La Biblia y la homosexualidad: malentendidos anacrónicos

Puedes consultar el AUDIO y PRESENTACIÓN (pdf) de esta ponencia o las II Jornadas completas.

Introducción

Buenas tardes, creo que debo agradecer, en primer lugar, vuestra presencia aquí, porque venir en un sábado de la feria de San Isidro, a las cuatro de la tarde, a escuchar un estudio sobre Biblia y homosexualidad, creo que  demuestra un gran interés por vuestra parte. Yo espero, por mi parte, estar a la altura de vuestro interés. Y en segundo lugar, dar las gracias a los organizadores de estas Jornadas por darme el privilegio de compartir con todos vosotros este tiempo tan rico de comunión y reflexión. Cuando hablaba con el pastor Juan Larios sobre estas Jornadas y sobre mi participación en las mismas, le comentaba que venía llevando a cabo en diversas iglesias de la IEE, aunque también en alguna ocasión se ha sumado alguna iglesia bautista, una serie de estudios éticos, bíblicos y teológicos sobre la homosexualidad.

La Comisión Permanente de la IEE me invitó, hace algo más de un año, a incorporarme al Comité de Ética e impulsar estos estudios, ya que las iglesias de la IEE venían enfrentado el problema de bastantes miembros homosexuales de las mismas, que no se sentían plenamente reconocidos y aceptados.

Puedo decir hoy, con alegría, que desde el lunes al miércoles de esta semana, los pastores de la IEE, y algunos profesores del Seut, hemos estado reunidos en Jaca celebrando la Pastoral de 2015, y hemos elaborado una Declaración que se llevará al próximo Sínodo de Octubre, en la cual, se anima a las iglesias a aceptar a las personas homosexuales y a sus familias, a superar todo tipo de discriminación o marginación, y a luchar contra la homofobia.

Pues bien, en mi “peregrinaje” por las iglesias, me he encontrado con el hecho de que si había algo que realmente era un obstáculo casi insalvable, que impedía la plena aceptación de las personas homosexuales en las iglesias, como miembros de igual dignidad y valor que cualquier otro miembro, era precisamente la lectura que hacían de la Biblia algunos creyentes, y las conclusiones a las que llegaban, en el sentido de asociar la homosexualidad con el pecado y la perversión.

Deshacer esa terrible conexión ha sido el objetivo prioritario de mis estudios. Y claro, tenía que luchar contra ideas previas de rancio abolengo protestante, pues la Biblia tiene un lugar central en nuestra tradición. Era muy corriente que, incluso después de mis exposiciones, algunos me dijesen: “sí, sí, está claro, en la iglesia hay que aceptar al pecador, pero no el pecado”.

Y yo pensaba: “Sí, sí, está claro, o no me he expresado con suficiente claridad –cosa que yo no pensaba–, o mira que cuesta romper ciertas ideas ancestrales por más argumentos que se  presenten en contra”.

Lo cierto que ese objetivo que yo tenía, de deshacer la relación entre pecado y homosexualidad, no me lo había marcado yo porque soy un moderno y un liberal, sino porque como consecuencia de mi estudio de la Biblia y de la homosexualidad, había llegado a la conclusión de que era tremendamente injusto utilizar los textos bíblicos para relacionar a las personas homosexuales con el pecado y la perversión. Pero es más, es que de esos estudios, la relación que yo deducía, no era entre homosexualidad y pecado, no; era entre homofobia y pecado, algo que desde la fe bíblica, para mí, es meridianamente claro.

Como consecuencia de esos estudios, relacionar la homosexualidad actual con el pecado sólo puede ser fruto de un malentendido anacrónico, mejor dicho, de varios e importantes malentendidos anacrónicos. Es lo que quisiera poner de manifiesto esta tarde.

1. Biblia y homosexualidad. Una relación inexistente

Y lo primero que habría que decir es que la Biblia no puede decir que la homosexualidad es pecado, porque la Biblia no sabe nada de la homosexualidad.

