[or] Otras lecturas: Isaías 22:19-23; Salmo 138:1-2, 2-3, 6, 8; Romanos 11:33-36
[h1] Lectio:
Como en otras ocasiones, el Leccionario ha dado, por así decirlo, un “salto” desde el pasaje de San Mateo de la semana pasada al de hoy. Tras el fragmento de entonces seguían un buen número de acontecimientos: Jesús curaba a algunos enfermos, multiplicaba otra vez el pan y el pescado para dar de comer a 4.000 personas; les daba instrucciones a los discípulos respecto a su relación con los fariseos… Y volvemos a Simón Pedro y su momento de “apogeo”. Recordemos que en las pasadas semanas estaba presente en nuestras lecturas, bien “en persona” o mediante alusiones o referencias. Hoy tendremos una confirmación de su actitud como humilde seguidor de Jesús, movido e inspirado por Dios mismo.
El contexto del fragmento, Cesarea de Filipo, tiene un buen número de connotaciones relacionadas con ideas y acontecimientos de carácter religioso, político y nacionalista en los que siempre está implicado el poder. Y precisamente aquí es donde Jesús plantea dos preguntas. En la primera, el sujeto son los “otros”, la gente que le rodea, escucha sus palabras y ve sus acciones. La respuesta no se refiere a los discípulos ni atañe a Jesús mismo como individuo, ya que indaga sobre la opinión que hay en torno a su papel público como “Hijo del Hombre”. Los sujetos de la respuesta son “algunos”, “otros” y, obviamente, nada tienen que ver con los discípulos, su fe o su compromiso con Jesús y su proyecto.
Llegamos así al núcleo de nuestro texto. La segunda pregunta que plantea Jesús se dirige personalmente a ellos y no se refiere a su papel, sino a su persona como tal: “”Y USTEDES, ¿quién dicen que soy YO?” En este caso, las palabras clave son los dos pronombres personales. Parece que Jesús quiere saber en qué terreno pisa antes de dar un paso más y revelar a los discípulos cuáles son sus verdaderos planes como Mesías: ¿está preparado el grupo de elegidos, el “pequeño rebaño”, para entender lo que le espera a él y, consecuentemente, también a ellos? (Eso lo veremos el próximo domingo.)
Y aquí vuelve a entrar Pedro como “portavoz” de los Doce. Su solemne confesión de fe en Jesús, “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente”, se había utilizado en otras ocasiones, aunque no siempre implicaba una verdadera profesión de fe (p. ej. Mateo 4:3, 6; 26:63). Aquí, según las palabras mismas de Jesús, la expresión sólo puede ser resultado de la acción del Padre, que bendice y revela su sabiduría a los pequeños, no a los sabios y entendidos (Mateo 11:25-27). En cierto sentido, es esa condición humilde lo que nos permite entender las profundas “riquezas de Dios, y su sabiduría y entendimiento” (Romanos 11:33). Y esto conduce al cambio de nombre de Simón. Un nuevo nombre significa un papel nuevo, una nueva misión en la comunidad, el ministerio de conservar las llaves del Reino, abrir y cerrar el acceso al mismo, así como una garantía de que el poder de la muerte jamás vencerá a la comunidad de creyentes. Cuando pensamos en el verdadero papel desempeñado por Pedro en los primeros momentos de la Iglesia, tenemos la sensación de que, humanamente hablando, la elección por parte de Jesús no fue ni mucho menos la mejor, pero es algo que veremos el domingo próximo. En todo caso, Pedro aparece en este fragmento (un episodio que sólo cuenta Mateo) como un personaje destacado en la fundación de la pequeña comunidad que habría de convertirse en la Iglesia.
[h2] Meditatio:
Todo este pasaje del evangelio de Mateo se convirtió en un apartado tan controvertido de la historia de la Iglesia, que corremos el riesgo de olvidar nuestra tarea: la de encontrarnos con el Señor en el silencio de la oración. Dejemos, pues, al margen las cuestiones teológicas y centremos nuestra atención en el papel que desempeña Simón como el único que se enfrenta abiertamente a la pregunta de Jesús, no como un mero sondeo de la opinión de los discípulos, sino como la exigencia de un compromiso serio con su proyecto. ¿Con qué frecuencia nos enfrentamos nosotros a esa pregunta, y hasta dónde estamos dispuestos a llegar a la hora de confesar a Jesús como el Mesías, el Señor de nuestra existencia? ¿Somos lo suficientemente humildes como para ser bendecidos con el don de reconocer a Jesús como el Señor? El hecho de que Pedro recibiera un nombre nuevo y, por tanto, una nueva misión, debería hacernos pensar en el nombre que recibimos en nuestro bautismo. ¿Somos conscientes del compromiso con Cristo que aceptamos y de la dignidad que se nos concedió como miembros de su Cuerpo?
[h3] Oratio:
Reza por quienes evitan dar una respuesta personal a la pregunta de Jesús, “¿Quién dicen ustedes que soy?”, y esconden sus dudas o su tibieza tras el escudo de una tradición religiosa común, “heredada”: para que puedan dar abiertamente una respuesta personal a la llamada de Jesús.
Reza por quienes tienen miedo de proclamar abiertamente que Jesús es el Señor: para que reciban el valor de anunciarle como su Salvador.
No te olvides de quienes necesitan una palabra de “sabiduría”, el testimonio humilde de los auténticos creyentes: para que encuentren a Jesús por medio de las palabras y acciones de quienes se esfuerzan por seguirle.
[h4] Contemplatio:
Tomemos, una vez más, a Pedro como ejemplo de creyente que conoce sus limitaciones y fallos: frente a su declaración solemne de hoy, relee el pasaje en el que humildemente reconoce que sólo Jesús puede ofrecer la salvación que todos necesitamos: “Señor, ¿a quién podemos ir?”… (Juan 6:66-69). Que sus palabras se conviertan en una breve oración para acrecentar tu confianza en el “Hijo de Dios”.
Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón,
Sacerdote católico,
Arquidiócesis de Madrid, España