IV Premios Arco Iris 2010

El sábado día 19 de junio tuvo lugar la ceremonia de entrega del IV Premio Arco Iris CRISMHOM en la sede de la entidad. Este premio, concedido por la Comunidad de cristianas y cristianos de Madrid homosexuales lgtb (Crismhom), quiere reconocer la labor de las personas o institucines que han luchado por la realidad cristiana LGTB. Este año recae en e José Luis Cortés (Málaga, 1945), conocido dibujante de viñetas en revistas y libros de carácer religioso en su mayoría, y autor de varias obras (todas ellas agrupadas en la Biblioteca Cortés, ed. PPC).

Su primera defensa pública de la realidad de los cristianos homosexuales fue muy precoz, en 1976, cuando nadie hablaba sobre este tema y la homosexualidad aparte de ser un pecado innombrable, era un delito penado con la cárcel. Fue entonces cuando Cortés tuvo el valor de incluir a un homosexual en la primera comunidad de Jesús en su libro «Un Señor como Dios manda». Ese fue sólo el principio: en multitud de viñetas Jose Luis Cortés ha hecho referencia a esta cuestión como una de las incoherencias más evidentes de nuestras Iglesias. Algunas de ellas pueden encontrarse en sus libros «Un Dios llamado Abba», «Dios y su gente», «El Señor de los amigos» y «Agustín, el del corazón inquieto». En estas y otras obras, Cortes se posiciona claramente a favor de la libertad para amar que Dios quiere para nosotros. Presenta la sexualidad de forma sencilla como uno de los mejores dones que poseemos, y no como un instinto pernicioso contra el que haya que luchar.

Es sobre todo en su obra «Tus amigos no te olvidan» donde se posiciona claramente y sin medias tintas a favor del derecho del colectivo LGTB a ser parte de la Iglesia con los mismos derechos que el resto. Dedica un capítulo entero a esta cuestión, titulado «Los que sienten distinto». En este capítulo desmonta todos los argumentos que tradicionalmente han esgrimido nuestras Iglesias para excluir y condenar a este colectivo.

Dada la popularidad del autor, y la enorme difusión de su obra, ésta ha sido seguramente uno de los mejores altavoces con los que han podido contar las presonas LGTB cristianas en nuestro país a lo largo de estos años. Por la valentía mostrada por el autor y por su apoyo a la causa, la comunidad de Crismhom ha decidido otorgarle el IV Premio Arco Iris, que sin duda merece. Su obra ha tenido una gran difusión. Otros autores tienen reflexiones mucho más elaboradas y desarrolladas. Sin embargo, la teología de Cortés se expresa en sencillas viñetas. Pero estas se venden más que cualquier otro libro de teología y se fotocopian hasta la saciedad en hojas parroquiales y demás materiales pastorales, llegando mucho más lejos que otros discursos. Cortés ha hecho mucho por la visibilidad del tema homosexual en una gran variedad de ámbitos eclesiales. Y el cambio de mentalidad empieza por atreverse a hablar de las cosas. ¿Cuántos cristianos habrán empezado a cuestionarse prejuicios sobre la homosexualidad al leer algún libro de Cortés?

 
Discurso de agradedimiento del premio Arco Iris de CRISMHOM a cargo de la presidencia de la asociación
 
Hoy nos hemos reunido para reconocer y dar gracias a José Luis por empeñarse en mostrar a todos la imagen de Abba, el Dios cercano, el Papá cercano. No un Padre con maletín, gabardina y paraguas, sino un Papá cercano, en bata y zapatillas. Hoy te damos gracias especialmente por quererse hacer medio de Dios, para mostrarnos ese rostro próximo de Abba, al colectivo de lesbianas, gais, transexuales y bisexuales.

Gracias por mostrarnos a «Un Señor como Dios manda»; tu libro en el que quisiste situar a un homosexual en la primera comunidad de Jesús. Uno como otro cualquiera, con toda la normalidad y espontaneidad del mundo. No eran entonces tiempos fáciles. Allá por los años setenta, a algunos los metían en la cárcel por ser homosexuales.