Aplicar a la homosexualidad, tal y como la conocemos hoy en día, los textos bíblicos que hablan de actos homosexuales, es caer en un craso anacronismo, pues cuando esos textos se escribieron, se ignoraba absolutamente que pudieran existir personas homosexuales que pudieran vivir su sexualidad en un contexto de amor.

Los únicos actos homosexuales de los que habla la Biblia, en muy escasas ocasiones, por cierto, están situados en un contexto de culto idolátrico a la fertilidad, o de abuso y violencia sexual.

Por lo tanto, aplicar las valoraciones éticas y teológicas que pesan sobre esos actos, y que la Biblia condena, a los actos homosexuales de dos personas que se aman hoy en día; viene a ser lo mismo que aplicar la condena de la prostitución a los actos sexuales de una pareja heterosexual actual, que se ame.

Tal y como voy a exponer a continuación, actuar así es caer en un burdo y craso anacronismo.

Esto es lo primero que habría que afirmar alto y rotundo: La Biblia no sabe nada de la homosexualidad.

Decir hoy en día “Biblia y homosexualidad”, es como decir “Biblia y manipulación genética”, o como decir “Biblia y energía atómica”.

Es obvio que hoy en día la humanidad enfrenta problemas éticos gravísimos derivados del conocimiento del ADN humano. ¿Y qué dice la Biblia? Nada, absolutamente nada, pues el descubrimiento del ADN es algo que se ha producido en el siglo XX.

Es obvio que hoy en día la humanidad enfrenta problemas éticos gravísimos derivados del uso de la energía atómica. ¿Y qué dice la Biblia? Nada, absolutamente nada, pues el descubrimiento de la energía atómica es algo que se ha producido en el siglo XX.

Es obvio que hoy en día la humanidad enfrenta problemas éticos gravísimos derivados del rechazo y marginación de las personas homosexuales. ¿Y qué dice la Biblia? Nada,  absolutamente nada, pues el descubrimiento de que hay personas homosexuales es algo que se ha producido en la segunda mitad del siglo XX.

Así pues, el primer punto de mi exposición esta tarde sería este: “homosexualidad y Biblia: una relación inexistente”.

Fijaos si es una relación inexistente, que me parece de una tremenda injusticia que se utilice, en las traducciones actuales de la Biblia, la palabra “homosexual” o sus derivados.

Utilizar la palabra “homosexual” en los textos bíblicos sólo es fuente de confusión para todos los creyentes que no conocen los idiomas originales de los textos bíblicos.

Creo que es importantísimo decir que en esos textos originales, nunca aparece la palabra homosexual, simplemente porque es una palabra inventada en el siglo XIX, siglo en el que se inició el estudio científico de la sexualidad de ciertas personas que sentían atracción sexual por personas de su propio sexo, y que ha llevado a finales del siglo XX a verlas como personas de igual dignidad y valor que las personas heterosexuales.

Esta sería la gran revolución actual en la comprensión de la homosexualidad, que nos ha llevado a entenderla de una manera totalmente nueva respecto a su comprensión a lo largo de toda la historia de la humanidad.

De ahí el craso y burdo anacronismo de decir que los textos bíblicos que hablan de actos homosexuales pueden aplicarse a la vida sexual, hoy en día, de las personas homosexuales que se aman.

Y es que, hoy en día, hablar de homosexualidad, es hablar, en primer lugar, de personas; y sólo en segundo lugar, hablar de actos sexuales; actos sexuales que deben ser evaluados  con los mismos criterios éticos con los que se evalúa la sexualidad de cualquier persona heterosexual.

Hoy en día, hablar de homosexualidad es hablar de personas, no de actos sexuales. Personas que ni están enfermas, ni son unas depravadas; son personas tan sanas y tan virtuosas como cualquier persona heterosexual; y por lo tanto, también están expuestas a vivir su sexualidad de manera tan sana o tan patológica como cualquier persona heterosexual.

