Lectio Divina 2014-01-05: La Epifanía

La Epifanía del Serñor: En esta celebración, el signo que destaca es sin duda la actitud de los Magos, su respuesta a una llamada que les hizo abandonar su casa y su tierra en Oriente para buscar al rey de Israel. La pregunta que plantean y el lugar que visitan para encontrar al niño también merecen nuestra atención. El lado positivo es su deseo de encontrar y adorar a aquel cuya importancia les parece tan grande que no dudan en seguir una pista tan incierta como una estrella en el cielo, y viajar de noche (de nuevo la oscuridad) enfrentándose al peligro y la zozobra de lo desconocido. La dimensión negativa (como siempre, la paradoja) es el lugar donde buscan al niño. Su búsqueda sigue las reglas más estrictas de la lógica: ¿en qué otro sitio se ha de encontrar a un rey recién nacido sino en palacio? Y de nuevo (sí, la paradoja), tienen que abandonar la corte y la capital del reino y encaminarse a una aldea diminuta, a una casa humilde (Mateo no menciona ni el establo ni el pesebre), donde al cabo encuentran y adoran al rey recién nacido. Y ellos, varones “sabios”, observadores de signos en los cielos, encuentran la Verdad, la Sabiduría misma, la Palabra de Dios, encarnada en un niño, ¡un “infante”, incapaz de hablar!

 

¿DÓNDE ESTÁ EL REY DE LOS JUDÍOS QUE HA NACIDO?

 

Mateo 2, 1-12

“Jesús nació en Belén,a un pueblo de la región de Judea, en el tiempo en que Herodes era rey del país. Llegaron por entonces a Jerusalén unos sabios de Oriente que se dedicaban al estudio de las estrellas, y preguntaron: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque vimos su estrellad en el orientee y hemos venido a adorarle. El rey Herodes se inquietó mucho al oír esto, y lo mismo les sucedió a todos los habitantes de Jerusalén. Mandó llamar a todos los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley, y les preguntó dónde había de nacer el Mesías. Ellos le respondieron: En Belén de Judea, porque así lo escribió el profeta: ‘En cuanto a ti, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre  las principales ciudadesh de Judá; porque de ti saldrá un gobernante que guiarái a mi pueblo Israel.’ Entonces llamó Herodes en secreto a los sabios de Oriente, y se informó por ellos del tiempo exacto en que había aparecido la estrella. Luego los envió a Belén y les dijo: Id allá y averiguad cuanto podáis acerca de ese niño; y cuando lo encontréis, avisadme, para que yo también vaya a adorarlo. Con estas indicaciones del rey, los sabios se fueron. Y la estrella que habían visto salir iba delante de ellos, hasta que por fin se detuvo sobre el lugar donde se hallaba el niño. Al ver la estrella, los sabios se llenaron de alegría. Luego entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre. Y arrodillándose, lo adoraron. Abrieron sus cofres y le ofrecieron oro, incienso y mirra. Después, advertidos en sueños de que no volvieran a donde estaba Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.

 

Otras lecturas: Isaías 60:1-6; Salmo 72:1-2, 7-8, 10-11, 12-13; Efesios 3:2-3, 5-6

 

Lectio:

            Ya casi ha terminado el tiempo de Navidad, y el evangelio de hoy es el último pasaje en que el niño Jesús ocupa el centro de la escena. Esta semana será algo así como un “tránsito” hasta el domingo siguiente, el Bautismo del Señor. Esto no es un manual de liturgia, pero convendría recordar que existía (y pervive) un vínculo profundo entre la celebración de la Navidad, la Epifanía y el Bautismo. Aunque debamos tomarlo de manera un tanto amplia, podemos decir que el núcleo es en realidad una celebración de la  “Teofanía”, la manifestación de Dios. Tampoco es esto un manual de exégesis bíblica, por lo que no tiene objeto ahondar en el fundamento histórico de los relatos del nacimiento o de las diferencias y coincidencias entre las tradiciones elaboradas por Mateo y Lucas. Permíteme, pues, un enfoque simbólico no sólo de los textos de hoy sino también de otros temas que han aparecido en este tiempo de expectativas y cumplimientos de los planes salvíficos de Dios para la humanidad. (Permíteme también omitir citas exactas de la Escritura que nos entorpecerían el trayecto.)

            Hay un elemento que penetra cada acontecimiento, escenario y personaje particulares: la luz. La luz está presente desde la profunda y “metafísica” luz del mundo proclamada en el prólogo de Juan, Jesús mismo, hasta las circunstancias de su nacimiento. La descripción de Israel en Isaías 9:1 como “el pueblo que andaba en la oscuridad” es un espléndida definición de la humanidad en busca de sentido, de una respuesta significativa a la vida humana. Israel contempló aquella luz, eran su propio pueblo, pro no la recibieron. Sin embargo, esa luz se nos sigue ofreciendo una y otra vez y, aunque la rechacemos, la tiniebla no pudo ni podrá apagarla. En este contexto, la estrella que siguieron los Magos es un símbolo de Jesús mismo que llama a los hombres para que tengan vida y la tengan en abundancia (Juan 10:10).

