Lectio Divina 2014-09-14: «Tanto amó Dios al mundo…»

DEL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 3, 13-17
 
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
 
–Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen el él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
 
Palabra del Señor
 

 

[or] Otras lecturas: Números 21:4-9; Salmo 78:1-2, 34-35, 36-37, 38; Filipenses 2:6-11

 

[h1] Lectio:

            “…la muerte de Cristo en la cruz parece una tontería a los que van a la perdición; pero este mensaje es poder de Dios para los que vamos a la salvación”. Estas palabras de 1 Corintios 1:18 nos ofrecen la clave para leer y entender las lecturas y el hondo contenido de la celebración de hoy. Hay quien ha definido la fe cristiana como el sistema teológico más desconcertante. Recordemos que el núcleo fundamental es un auténtico oxímoron: “La Palabra (Dios mismo) se hizo carne (la humanidad en su esencia)”. Pero, ¿qué podemos decir cuando la siguiente afirmación de nuestro credo es que la salvación que se les ofrece a los hombres se realiza mediante la muerte del Justo en una cruz, signo de maldición. ¡Un oxímoron, una contradictio in terminis!

            De hecho, en los tres textos que hoy leemos hallamos la permanente dualidad conflictiva de la historia de la salvación y su expresión como una paradoja que transciende nuestra rígida lógica humana. El Evangelio de Juan es probablemente el libro del Nuevo Testamento en que se aborda cada elemento teológico central desde una perspectiva más dual, con un doble sentido, para descubrir la complementariedad de realidades contrapuestas. Tiene, sin duda, sus raíces en el Antiguo Testamento, y nuestra lectura de Números puede ofrecernos un buen ejemplo. El pecado de los hebreos ha provocado su castigo mediante unas serpientes venenosas que los muerden y los matan. Y es precisamente el símbolo de la serpiente, su imagen elevada en lo alto de un asta, lo que cura a los mordidos por las verdaderas serpientes…

            Es fácil detectar ejemplos de esa paradoja esencial. En el caso de la humanidad “caída”, Jesús, que comparte nuestra condición, es elevado en la cruz y ofrece esperanza y salvación. Así, su elevación a lo alto de la cruz, un instrumento de ejecución ignominiosa, se convierte en un signo de su resurrección, de su “alzarse” de entre los muertos, y de su “ascensión” al cielo y a la gloria del Padre. “Pneuma”, el Espíritu, lo mismo que el “viento”, es y está en un cambio permanente, va, viene y sopla donde quiere, y manifiesta la libertad de la acción de Dios; pero es a la vez el sólido y firme fundamento de la libertad a la que están llamados los creyentes. Se invita al hombre a que nazca “de nuevo”, “de lo alto”, “de arriba abajo”, de tal manera que la fe le transforme en una persona nueva, como si fuera un recién nacido. Jesús puede dar de comer a las gentes con panes hechos de harina, satisfacer así su hambre, pero no estarán en verdad satisfechos hasta que coman su cuerpo y participen de su vida…

            Incluso en el himno cristológico de Filipenses, hallamos la riqueza de significados y el atrevido desafío de la misericordia divina que supera nuestra lógica. Jesús no consideró deseable aferrarse a su propia naturaleza, sino que en obediencia aceptó nuestra propia condición y, rebajándose, vaciándose de sí mismo, nos permitió compartir su grandeza. Esa es la manera en que Dios ama al hombre, una manera que nos desconcierta. Es lo que se canta solemnemente en la Vigilia Pascual: “Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!” Nicodemo “fue de noche a visitar a Jesús”, y es en medio de la noche de Pascua cuando el cirio pascual, símbolo de Cristo, luz verdadera, brilla y disipa nuestras tinieblas.

 

[h2] Meditatio:

            Las paradojas no son un elemento exclusivo de nuestra fe expresada en la Escritura. Además de éstas, hemos añadido nosotros algunos elementos de nuestra propia cosecha. La terrible realidad de la cruz, instrumento de la pena capital, escandalizaba a los no cristianos. Y tendría que seguir agitándonos, ya que fue el precio que se pagó por nuestro rescate. Pero, para hacerla “tolerable”,  la hemos adornado y transformado en un signo puramente religioso, hasta ser casi un elemento decorativo. Algunas preguntas desagradables este día. ¿Somos conscientes del verdadero sufrimiento al que tuvo que someterse Jesús, o pensamos que su pasión fue algo que aceptó fácilmente, “porque sabía cómo iba a terminar”? ¿Cómo aceptamos el sufrimiento cuando seguir la enseñanza de Jesús implica renuncia, abandono o rechazo? Cuando nos hallamos hundidos, sometidos a la prueba o sencillamente sufriendo por cualquier motivo, ¿volvemos la mirada al rostro de Cristo resucitado?

 

[h3] Oratio:

            Reza por la humanidad sufriente, por los sometidos al dolor físico, moral o psicológico sin hallar una razón o explicación que los consuele: para que puedan superar su angustia y encuentren alivio a sus dolores.

            Recemos por nosotros mismos, para que aprendamos a aceptar nuestra propia cruz y aprendamos que cargar con ella cada día es una manera de compartir el ministerio salvador de Jesús.

 

[h4] Contemplatio:

            Además de todas nuestras elaboraciones teológicas que podemos hacer en torno a la cruz, hay una dimensión vital que no deberíamos minimizar o pasar por alto: sus consecuencias prácticas en nuestra vida diaria. Vuelve a leer todo el pasaje de 1 Corintios (1:18.-25), así como las frases iniciales que preceden al himno de Filipenses, especialmente; “Tengan unos con otros la manera de pensar propia de quien está unido a Cristo Jesús”. Luego, compara humildemente la actitud mostrada por Jesús, su pensar y sentir, con tu propia manera de abordar la vida en todas sus dimensiones. No tengas miedo, ni te sientas decepcionado por las contradicciones que encuentres: si hubiera una coincidencia plena, ¡no necesitaríamos un Salvador

 

Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón,

Sacerdote católico,

Arquidiócesis de Madrid, España

 


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