Esto es lo que no terminan de entender, o de aceptar, muchos de los que siguen pensando que la homosexualidad es pecado porque lo dice la Biblia, o más bien, porque así se ha dicho a lo largo de más de dos mil años de cristianismo.

Y ponen por encima de esta extraordinaria y absoluta realidad, que existen personas homosexuales tan dignas y valiosas como cualquier persona heterosexual, prejuicios y condenas ancestrales que son fruto de una época que ignoraba radicalmente esta realidad actual, y que tenían como fin atajar cultos idolátricos, o prácticas abusivas y violentas, de la sexualidad.

Y si el primer anacronismo que quiero subrayar está relacionado con el hecho del desconocimiento de la homosexualidad por parte de la Biblia; el segundo anacronismo tiene que ver con nuestro conocimiento de los textos bíblicos que hablan de homosexualidad.

2. La Biblia y los actos homosexuales de su época.

Hoy en día sabemos perfectamente que la Biblia condena los actos homosexuales que practicaban, normalmente personas heterosexuales, en un contexto de idolatría y/o abuso sexual. Y es precisamente por ese contenido ético y teológico que eran condenados.

Como parte final de mi exposición mostraré cómo es anacrónico, hoy en día, aplicar esa valoración ético-teológica a los actos homosexuales de dos personas homosexuales que se amen.

Pero antes, dejarme explicar brevemente algo que vengo repitiendo: ¿de qué tipo de actos homosexuales nos habla la Biblia?

Y para verlo me voy a situar en el siglo II a de C., para descender desde ahí a los textos del Nuevo Testamento, y remontarnos después al Antiguo Testamento.

Voy a leer unos versículos del 2º libro de los Macabeos, escrito en el siglo II antes de Cristo, en el que se nos narra el rechazo por parte de un sector importante del pueblo judío, de la política de helenización del rey sirio Antioco IV Epífanes.

¿En qué consistía esa política de helenización, de introducción de la cultura y la religión griega en Jerusalén?

2ª Macabeos 6, 1-7: “Poco tiempo después, el rey mandó a Geronte, senador ateniense, para obligar a los judíos a abandonar el culto de sus padres y para que no vivieran más según las leyes de Dios… (le dio órdenes) de profanar el Templo de Jerusalén consagrándolo a Zeus Olímpico, y el templo de Garizim a Zeus Hospitalario… el Templo estaba lleno del libertinaje y de las orgías de los paganos, que se divertían alegremente con prostitutas y hacían el amor con mujeres en los recintos sagrados…. Y cuando llegaban las fiestas de Dionisio, había que participar en una procesión en su honor, llevando coronas de hiedra”.

¿De qué da testimonio clarísimo este texto? De la asociación de idolatría y prostitución sagrada en muchos de los cultos religiosos del paganismo. Algo absolutamente rechazado y condenado por la religiosidad israelita. Una prostitución sagrada que era heredera del culto a la fertilidad en honor a la diosa Asera, como veremos después.

Pues bien, este es el ambiente cultural y religioso, no sólo del imperio helenista que domina a Israel en el siglo II a de C.; sino también del imperio romano que lo dominará a continuación durante varios siglos; después de un breve lapso de autonomía política, precisamente conseguida por la rebelión macabea.

Este es el ambiente cultural y religioso que nos ayuda a entender los textos bíblicos que hablan de actos homosexuales.

De este mismo ambiente cultural y religioso habla otro libro escrito en el siglo II a de C., es por tanto contemporáneo de 2ª Macabeos; el libro de Sabiduría, que pronuncia una condena tan radical como 2ª Macabeos sobre la idolatría y la prostitución sagrada.