Gracias, José Luis, por expresarte con la sencillez de una viñeta. Esas que miran los niños con una sonrisa en los labios. Dice el evangelio: «Gracias Padre, porque ocultaste todas estas cosas a los sabios y entendidos y se las mostraste a la gente sencilla». Hoy podemos decir, gracias José Luis, porque tú también elegiste mostrarte de forma sencilla. Porque para mostrar el rostro de Abba, no se necesitan grandes discursos, sino la imagen de la bondad, la generosidad sin límites y la ternura de una Madre que se hace omnipresente: la imagen del mismo Dios.

Gracias, José Luis, por tu buen humor. Por hacernos reír también. Porque la risa inspira alegría y el desenfado hace olvidarse de uno mismo. El buen humor esponja el corazón y nos posibilita amar a los que nos rodean. Es una oleada de aire fresco que nos hace respirar y expandirnos.

Gracias, José Luis, por marcarnos un camino, por entregarnos un testigo para anunciar a este Abba a otros muchos que no le conocen y que tan alejados en ocasiones están de Él. Gracias por tu particular carisma lleno de sencillez y alegría. Entre ellos, hoy especialmente queremos comprometernos en mostrar a Abba a lesbianas, gais, transexuales y bisexuales.

Dice el profeta Isaías (Is 50,4-9): «El Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento». Hoy queremos encontrar una voz inspirada y sencilla como la tuya, José Luis, que nos permita acertar en cómo decir al abatido una palabra de aliento.

Hoy querría animar también a la comunidad de CRISMHOM, que en Pentecostés cumplió su cuarto aniversario, a la búsqueda de la unidad y el diálogo en la diversidad. Cuando Jesús se despedía de sus discípulos antes de ser condenado, se dirigía al Padre con estas palabras: «Padre Santo, no sólo ruego por ellos, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú , Padre, en mí, y yo en ti; que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,20-26). La unidad de CRISMHOM es por tanto voluntad y encargo de Dios mismo para que el mundo crea que es Él quien nos ha enviado. Es preciso poder manifestar de forma visible esa unidad. El diálogo para la lograr la unidad no pretende la homogeneidad, sino la convivencia y respeto de todas las realidades personales sin que ninguna tenga que renunciar a su propia identidad.

Decía Mercier: «Para unirse hay que amarse. Para amarse hay que conocerse. Para conocerse hay que encontrarse. Para encontrarse hay que buscarse». Hoy me invito a mí mismo y a todos nosotros a tomar el testigo de José Luis para buscarnos, conocernos y amarnos y encontrar una voz única e inspirada, llena de sencillez, alegría y buen humor para poder acertar a decir al abatido una palabra de aliento.

Hemos comenzado con una oración porque la oración es el alma de la unidad y el diálogo. Es el motor de toda vida interior cristiana. Yo termino mi discurso con otra, del evangelio de Juan:

«Padre, este es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y estos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu Nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, como también yo estoy en ellos» (Jn 17,20-26).

 

Discurso de José Luis Cortés tras la recepción del premio
 
 
Empezaré, naturalmente, dando las gracias por este Premio que ustedes me conceden. Si me permiten una ironía, ¡qué mal deben de estar las cosas para darme este premio precisamente a mí!

Desde que Chema me adelantó la noticia de que me concedían este galardón, yo me he venido preguntado el por qué de esta elección. Según me dicen, sería porque en mi obra hay, aquí y allá, referencias positivas a la vivencia de la homosexualidad dentro de la comunidad cristiana. (Déjenme aclarar, de paso, que yo no soy un ilustrador «profesional», en el sentido de que no me dedico a la ilustración como modo de vida. Para mí ha sido siempre una actividad marginal, de fines de semana; aunque eso no quiere decir que no sea importante, en algunos casos más importante que mi propia actividad profesional).

