestra fe, sino que, además, nos exigen una respuesta.
Este mismo domingo reúne varios temas dispersos por toda la Biblia. El primero, el más familiar, es el del banquete. Tanto si nos recuerda una fiesta de bodas o cualquier otra reunión solemne, la imagen de Dios que invita a su pueblo a compartir la mesa como signo de su generosidad aparece más de una vez. En el texto de Isaías que hoy leemos, la comida común anuncia y anticipa la liberación final del opresor y traspasa los límites del mismo Israel, ya que acogerá a “todas las naciones”. En otro caso, una comida privada ofrecida por Abraham como gesto de hospitalidad a tres visitantes desconocidos se convierte en el anuncio y promesa del hijo y heredero deseado y esperado desde mucho tiempo atrás (Génesis 18). Para los hebreos, que están a punto de escapar al exterminio en Egipto, la cena pascual se convertiría en el signo por excelencia del nacimiento de una nación libre, así como su más importante celebración religiosa (Éxodo 12:1-28). Para nosotros, los cristianos, la Cena Eucarística es, junto con el Bautismo, la celebración litúrgica más más importante y el sacramento que, en cierto sentido, “crea” la comunidad de creyentes, la Iglesia misma.
El otro elemento de la parábola, el del traje de boda, tampoco es nuevo. Y también tiene una significación particular. No se trata de la tradición de “ponerse de punta en blanco” para una ceremonia especial (recordemos que es la boda del hijo del rey), sino que en el Antiguo Testamento tiene también un aspecto simbólico. En un contexto mesiánico, Isaías 61:10 utiliza la imagen: “Me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia”. Pero, más tarde, Pablo utilizará la expresión con una dimensión alegórica mucho más profunda, la de “ponerse” una vida nueva mediante la fe y el bautismo: “…han quedado revestidos de Cristo” (Gálatas 3:27).
La parábola, en definitiva, presenta dos mensajes básicos: la generosidad de Dios, que insiste y repite su “invitación” a la salvación; y la negativa obstinada e irracional de Israel a responder a la llamada y acudir al banquete, a obedecer sus mandamientos. El paralelismo con la historia de Israel, el papel desempeñado por los profetas-criados, y el castigo y la destrucción finales tienen claras connotaciones históricas. Inesperadamente, irrumpe en escena un nuevo grupo de invitados, “todos los que encuentren”, “malos y buenos”. Y una vez más, el llamamiento dirigido a todo tipo de gentes evoca la primera lectura de hoy y el banquete universal para “todas las naciones”; y también la misión de Jesús como el que vino a llamar al Reino de Dios a los pecadores y a las ovejas descarriadas de Israel. Pero eso implica una nueva dimensión: no se trata de aceptar, sin más, la invitación, sino que hace falta una actitud de “metanoia”, de conversión: transformarse y revestirse con el “traje de boda”. No basta con acudir a la fiesta, como no basta con decir “Señor, Señor”: es necesario “hacer la voluntad de mi Padre celestial” (Mateo 7:21-23). La amarga realidad que tenemos que aceptar es que la gracia entraña respuestas muy serias: “Muchos son llamados, pero pocos escogidos”.
[h2] Meditatio:
Como mencioné al comienzo, nos acercamos al final del año litúrgico, así como al final del evangelio de Mateo, y en éste, la atmósfera parece ir alcanzando un tono muy discordante. La parábola que hoy leemos no es más que una pieza de una serie de textos donde la discusión se vuelve cada vez más espinosa y donde el enfrentamiento entre Jesús y los dirigentes judíos alcanzará el culmen en su pasión y muerte. La violenta reacción del rey contra los invitados, tanto los que no acudieron a la boda como el que asistió sin la ropa adecuada, deberían plantearnos algunas cuestiones respecto al paralelismo entre aquellos personajes y nosotros mismos. Una vez más, dos preguntas que deberían suscitar nuestra inquietud en nuestra plácida rutina de “creyentes oficiales”. ¿A qué distancia estamos su indiferencia y su menosprecio hacia la invitación de Dios a tomar parte en los proyectos de Jesús y en la salvación que nos ofrece? ¿También nosotros damos por sentado que, una vez que hemos entrado a la sala del banquete, no necesitamos ningún otro signo de transformación más que nuestra “tarjeta de socio del club”?
[h3] Oratio:
Reza por los que se sienten satisfechos y no necesitan invitaciones de Dios al cambio o a la conversión: para que sean conscientes de su pobreza como creyentes y reconozcan su necesidad de estar abiertos y aceptar los dones de Dios.
Recemos por nosotros que, como los fariseos y los maestros de la ley, no queremos reconocer que en algún momento estuvimos (o podríamos estar) “en las calles” de la vida y, por pura gracia, fuimos invitados al banquete del Reino: para que vivamos agradecidamente cuanto hemos recibido.
[h4] Contemplatio:
La carta a la Iglesia de Laodicea (Apocalipsis 3:14-21) es el reverso del tapiz del evangelio de hoy. A pesar de reprocharle a la Iglesia su “vergonzosa desnudez” e instarla a que se compre “ropa blanca”, Jesús, el Señor, la invita a un banquete, pero es él quien está “llamando a la puerta”, esperando que le pidan que se siente a su mesa. En realidad, se nos pide que intercambiemos los papeles y tengamos a Jesús como invitado nuestro. Piensa de qué manera está “llamando a tu puerta”, cómo puedes invitarle a entrar, y qué puedes ofrecerle.
Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón, Sacerdote católico, Arquidiócesis de Madrid, España