Sabiduría 13,1-10: “Totalmente insensatos son todos los hombres que no han conocido a Dios, los que por los bienes visibles no han descubierto al que es, ni por la consideración de sus obras han reconocido al artífice. En cambio tomaron por dioses, rectores del mundo, al fuego, al viento y al aire sutil; a la bóveda estrellada, a los luceros del cielo…

Y si tal poder y energía los llenó de admiración, entiendan cuánto más poderoso es quien los formó; pues en la grandeza y hermosura de las criaturas se deja ver, por analogía, su Creador…

Son, pues, unos desdichados, al poner su esperanza en cosas sin vida, y al llamar dioses a obras realizadas por hombres: oro o plata trabajados con arte, figuras de animales, o una piedra sin valor, labrada hace tiempo”.

Sabiduría 14,22-31: “Pero no les bastó equivocarse en el conocimiento de Dios, sino que además, debatiéndose en su propia ignorancia, llaman paz a tan enormes males. Pues con sus iniciaciones infanticidas, sus misterios secretos y sus locas orgías de ritos extravagantes, ya no guardan limpios ni la vida ni el matrimonio: o se matan a traición unos a otros, o se ultrajan con adulterios.

Por doquier reinan, en confusa mezcla, sangre y asesinato, robo y engaño, corrupción, infidelidad, alboroto y perjurio; los buenos son acosados, la ingratitud es un hecho, las almas se contaminan, el sexo se invierte, los matrimonios naufragan, reinan adulterio e inmoralidad.

Porque el culto a los ídolos sin consistencia es principio, causa y fin de todos los males.

Quienes los adoran llegan al delirio en sus diversiones, pronuncian oráculos falsos, llevan una vida perversa y perjudican sin motivo: porque al irse tras los ídolos se han hecho una falsa idea de Dios y porque juraron en falso despreciando toda santidad”.

Este es el modo en que el judaísmo valora los cultos paganos y sus prácticas idolátricas, en los cuales la prostitución sagrada ocupa un lugar predominante en muchos de ellos.

3. La carta a los Romanos y la condena de los actos homosexuales

Es claro que Pablo comparte esta valoración cuando escribe su carta a los Romanos, hasta el punto de que sus argumentos parecen copiados del libro de Sabiduría.

Pablo habla de actos homosexuales, precisamente al principio de su carta, cuando describe el pecado de paganos y judíos. ¿Y cómo describe el de los paganos? Tal y como hemos visto que lo hace el libro de Sabiduría, aplicando ese principio general: “Porque el culto a los ídolos sin consistencia es principio, causa y fin de todos los males”.

Nos dice Pablo: “Porque el juicio condenatorio de Dios se manifiesta desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que oprimen con injusticia la verdad” (Rom 1,18).

El pecado de los paganos es su impiedad, su idolatría; una impiedad que produce injusticia, es decir, una idolatría que lleva a oprimir la verdad de Dios y del ser humano, con injusticia.

Y sigue Pablo argumentando como lo hacía el libro de Sabiduría. La impiedad de los paganos   consiste en no reconocer la verdad de Dios, “pues lo que se puede conocer de Dios, lo tienen claro ante sus ojos, por cuanto Dios se lo ha revelado. Y es que lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, se ha hecho visible desde la creación del mundo, a través de las cosas creadas. Así que no tienen escusa, porque, habiendo conocido a Dios, no lo han glorificado, ni le han dado gracias, sino que han puesto su pensamiento en cosas sin valor, y se ha oscurecido su insensato corazón”.

En estos términos nos describe Pablo la impiedad, la idolatría, de los paganos.

Pero, claro, esta impiedad que hace insensato el corazón, tiene consecuencias. Continúa diciendo Pablo: “Alardeando de sabios, se han hecho necios, y han trocado la gloria de Dios incorruptible por representaciones de hombres corruptibles, e incluso de aves, de cuadrúpedos, y de reptiles”.

Pues bien, en los santuarios de esos cultos paganos de los que habla 2ª Macabeos, los de Dionisio, pero también en muchos otros cultos mistéricos, como los de Mitra o Afrodita,  existían estas imágenes de aves, cuadrúpedos, reptiles, que representaban a la divinidad, y era allí donde se practicaba la prostitución sagrada.