Efectivamente, en más de una ocasión el tema de los homosexuales (y en un caso, que recuerde, las lesbianas) ha aparecido en mis viñetas, generalmente en asuntos que tenían que ver con la amplitud de miras dentro de la comunidad cristiana. Confieso que casi siempre había también una voluntad de provocación. Por ejemplo, es muy distinto que Jesús pregunte «¿Ninguno te ha condenado?» a una mujer cogida en adulterio, que se lo pregunte a un homosexual: ¿Nadie te ha condenado? (en el evangelio, la mujer responde: «Ninguno». El homosexual podría haber respondido: «Sí, Señor: me han condenado todos: el cura, el obispo, el pariente, el jefe, la sociedad, etc).
Luego, en «Tus amigos no te olvidan» dediqué un capítulo entero a los homosexuales. La tesis de ese libro (que es una versión libre de «Los Hechos de los Apóstoles») es que la Iglesia se hizo grande, creció, precisamente porque no se encerró en sí misma (ni en el templo, ni en la religión de los judíos, con sus dogmas y sus ritos y su pureza de sangre, ni siquiera se limitó al ambiente religioso), sino que se fue abriendo, siguiendo la orden de Jesús, a todo el mundo: primero a los de Jerusalén, luego a los samaritanos, luego a los paganos… y hasta los confines de la tierra. El capítulo de la apertura a los homosexuales, que está montado a partir del episodio del eunuco ministro de la corte de la reina Candace de Etiopía, termina con una reflexión que es el texto más largo que yo he escrito nunca sobre ese asunto. Ese texto circula por Internet y es, al parecer, la causa de que el libro no aparezca ya en la publicidad ni en el catálogo de PPC, la editorial que publicó el libro.

Ahora bien, no acabo de ver qué mérito tiene que yo haya hecho en mi obra algunas referencias positivas a la homosexualidad. Más bien debiera reprochárseme que solo haya hecho «algunas». Desde mi punto de vista, es como si hubiera hecho referencias positivas al hecho de ser zurdo o de haber nacido en Belmonte de Tajo. ¿Qué hay más natural que hablar en positivo de la homosexualidad?
Sí, de acuerdo, todos sabemos que no es así, que en la Iglesia sigue siendo más raro que corriente hablar bien de la homosexualidad. Como se dice en ese texto del libro, «Nunca en la historia del cristianismo se dedicó tanta artillería contra un colectivo en base exclusivamente a su peculiar forma de sentir»

 
Según eso, podría interpretarse que el mérito que yo pudiera tener para recibir este premio sería que me he «atrevido» a tocar este tema, y tocarlo de modo positivo, cuando lo habitual es lo contrario. O, como diría un castizo, «que le he echado un par de huevos».
Es decir, que el premio me sería dado por un supuesto «valor» o «atrevimiento» en escribir y dibujar cosas que normalmente no se dicen. Pero les confieso que esta no me parece una razón justa. No creo que yo merezca un premio por osar donde otros no osan. Yo no soy nada valiente, aunque llevo más de treinta años (desde que pinté en la misma cama a la Virgen con san José) «atreviéndome» a decir cosas que no están bien vistas (pero que yo, en cambio, que soy miope, veo diáfanamente). En una memorable ocasión fui llevado a los tribunales por «ultrajes a la religión católica», y les aseguro que lo pasé fatal.
Lo que sí tengo claro es que yo no quiero dedicar tiempo ni energías a luchar contra la jerarquía eclesiástica, contra su habitual oscurantismo y, en definitiva, su falta de inteligencia. Me parece tiempo perdido y hasta contraproducente, porque, al considerarlos como «el enemigo», les estamos dando una autoridad que no se merecen. Como he dicho muchas veces, la jerarquía es un servicio, un carisma dentro de la comunidad cristiana, como tantos otros. A veces con mayor responsabilidad, como el padre que cuida de sus críos, pero nada que otorgue un mayor poder o distinción dentro de una comunidad de iguales. Y si ese carisma se usa mal, no hay que respetarlo ni hacerse cómplices con el error. Con sus tomas de postura fanáticas, cierta jerarquía (con la española a la cabeza) no solo traiciona el carisma que le ha correspondido dentro de la comunidad, sino que, de hecho, como cualquier cristiano infiel, se coloca fuera de una Iglesia cuya esencia es una visión misericordiosa de la realidad. La Iglesia cristiana no está donde está la jerarquía, sino donde está Cristo. Ciertos curas, ciertos obispos y ciertos papas son verdaderamente «hermanos separados», están de facto fuera de la Iglesia, del Pueblo de Dios. Más que combatirlos, habrá que com-padecerlos. Y, en ningún caso, entrar en su juego, pensando que ellos encarnan el proyecto de Dios: Dios puede sacar jerarcas hasta de debajo de las piedras. No seamos niños temerosos, porque se nos ha dado un espíritu de libertad que dentro de nosotros grita: «¡Padre!».

