Lectio Divina 2013-11-03: Hoy ha llegado la salvación a esta casa …

A veces son las opiniones políticas o la orientación religiosa e incluso cristiana, o la situación matrimonial o afectiva… Por las razones que sean, todos tendemos a crearnos nuestros propios “pecadores públicos oficiales”, aquellos a los que menospreciamos o evitamos. Seamos sinceros e intentemos identificarlos y las razones por las que los miramos con espíritu de superioridad. ¿Hay alguna manera de vencer esos sentimientos, de convertirnos en signos de reconciliación? ¿Qué pasos tendríamos que dar para “compartir nuestra mesa” con ellos?

 

 

 

3 de Noviembre de 2013

Trigésimo Primer Domingo del Tiempo Ordinario

 

HOY HA LLEGADO LA SALVACIÓN A ESTA CASA …

Lucas 19:1-9

«El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido»
En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad.Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: «Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.»Él bajo en seguida y lo recibió muy contento.Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.»Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor: «Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.»Jesús le contestó: «Hoy ha sido la salvación de esta casa; también este es hijo de Abrahán.Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.»

 

Otras lecturas: Sabiduría 11:22 – 12:1; Salmo 145:1-2, 8-9, 10-11, 13, 14;

2 Tesalonicenses 1:11 -2:2

 

Lectio:

            “Cuando ya se acercaba el tiempo en que Jesús había de subir al cielo, emprendió con valor su viaje a Jerusalén” (Lucas 9:51)… Esas eran las palabras que señalaban el comienzo del largo viaje de Jesús que terminará inmediatamente después de su encuentro con Zaqueo. Y las últimas palabras de esta sección son sumamente significativas: “El Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (19:10). A partir de este momento, en que “Jesús siguió su viaje a Jerusalén” (19:28), el resto de su misión se desarrollará en la ciudad santa. Su ascensión, cuando “fue llevado al cielo” (24:51), significará el cumplimiento de todas las promesas de salvación para su pueblo y para todas las naciones.

            Curiosamente, el pasaje de hoy tiene también una conexión muy importante con el que leíamos la semana pasada. En ambos casos, encontramos a un personaje que encarna lo más opuesto al “pueblo santo” de Israel: un “jefe de recaudadores”, un pecador público, despreciado por cooperar con los romanos, inclinado al cohecho y la extorsión, alguien cuya compañía evitaba cualquier judío piadoso y observante de la Ley. El personaje que veíamos el domingo pasado no se atrevía a “levantar los ojos al cielo” (Lucas 18:13). Por el contrario, Zaqueo intentará ver a Jesús, aunque eso signifique trepar a un árbol, ya que la multitud y su corta estatura le impiden alcanzar a ver al Señor. Fuera por pura curiosidad o porque tenía la intuición de que Jesús podría realizar algo importante en su propia vida, el hecho es que no sólo pudo ver a Jesús, sino que también él “fue visto” y se encontró con el compromiso inesperado de tener que ser su anfitrión.    

            Tal como había sucedido cuando a Jesús le ungió los pies la mujer pecadora en casa de Simón e fariseo, el hecho de entrar en casa de Zaqueo provoca una reacción entre la multitud. En aquel otro caso, su silenció arrojaba la sombra de la duda sobre su condición de “hombre de Dios”: “Si este hombre fuera de veras un profeta… (Lucas 7:39). En esta ocasión, “todos comenzaron a criticar a Jesús”: entrar  en casa de un pecador implica aceptar y compartir la condición pecaminosa del anfitrión. Sin embargo, lo que transmite la visita a la casa de Zaqueo es una serie de mensajes distintos para quienes la contemplaron… y para nosotros mismos. La salvación es siempre posible para el pecador; pero, aunque sea siempre un regalo, un don de parte de Dios, también requiere una acción de nuestra parte: “subirse a un árbol”, ver y “hacerse ver”, descubrir la paradoja de que nuestra búsqueda es en el fondo una respuesta a la llamada misteriosa de Dios. Además, implica aceptar al Salvador que “llama a nuestra puerta” y se invita a compartir nuestra mesa (Apocalipsis 3:20); así como cambiar nuestro género de vida: “Voy a dar a los pobres la mitad de todo lo que tengo…, y devolveré cuatro veces más…” (Lucas 19:8). Lo que podría haber sido un momento de condena para el pecador, se conviertes en un signo de la misericordia de Dios: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”. Y frente a los que se presentaban como auténticos herederos de Abraham, Jesús hace que se cumpla lo que ya había anunciado Juan Bautista; “A estas piedras puede convertirlas Dios en descendientes de Abraham” (Lucas 3:8). Puede decirse que, dando un rodeo, el texto del evangelio nos remite a la primera lectura de hoy: “Dios no se fija en los pecados de los hombres, para que se arrepientan…  hace que reconozcan sus faltas para que, apartándose del mal, crean en él.” (Sabiduría 11:23, 12:2).

 

Meditatio:

            Aunque pueda parecer una aproximación “poética” o simbólica al evangelio de hoy, no sería mala idea compararnos, no con Zaqueo, sino con las gentes que le rodeaban. ¿Hasta qué punto nosotros, “el pueblo de Dios”, impedimos que otros (ya sean “pecadores”, no creyentes o sencillamente personas que tratan de descubrir al Señor) puedan ver a Jesús? ¿Nos alegramos de verdad cuando alguien se convierte al Señor, o nos sentimos escandalizados y criticamos frente a las conversiones? Seamos “poéticos” una vez más: ¿a cuánto dinero, tiempo, espacio de ocio o comodidad estaríamos dispuestos a renunciar si Jesús se invitara a quedarse en nuestra casa? “¿A qué “árbol” seríamos capaces de encaramarnos para ver al Señor cara a cara?    

 

Oratio:

            Recemos por nosotros mismos para que sepamos superar los obstáculos que nos impiden ver a Jesús: nuestra pereza espiritual, nuestro conformismo con la rutina de nuestra vida cristiana de cada día, nuestra falta de interés por maneras nuevas de abordar el evangelio y su mensaje, nuestros prejuicios, nuestra codicia…

            Recemos por quienes están buscando a Jesús pero se sienten desencantados por la falta de auténticos ejemplos de vida cristiana a su alrededor: para que quienes nos llamamos miembros de su Cuerpo seamos testigos vivos de Jesús y comuniquemos su mensaje de misericordia y esperanza. 

 

Contemplatio:

            A veces son sus opiniones políticas o su orientación religiosa e incluso cristiana, o su situación matrimonial o afectiva… Por las razones que sean, todos tendemos a crearnos nuestros propios “pecadores públicos oficiales”, aquellos a los que menospreciamos o evitamos. Seamos sinceros e intentemos identificarlos y las razones por las que los miramos con espíritu de superioridad. ¿Hay alguna manera de vencer esos sentimientos, de convertirnos en signos de reconciliación? ¿Qué pasos tendríamos que dar para “compartir nuestra mesa” con ellos?

 

Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón,

Sacerdote católico,

Arquidiócesis de Madrid, España

 


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