Describe Pablo, a continuación, las consecuencias de esta idolatría:

“Por eso Dios los ha entregado, siguiendo el impulso de sus apetitos, a una impureza tal que degradan sus propios cuerpos. Es la consecuencia de haber cambiado la verdad de Dios por la mentira, y de haber adorado y dado culto a la criatura en lugar de al creador, que es bendito por siempre. Amén.”

Cuando un pagano rinde culto a su dios, se vuelve impuro. Es lo que Pablo nos describe a continuación: en qué consiste esta impureza en la que, como parte de los cultos a la fertilidad, incurrían los paganos:

“Así pues, Dios los ha entregado a pasiones vergonzosas. Sus mujeres han cambiado las relaciones naturales del sexo por usos antinaturales; e igualmente los hombres, dejando la relación natural con la mujer, se han abrasado en deseos de unos por otros. Hombres con hombres cometen acciones ignominiosas y reciben en su propio cuerpo el pago merecido por su extravío”.

Nadie en su sano juicio podría concluir de esta descripción, que Pablo esté diciendo que todos los paganos participan en actividades homosexuales. Es evidente que Pablo no acusa a todos los hombres paganos, y a todas las mujeres paganas, de prácticas homosexuales.

Pablo está describiendo en qué consiste la impiedad de los paganos y los extremos a los que lleva el no reconocer la verdad de Dios, extremos que se ponen de manifiesto en esos cultos mistéricos en los que, quienes participan, se dejan llevar por una pasión desenfrenada.

Pablo ha comenzado la primera parte de la carta a los Romanos, con una exposición del pecado de los paganos, es decir, de su impiedad y su injusticia; pues bien, lo que hasta ahora ha descrito Pablo es en qué consiste esa impiedad.

Y es justo después de describir su idolatría, que nos describe Pablo la injusticia de los paganos, una injusticia que, vuelve a repetir, es consecuencia de su impiedad. Nos dice:

“Y por haber rechazado el verdadero conocimiento de Dios, Dios los ha dejado a merced de su depravada mente, que los impulsa a hacer lo que no deben. Están llenos de injusticia, malicia, codicia y perversidad; son envidiosos, homicidas, camorristas, mentirosos, etc., etc., etc.”

No creo que sea justo deducir de este texto de Pablo una valoración ética de todos los actos homosexuales, en cualquier tiempo y lugar. Desde mi punto de vista, es cometer un craso y burdo anacronismo, además de una terrible injusticia, aplicar esta valoración ético-teológica a los actos homosexuales de dos personas homosexuales, que hoy en día, se amen. Lo veremos después.

Antes, dejarme llamar vuestra atención sobre otro anacronismo que tiene consecuencias terribles, al favorecer esa asociación de pecado y homosexualidad en lecturas tradicionales de la Biblia.

4. La dimensión ética y teológica del pecado

Hoy en día es preciso reconocer que también el concepto de pecado ha evolucionado, y se ha enriquecido, al llenarse de un contenido fundamentalmente ético. Y esto es preciso tenerlo en cuenta para leer correctamente el único texto del Antiguo Testamento que condena los actos homosexuales, el del Levítico.

Hoy en día es preciso afirmar, contra una visión distorsionada del pecado a lo largo de cientos de años, que el pecado es una categoría teológica que tiene una dimensión ética fundamental.

Cuando pensamos el pecado en su dimensión ética tenemos en mente el daño causado al ser humano y a su mundo. Y cuando lo pensamos en su dimensión teológica hacemos referencia a la ruptura de la comunión con Dios que implica toda acción desintegradora de lo humano.

No podemos pensar el pecado como una “ofensa” directa a Dios, más bien “ofendemos” a Dios cuando “ofendemos” su creación, si es que utilizamos esa terminología tradicional.

Creo que el no diferenciar estos dos aspectos lleva a una visión distorsionada del pecado. Y aunque desde una perspectiva cristiana  están íntimamente unidos, el diferenciarlos, nos permite tener una comprensión más global y ponderada del pecado.