Dejando, pues, de lado la polémica, a la que no vale la pena dedicar demasiadas energías, so pena de reducir la vida de nuestras comunidades a un pim pam pum estéril, ¿a qué viene este premio? Yo quisiera que este premio me reconociera más bien una insistencia en algo que creo que sí es clave en el evangelio: la renovación del mundo se va a producir si potenciamos la vida plena del hombre (y de la mujer), la exasperación de todo de lo que somos capaces. No habrá reino de Dios mientras no nos saquemos de dentro lo que desde dentro puede crecer. Ni ritos externos, ni dogmas, ni templos (bien sea el Garizim o el de Jerusalén o el de Torreciudad); ni prejuicios sociales, ni costumbres inveteradas ni orden injusto. El cambio del mundo es cuestión de grandeza. Y yo he dibujado que algunos homosexuales, así como algunas prostitutas, y algunos pobres y algunas mamás… son ejemplos de grandeza de corazón sin aspavientos. En este caso sí puede tener sentido reconocer con un premio a quienes insistimos, contra viento y marea, en esa grandeza que cimenta y justifica la comunidad de Jesús: la grandeza de lo pequeño, de lo exquisito, de lo profundo, de lo creativo, de lo nuevo, de lo diferente. Para nada lo institucional, un armario claustrofóbico. «¡Sal fuera!», oímos.

Yo no soy de los que creen que todas las prostitutas, por el hecho de serlo, son pozos de misericordia; ni que los pobres son todos ricos en bondad; ni que los homosexuales son mejores que los heterosexuales. Pero sí creo que, en una sociedad hedonista y consumista, con pautas de comportamiento hipócritas y masificadas, las minorías concientizadas son un reclamo a una forma de ser más auténtica, más basada en lo que de verdad cuenta. Esa creo que fue también la razón por la que Jesús trabajó con minorías. Las minorías son las únicas capaces de renovar el mundo. ¿Por qué iban a querer cambiar el mundo las mayorías que, por definición, están asentadas y viven ya tan ricamente instaladas en un mundo injusto que, justo porque es injusto, crea minorías y las margina?

No quiero abusar de su tiempo, pero voy a concretar mis palabras para aplicar todo lo anterior al seno específico de la comunidad eclesial, puesto que el premio viene de una Asociación de Homosexuales Cristianos. En concreto: ¿Por qué creo yo que la Iglesia, la comunidad de Jesús, necesita a los homosexuales, y los necesita en cuanto tales (no si renuncian a su naturaleza de homosexuales)?

1ª. En primer lugar porque los homosexuales (mal que les pese a algunos homófobos) son criaturas de Dios, seres creados a su imagen y semejanza. Como dice la Biblia: «Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios los creó, hombre y mujer los creó» (Gén 1, 27). Es decir, la semejanza con Dios no consiste en ser hombre o mujer, puesto que Dios no es hombre ni tampoco mujer, sino ser hombre-mujer, es decir, capaz de todos los sentimientos, de toda la gama de matices de la sexualidad y de los afectos (hombreymujer los creó). Cuando uno está convencido de la importancia de ser, muchos adjetivos calificativos (ser tal cosa o tal otra) pierden importancia. ¿Cómo se puede defender tan rabiosamente la vida de los que aun no han nacido y luego no defender rabiosamente la vida de los que han nacido, solo por el hecho de que han nacido con otra orientación sexual? Sé muy bien que para hacerlo se echa mano de una supuesta orientación «contra naturam» de la homosexualidad. Parecen ignorar que si fuéramos seguidores estrictos de la naturaleza, nos pasaríamos el día machacándonos unos a otros, siguiendo nuestra natural tendencia a la violencia, o entregándonos de hoz y coz al hedonismo que ella misma tanto condena. «No permitáis a la naturaleza más que lo que la naturaleza necesita –dice Shakespeare en El rey Lear- y la vida del hombre será tan insignificante como la de las bestias».