            Con todo, en esta celebración, el signo que destaca es sin duda la actitud de los Magos, su respuesta a una llamada que les hizo abandonar su casa y su tierra en Oriente para buscar al rey de Israel. La pregunta que plantean y el lugar que visitan para encontrar al niño también merecen nuestra atención. El lado positivo es su deseo de encontrar y adorar a aquel cuya importancia les parece tan grande que no dudan en seguir una pista tan incierta como una estrella en el cielo, y viajar de noche (de nuevo la oscuridad) enfrentándose al peligro y la zozobra de lo desconocido. La dimensión negativa (como siempre, la paradoja) es el lugar donde buscan al niño. Su búsqueda sigue las reglas más estrictas de la lógica: ¿en qué otro sitio se ha de encontrar a un rey recién nacido sino en palacio? Y de nuevo (sí, la paradoja), tienen que abandonar la corte y la capital del reino y encaminarse a una aldea diminuta, a una casa humilde (Mateo no menciona ni el establo ni el pesebre), donde al cabo encuentran y adoran al rey recién nacido. Y ellos, varones “sabios”, observadores de signos en los cielos, encuentran la Verdad, la Sabiduría misma, la Palabra de Dios, encarnada en un niño, ¡un “infante”, incapaz de hablar!

            La alegría que sienten al ver a la estrella es similar a la que experimenta el pastor que recobra a la oveja descarriada o la mujer que encuentra la moneda que había perdido (Mateo 15:6-9). Podemos decir que si dejan tras de sí el tesoro de sus regalos, regresan a su casa (a sí mismos) “por otro camino”, enriquecidos con un gozo que nadie les podrá arrebatar (Juan 16:22). 

            Una última pista que considerar y, desde luego, no es la menor: al comienzo de esta sección hablábamos de la “Teofanía” como núcleo de nuestra celebración, y de cómo abarcaba el Nacimiento, la Epifanía y el Bautismo de Jesús. Pero el contenido va mucho más allá de los límites que podríamos trazar: la encarnación de Dios no consiste solamente en compartir nuestra condición humana, sino también en una revelación a todas las naciones. Y no sólo a los justos y santos de Israel, ni a Israel como Pueblo Escogido, sino también a los que para nada cuentan, como los pastores dispersos por los montes, los extranjeros, los “gentiles” como los Magos, la humanidad entera que sufre de cualquier dolencia en el cuerpo o en el espíritu. Desde esta perspectiva cobra pleno sentido el llamamiento a los pequeños, a los cansados y agobiados por las cargas de cada día: la Palabra no es solo manifestación sino también alivio y liberación (Mateo 11:25-30).

 

Meditatio:

            Los Magos abandonaron su patria y emprendieron la búsqueda de nuestro Salvador. Fijémonos en ellos y formulemos algunas preguntas muy sencillas. ¿Hasta qué punto nos hemos habituado a tener a Jesús “tan cerca de nosotros” que no nos atrevemos a cambiar nuestra rutina y buscarle en espacios que estén más allá de nuestro “domesticado” mundo religioso? La reciente celebración de la Navidad, ¿nos ha hecho volver a nuestra vida cotidiana “por otro camino”? ¿Ha cambiado algo en nuestra vida tras la mezcla de vacación secular y celebración religiosa?·Además de las sonrisas, saludos, comidas y visitas, intercambio de regalos, ¿hemos experimentado la “alegría” de estar más cerca de Jesús? ¿Hemos hecho algún regalo espiritual (un destello de esperanza, una mano amiga, una palabra de aliento o un consejo) para hacer que los demás encontraran un sentido o sintieran la presencia de Dios en sus vidas?

 

Oratio:

            Hoy he utilizado un enfoque “simbólico” para nuestra Lectio. ¿Por qué no mantenemos ese mismo registro en nuestra Oratio? Tomemos el símbolo de la luz y recemos por quienes viven en la “oscuridad”. La densa tiniebla del dolor emocional de quienes han perdido a la persona que iluminaba sus vidas o, aún peor, se han visto abandonadas; el tenaz sufrimiento de los enfermos que no ven en el futuro ni un final ni una curación para su mal. La confusión de quienes se ven atrapados en la adicción; o en otros casos, la falta de capacidad mental para ser dueños de la propia vida; o la carencia de una formación básica para abrirse camino por el mundo. El denso velo de quienes no han recibido el don de la fe para entender o hallarle sentido a la existencia… No son más que unos ejemplos teóricos. Abre los ojos, y mira: veras fácilmente a tu alrededor personas así con nombre y apellido.

 

Contemplatio:

            El domingo que viene celebraremos el Bautismo del Señor. Antes de seguir al Jesús adulto, volvamos la mirada al misterio de la Encarnación. Observa la manera en que Jesús ha mostrado su comunión con la humanidad, especialmente con los pequeños, los pobres, los abandonados de este mundo. Y mira de qué manera puedes compartir también tú la suerte de los que sufren en tu entorno y ayudarles a salir de su postración.

 

Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón,
Sacerdote católico,
Arquidiócesis de Madrid, España


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