Y es que muchas veces se ha dado un valor desmesurado al pecado, al desligarlo de su dimensión ética, es decir, de su daño al ser humano. La dimensión básica y fundamental del pecado es ética, es decir, es el grado de deshumanización del pecado lo que nos permite enjuiciarlo y valorarlo.

No es posible que constituya un deterioro de nuestra relación con Dios algo que no es al mismo tiempo un deterioro de nuestra humanidad; es más, en la medida en que disminuye nuestra humanidad, menoscaba nuestra relación con Dios; pues al alienarnos de nuestra verdadera humanidad, nos alienamos de Dios, que nos ha dado el ser, y es lo más verdadero de nosotros mismos.

Diferenciar la dimensión ética y la religiosa del pecado nos permite apreciar la función que cada una de ellas cumple en la vida humana. Antes de unirlas, es preciso reconocer el modo en que cada una de esas dimensiones se hace presente en la vida del creyente.

Creo que el tomar conciencia de la dimensión ética nos ayuda a darle el valor justo que se merecen, cada una de las actitudes que nos destruyen, los actos que nos arruinan, y el grado en que lo hacen, al calibrar el grado de deshumanización que llevan consigo.

Y el tomar conciencia de la dimensión religiosa nos proporciona la capacidad de asumir nuestros fallos, levantarnos y comenzar  de nuevo, pues Dios no se aleja de nosotros cuando pecamos, simplemente cambia su modo de estar presente: como fuerza de nuestra fuerza cuando elegimos el bien, como oferta de perdón y nueva vida cuando hacemos el mal.

Creo que ahora se comprende mejor que no podamos aplicar la categoría de pecado a los actos sexuales de dos personas homosexuales que se aman. Pues desde una dimensión ética, no representan ninguna acción desintegradora de su humanidad, al contrario, contribuyen al sano desarrollo de su sexualidad y de su relación de pareja; y desde una dimensión teológica, nada que construya su humanidad puede significar una ruptura de comunión con Dios, al contrario, significará un crecimiento, un fortalecimiento, de su comunión con Dios.

Pero si esta es la valoración ético-teológica que haríamos, hoy en día, de los actos homosexuales de dos personas homosexuales que se aman, ¿por qué la Biblia realiza una condena tan absoluta de los actos homosexuales que conoce? Veámoslo.

5. Levítico. La condena de los actos homosexuales idolátricos

Esta distinción entre dimensión ética y teológica del pecado no se encuentra en la mayoría de los textos bíblicos, de ahí que normalmente quien los estudia intente identificar la base ética que se encuentra en las prohibiciones y mandamientos bíblicos que nos son presentados como voluntad de Dios.

Los textos del Levítico que hablan de actos homosexuales, están en un capítulo en el que parecen predominar las relaciones sexuales prohibidas en Israel con el fin de proteger a la familia. Esa sería la base ética que contemplan estos textos. Al menos, así piensan algunos comentaristas.

Ahora bien, lo primero que habría que decir es que el Levítico no está dividido en capítulos, y que los capítulos 18 y 20, donde se prohíben y castigan los actos homosexuales, están integrados en lo que, según la mayoría de comentaristas, se conoce como “El Código de santidad”, que agrupa los capítulos 17 al 26 bajo el lema, que se repite constantemente: “sed santos, porque yo soy Santo, dice Yahvé”.

Y lo primero que aparece en el capítulo 17 es la prohibición de comer sangre.

Uno se pregunta qué razones éticas, es decir, qué bien humano quiere proteger esta prohibición. Pero la motivación ética no se encuentra en el texto bíblico; la única motivación es teológica, “que la vida de toda carne está en la sangre, y la vida es un don de Dios y pertenece a él”. Es evidente que los posibles valores nutricionales de la sangre o los posibles peligros que su consumo puede conllevar, no se tienen en cuenta.

En el siguiente capítulo, el 18, lo primero que encontramos es la fundamentación teológica de diversas prohibiciones, casi todas de carácter sexual, que el pueblo de Israel debe observar.