2. En segundo lugar, el documento que justifica la existencia de la comunidad cristiana, el evangelio, es todo él un canto a las minorías, a lo diferente. «¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una, no deja a las 99 para ir a la busca de la que le falta?», «¿Y qué ama de casa que extravía una moneda no barre toda la casa hasta dar con ella?», ¿Qué padre no acoge con fiesta, y prepara el major cabrito en honor del hijo diferente, mientras que no hace lo mismo con el hijo modelo que ha permanecido en casita, fiel todo el tiempo? El mismo Cristo, independientemente de su orientación sexual, que no conocemos ¿no es un modelo de diferente, de minoría? ¿Y no anduvo siempre rodeado de gente marginada? Este argumento no necesita más demostración. Solo una lectura viciada del evangelio ha podido desfigurarlo.

3. Y todo esto no por benevolencia o por compasión, sino porque –en tercer lugar– los homosexuales, al constituir una minoría dentro de la comunidad cristiana, como dentro de la sociedad, tienen la potencialidad de ser fermento para la masa.

 
Ya hablé antes de la potencialidad de las minorías. Creo que los propios homosexuales cristianos no son siempre conscientes de esta fuerza suya revolucionaria, a veces deseosos de ser admitidos en la gran mayoría, interiorizando los esquemas de exclusión. Vergonzantes, desarrollando un carisma que ellos, como el resto del pueblo de Dios, ha recibido para ponerlo al servicio de la comunidad: el carisma de la diferencia. Porque nadie enciende una lámpara para ponerla debajo de la cama.
 
De los cristianos de la mayoría no se puede esperar mucha renovación. (Y tampoco, claro, de los que pastorean a esta mayoría: a ellos les gustaría vernos cada día más mayoría a todos, más uniformes, más perfil bajo, abortando cualquier brote de creatividad, aunque fuese en nombre de quien dijo «Yo hago nuevas todas las cosas»).
 
¿Qué tipo de fermento están obligados a aportar a la comunidad cristiana los homosexuales? A mi juicio, un anticonformismo con el orden/desorden establecido, reclamando la primacía de lo utópico frente a lo tópico, la primacía de la plenitud frente a las miopías, la primacía del corazón que, como todos sabemos, tiene razones que la razón desconoce.
Es decir, que ser una minoría es para los homosexuales cristianos no un baldón, sino una responsabilidad, un compromiso. Un don que hay que poner al servicio de la comunidad. «La juventud del mundo» llamaba a la homosexualidad Pasolini, un homosexual lúcido (aunque un poco gruñón). Y bien sabemos lo necesitada que está la Iglesia de la sal de la renovación.

4. La cuarta razón por la que la Iglesia, entendida como comunidad de Jesús, no puede excluir a los homosexuales de su seno se debe al hecho de que, aunque presionados y a menudo ridiculizados, muchos homosexuales hacen afirmación pública de su amor, un amor que se atreve a decir su nombre.

 
Paradójicamente, en una Iglesia cuya ley –según ella misma dice- es el amor, defender el amor, el amor de verdad, el amor sentido desde la entraña, contra viento y marea (y los vientos en contra son fuertes, y las mareas son fuertes), se ha convertido en causa de condena. ¿No debería la Iglesia más bien tomar ejemplo de estas personas que están dispuestas a sacrificar tanto (a veces la propia familia, los amigos, la estima social, el trabajo…) por no renunciar a su amor? La Iglesia estará muy necesitada de gente para quienes el amor sea, de verdad, importante y fuerte, gente que ponga el amor en la cabecera de sus prioridades, que vaya con el amor por delante. Cosa que, por desgracia, no podemos decir de la mayor parte de los eclesiásticos, que jamás hablan del amor (del amor de verdad, me refiero), ni sabemos si se han enamorado alguna vez ni a quién dedican los mejores de sus sentimientos.
Por eso hace mal aquel que, amando de verdad a su hermano (o aquella que amando de verdad a su hermana), no lo hace público, y priva a la comunidad del ejemplo de un amor con frecuencia heroico. ¡Qué Iglesia hemos tolerado, en la que la gente tiene que andar ocultando sus amores! Y pensar que en otros tiempos se decía de nosotros: «Mirad cómo se aman»…

