Lectio Divina 2014-06-22: «Yo soy el pan»

DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 6, 51-58
 
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
 
— Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. 
 
Disputaban los judíos entre sí:
 
— ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
 
Entonces Jesús les dijo:
 
— Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre. 
 
Palabra del Señor
 
 
 
[or] Otras lecturas: Deuteronomio 8:2-3, 14-16; Salmo 147:12-13, 14-15, 19-20; 1 Corintios 10:16-17
 
[h1] Lectio:
Juan siempre nos desconcierta. Sea cual sea el asunto que aborde, tengamos por cierto que vamos a encontrar una perspectiva distinta, un ángulo inesperado desde el que enfocar cualquier tema teológico. Hoy es uno de esos momentos en que descubrimos que se nos ha escapado algo sumamente importante en un tema del que dábamos por supuesto que entendíamos y dominábamos por completo. “Y la Palabra se hizo carne.” “Et Verbum caro factum est”. Creíamos que ya habíamos captado el profundo y misterioso sentido de la “Encarnación”. Dios había aceptado, asumido, nuestra naturaleza humana, era uno de nosotros. Y así, al celebrar la Eucaristía según la tradición sinóptica, el “cuerpo” de Cristo que recibíamos era en realidad un signo simbólico de la vida de Jesús entregada por nosotros. Y, en cierta medida, dejábamos al margen la “caro”, la “carne”.
Muy razonable, fácil de aceptar en un espíritu de fe. En ese contexto y con esas coordinadas mentales litúrgicas, podíamos leer Juan 6:22-50 y entender la multiplicación del pan como un signo del don de Dios, su propio Hijo, en paralelo con el maná que los hebreos comieron en el desierto. La única objeción que podían poner los “expertos”, los judíos de la sinagoga de Cafarnaúm, era aquella idea de que Jesús había “bajado del cielo”, ya que en realidad era hijo de José.
Pero el diálogo da un giro inesperado: ahora, según las palabras de Jesús, no estamos hablando simbólicamente, sino de algo muy físico: “comer mi carne”, “beber mi sangre” no son metáforas, ni es metafórico el verbo “masticar”, “mascar” (ese es significado tosco del verbo griego que usa Juan). “La Palabra”, la revelación de Dios, el nuevo maná, es algo más material y realista de lo que nadie se esperaba: se hizo “carne”. El mensaje de Juan es sencillo y escandaloso: No reduzcan la vida y la muerte de Jesús a una mera teoría, una doctrina similar a cualquiera de los ritos y ceremonias del Templo o, más tarde, de las cenas eucarísticas que celebran en sus casas. De aquí, su peculiar relato. Nada de eucaristía en la Última Cena: en su lugar, lavatorio de los pies. Nada de culto en Guerizim o en Jerusalén, sino “en espíritu y en verdad”. Nada de visiones gloriosas del Cristo Resucitado, sino los agujeros de los clavos en las manos y la herida del costado para meter los dedos en ellas. En cambio, un extraño que camina por la playa y con ellos comparte, una vez más, el pan y el pescado. La paradoja se hace insoportable. 
“Es duro este lenguaje. ¿Quién puede aceptarlo?” (6:60). Y de nuevo, un cambio en el contenido: “¿Esto les ofende?… El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las cosas que yo les he dicho son espíritu y vida” (6:61-63). Ahora podemos entender por qué “muchos de sus discípulos le dejaron y ya no andaban con él” (6:66). De repente han entendido las palabras que en otro momento les había dicho Jesús: ”Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá…” (Marcos 8:34-38 y paralelos). Y, también de repente, el descubrimiento por parte de Simón Pedro del verdadero sentido de la vida para quienes creen en Jesús: ”Señor, ¿a quién podemos ir? Tú tienes palabras de vida eterna” (6:68-69).  
Después de volver a leer las anteriores líneas, comprendo tus propios sentimientos de desconcierto. Sé que este no es el enfoque habitual, pietista, del misterio de la eucaristía, pero todos necesitamos de una buna dosis de teología bíblica realista para compensar (admitámoslo humildemente, en particular los católicos) el enfoque excesivamente azucarado, pseudo-místico, que con frecuencia adoptamos frente a la eucaristía, el sacramento del Cuerpo y Sangre “literales” de Cristo. 
 
[h2] Meditatio:
Demasiado pronto, tal vez, la Eucaristía sufrió las transformaciones que los humanos imponemos a los signos y prácticas nuevos: se convierten en ritos deformados por la rutina y la asimilación de viejos hábitos. La reunión fraterna en memoria de la Última Cena de Jesús sufrió los mismos fallos que cualquier otra cena secular: discriminación, pérdida de discernimiento del hondo significado que tenía compartir el Cuerpo y Sangre del Señor. Tanto Pablo (1 Corintios 11:17-34) como Santiago (2:1-4) señalan las faltas de algunas de aquellas celebraciones primeras. Las Palabras de Pablo en la lectura de hoy subrayan la dimensión que deberíamos tener muy presente al celebrar la Eucaristía. ¿Somos conscientes de la “encarnación” que tiene lugar cada vez que comemos el pan y bebemos de la copa? ¿Que esas realidades son a un tiempo espirituales y físicas, y que las estamos transformando en una partes de nuestra propia realidad? ¿Que, misteriosamente, también nosotros nos estamos transformando en el Cuerpo de Cristo?
 
[h3] Oratio:
Reza por quienes padecen hambre espiritual o material: para que Jesús, el Pan de Vida, satisfaga sus necesidades espirituales y suscite en los cristianos el deseo y el empeño de ayudar a cuantos sufren cualquier necesidad o carencia en sus vidas.
Reza por la comunidad cristiana en la que vives tu fe: que sus celebraciones eucarísticas sean un auténtico signo de caridad y comunión en la vida y en la muerte de Jesús, y se conviertan en el Cuerpo de Cristo en medio del mundo.
Reza por quienes están cerca de la muerte: para que su comunión en el Cuerpo y Sangre de Cristo, Pan de Vida,  les conceda consuelo y esperanza.
 
[h4] Contemplatio:
Compensemos, de manera distinta esta vez, nuestra manera de entender la presencia de Jesús en la Eucaristía. Los católicos reservamos el Santísimo Sacramento para llevárselo a los enfermos como viático, pero también para venerarlo en nuestras iglesias. Esta semana, busca un momento en tu rutina diaria, y hazle una “visita” en oración silenciosa y humilde. Es el hombre que sufre en nuestras calles, claro está, pero también es el Redentor que espera la visita  confiada de quienes creen que él es “el Pan de Vida”. 
 
Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón,
Sacerdote católico,
Arquidiócesis de Madrid, España
 

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