Y la única base ética que se menciona es de carácter general: “Observaréis mis mandamientos y mis leyes, que dan vida a quien las cumple”. El modo concreto en que proporcionan vida no se especifica.

Pues bien, en este capítulo empiezan prohibiéndose todo tipo de relaciones incestuosas, para prohibir después las relaciones sexuales durante la menstruación de la mujer.

Y es evidente que vuelve a aparecer aquí el carácter sagrado de la sangre, y por lo tanto la motivación teológica. Pero si nos preguntásemos qué valor ético puede estar en la base de esta prohibición, supongo que podríamos pensar en los peligros que estas relaciones, en una sociedad donde no hay facilidades para la higiene, pueden acarrear.

La siguiente prohibición es el adulterio, e inmediatamente después el sacrificio de niños al Dios Moloc.

Nos dicen los comentaristas que el texto final de estos capítulos del “Código de santidad” es el resultado de una serie de adiciones de diversas prohibiciones que han ido añadiéndose a un texto más primitivo.

Pues bien, yo creo, junto con otros comentaristas, que los versículos 21 al 23 hacen referencia a un conjunto de prácticas idolátricas que Israel encontró en las religiones cananeas. Son las siguientes:

El sacrificio a Moloc de los niños es evidente, es una práctica idolátrica; quizá no lo sean tanto las siguientes prohibiciones: acostarse con varón como se hace con mujer; y la práctica de la zoofilia, tanto masculina como femenina.

Uno se preguntas: ¿tan extendida estaba la zoofilia en Israel que ha sido necesaria incluirla en esta lista de prohibiciones?

Evidentemente no; los motivos son diferentes, pues tienen que ver con los cultos a la fertilidad que se practicaban en los santuarios paganos en Canaán.

Se prohíbe en primer lugar, no simplemente que el varón se acueste con otro varón, sino que añade: “como con mujer”

¿Por qué es importante esta acotación? ¿Por qué no es suficiente decir: “no te acostarás con otro varón”? ¿Cómo se acuesta uno con un hombre “como con mujer”?

Nos dicen algunos comentaristas que no puede ser una alusión al coito anal, pues estaba mal visto en la relación heterosexual; y que más bien hace alusión a la prostitución sagrada.

Y es que en los templos de Baal estaban los “qu(e)deshim” –prostitutos sagrados–, que se travestían de mujeres al dejarse “penetrar” en honor de la diosa Astarté, consorte del dios Baal. A eso parece aludir “como con mujeres”.

Hay bastantes pruebas históricas y literarias que apuntan a que esto sea así. Sólo quiero mencionar una que me ha parecido muy significativa. Cuando san Jerónimo,  –hacia el s. IV–  tradujo el texto del Lev. del hebreo al latín, hablará de prostitución cultica, y añadió un comentario a su traducción diciendo que eso es lo que opinaban los rabinos judíos a los que había consultado.

Jerónimo tenía la costumbre de consultar, con los rabinos que conocía, las dudas que encontraba en el texto hebreo.

Pues bien, en el mismo sentido debemos entender la prohibición de la zoofilia.

Se hace una condena general del bestialismo y a continuación se dice que la mujer “no se pondrá ante una bestia para unirse con ella”. Con lo cual parece que se está aludiendo a un ritual pagano ligado a la fertilidad.

Todo indica que los versículos 21 al 23 de este capítulo 18 de Levítico, hacen referencia a  prácticas idolátricas prohibidas: sacrificio de niños, prostitución cultica y bestialismo ritual.

Por lo tanto, es evidente que tampoco aquí encontramos una motivación ética, que sólo encontramos una motivación teológica: “No os hagáis impuros con ninguna de estas cosas, pues mediante todas estas cosas se han hecho impuras las naciones que Yo expulsaré de delante de vosotros” (vs.18) nos dice el texto de Levítico.