Y así podríamos seguir dando razones por las que la Iglesia no solo no debería marginar a los homosexuales en su seno, sino, bien al contrario, tomarlos como ejemplo y como anuncio de futuro.

5. Pero terminaré con un quinto punto, que expongo no sin algo de ironía. La quinta razón por la que la Iglesia no debe prescindir de los homosexuales es por el empeño y la tozudez de estos en seguir siendo hijos de la Iglesia. Ignorados, menospreciados, atacados durante siglos, estos tontos aun quieren seguir formando parte de la Iglesia que, como una madrastra desnaturalizada, los aleja de sí. Durante dos mil años la Iglesia oficial ha condenado a los homosexuales, los ha apartado de su seno, los ha quemado en hogueras con hinojo, los ha entregado a los tribunales… Pedían pan y ni siquiera les dieron una piedra. Y sin embargo, a pesar de todo, ellos siguen ahí, dale que te dale, defendiendo su derecho a ser cristianos.

 
¿No debería la comunidad cristiana admirar esta capacidad de aguante, esta fortaleza y esta insistencia, en unos tiempos en los que el pueblo de Dios, anegado en el aburrimiento y la desidia, está abandonando en manada las iglesias? ¿No debería reconocer de una vez, como el poeta: «¡Oh!, cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí. ¡Qué triste desvarío!»?

Si la Iglesia (en primer lugar la jerarquía, pero también en buena parte el pueblo de Dios) no es capaz de o no quiere comprender todo esto, es que no está en sintonía con Dios. Quien lleva la voz cantante en la Iglesia no son los obispos, ni los movimientos apostólicos, ni la masa informe de católicos sociológicos, sino quienes son capaces de cantar mejores canciones, canciones verdaderas, más evangélicas, sean niños o viejecillas, sean heterosexuales u homo.

¡Ojalá que mis dibujos sirvieran para «poner las cosas en su sitio»! Quiero decir, para ayudar a devolver al evangelio su auténtico sabor, su orden de prioridades, su realismo y su toque de magia. Y también, ojalá, para levantar el ánimo de quien lo necesite, recordándole que nosotros no somos «gente de Iglesia», sino gente de Dios. Como decía Francisco, el de Asís, «que donde haya tristeza ponga yo alegría», y donde haya miedo ponga yo coraje. Ojalá.

Y ahora sí que termino, recordando una frase que Marguerite Yourcenar, otra lúcida lesbiana, pone en boca de su Adriano y que ustedes sin duda conocen. Decía el emperador: «Me sentía responsable de la belleza del mundo». Yo les animo a que todos nos sintamos responsables de la belleza de la Iglesia, de la renovación de la comunidad cristiana, con madurez, cada uno fiel al don que ha recibido de Dios, de quien nos viene todo don.

 
Probablemente, pocos colectivos son capaces de aportar a la Iglesia tanta belleza y tanta sensibilidad como el de los homosexuales.
Dejemos por eso de contentarnos con las tinieblas del «armario» eclesiástico y salgamos a la luz, como dejó escrito Isaías: «Ya no necesitarás que el sol te alumbre de día, ni que la luna te alumbre de noche, porque yo, el Señor, seré tu esplendor» (Is. 60, 19)

Muchas gracias.

 
 
Una semana después de recibir el premio, José Luis Cortés nos hizo un regalo que nos llegó al corazón. Se trata de lo mejor que él sabe hacer: sus viñetas. Sí, el regalo fue una viñeta especialmente dibujada y dedicada para nuestra asociación. A continuación la compartimos con todos vosotros. Nuevamente, muchas gracias, José Luis, por todo …
 

 


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