Quizá os estaréis preguntando por qué me he extendido tanto en el análisis del texto de Levítico. Pues bien, no sólo porque es el único del Antiguo Testamento donde se habla de actos homosexuales, sino fundamentalmente porque quería poner de manifiesto la base ética y teológica que subyace en Levítico, con el fin de superar esa relación general entre pecado en la Biblia, y actos homosexuales, hoy en día.

Y dejadme ser un poco tosco en la siguiente argumentación.

La Biblia dice que comer sangre o tener relaciones sexuales con la mujer durante la menstruación es pecado. Pues bien, nosotros, cristianos del siglo XXI, sabemos que no es pecado ni lo uno ni lo otro, aunque así lo diga la Biblia.

Y lo sabemos porque no hay base ética sobre la que apoyar esa idea de pecado; es decir, hoy sabemos que, ni comer sangre, ni tener relaciones sexuales con la mujer durante la menstruación, entrañan ningún daño para el ser humano, y por lo tanto, no pueden llevar consigo la ruptura de la comunión con Dios –dimensión teológica del pecado –.

¿Por qué os he pedido permiso para ser tosco o grosero en mi modo de argumentar?

Fundamentalmente porque así argumentan muchos cristianos tradicionales hoy en día; pero sobre todo, porque si aplicamos ésta misma lógica, un tanto tosca, a los actos homosexuales, tendríamos que decir que aunque la Biblia dijese que los actos homosexuales son pecado –que no lo dice–, hoy, nosotros, cristianos del siglo XXI, sabemos que no son pecado, aunque así lo dijese la Biblia.

Y lo sabemos porque no hay base ética sobre la que apoyar esa idea de pecado; es decir, hoy sabemos que las relaciones homosexuales no entrañan ningún daño para el ser humano, y por lo tanto, no pueden llevar consigo la ruptura de la comunión con Dios –dimensión teológica del pecado –.

Como he dicho anteriormente; hoy en día, no podemos aplicar la categoría de pecado a los actos sexuales de dos personas homosexuales que se aman.

Pues desde una dimensión ética, no representan ninguna acción desintegradora de su humanidad, al contrario, contribuyen al sano desarrollo de su sexualidad y de su relación de pareja; y desde una dimensión teológica, nada que construya su humanidad puede significar una ruptura de comunión con Dios, al contrario, significará un crecimiento, un fortalecimiento, de su comunión con Dios.

En el fondo, por qué este modo tan tosco de argumentar, cuál es la premisa fundamental que está operando en todos aquellos creyentes que apoyándose en Levítico, o en Romanos, dicen que las relaciones homosexuales son pecado. (Y no menciono otro par de textos bíblicos, porque no tengo tiempo, y porque no tienen el peso de estos dos en la valoración ético-teológica de la homosexualidad en la tradición cristiana. Si hay interés los podemos comentar  en el diálogo posterior).

Pues bien, como decía, en el fondo, por qué este modo tan tosco de argumentar, cuál es la premisa fundamental que está operando en todos aquellos creyentes que apoyándose en Levítico, o en Romanos, dicen que las relaciones homosexuales son pecado.

Creo que, básicamente, es una lectura anacrónica de la Biblia, que no tiene en cuenta ni lo que las ciencias actuales nos dicen acerca de las personas homosexuales, ni lo que la teología actual nos dice acerca de las dimensiones éticas y teológicas del pecado, ni las conclusiones a las que han llegado las ciencias bíblicas acerca de los textos bíblicos que hablan de actos homosexuales.

Hoy en día, por tanto, superando anacronismos, habría que decir que la Biblia le dice a la  persona homosexual, lo mismo que le dice a la persona heterosexual, que es hija de Dios, que es amada y aceptada por Dios tal y como es, y que en ese amor y en esa aceptación debe encontrar fuerzas para aceptarse y amarse a sí misma, y ser capaz de vivir con la dignidad y la alegría de una hija de Dios.

Muchas gracias, hermanas y hermanos, por vuestra atención.


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