Hoy se va a hablar mucho de la familia cristiana, y cuando se use este término, muchos la usarán de un modo restringido a una familia formada por un hombre y una mujer con un buen número de hijos. Pero yo hoy quiero reivindicar también la familia cristiana LGTB. Sí, existen familias cristianas LGTB. Unas familias que acaban de empezar una nueva andadura, que tienen necesidad de caminar despacio pero sin pararse, crear nuevas formas e incluso de hacer nacer una nueva teología desde su propia vivencia creyente.
El matrimonio es una vocación, una llamada de Dios. Por eso cuando dos personas LGTB deciden formar una familia, lo primero que están haciendo, más que unos planes comunes es responder a una vocación, una vocación que es llamada a un pleno desarrollo personal, la mutua santificación, en definitiva a la glorificación de Dios. NO reconocer la familia cristiana LGTB, es negar a Dios la libertad para llamar a estas dos personas a una vida plena humana y cristiana en un proyecto común.
La familia cristiana LGTB, expresa de una manera aun más nítida la gratuidad del amor. Pues el amor entre dos personas LGTB no tiene otra fin primario que crear una comunidad de amor, que se realiza y crece en el encuentro sexual, sin otro fin en sí mismo. Esto no quiere decir que el amor homosexual no sea fecundo. En primer lugar, la familia LGTB es fecunda para los propios contrayentes, que encuentran la posibilidad de liberarse de la soledad y de vivir en diálogo íntimo y personal con el otro. Este dialogo conyugal ofrece la posibilidad de abrir este diálogo al diálogo con Dios. Superando el propio egoísmo, abriéndose cada vez con más hondura al otro cónyuge, compartiendo los gozos, temores y alegrías pueden avanzar los esposos cristianos en el diálogo con Dios, la escucha de Dios, el encuentro con ÉL.
El matrimonio LGTB cristiano es fecundo porque en él encuentran la complementación mutua, y el enriquecimiento al encontrarse con el otro, descubriendo en el otro que es “hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gn 2,23). La fecundidad se manifiesta también en el encuentro sexual, como fiesta del amor, de intimidad, de placer, de descubrir, compartir y disfrutar la intimidad sexual, y el valor del cuerpo como medio de expresión y comunicación del amor. Viviendo así el sexo, hacen de este el signo y presencia del amor de Dios. En la familia LGTB la unión de los cuerpos expresa la unión de los corazones.
Por último, el matrimonio LGTB cristiano es fecundo, pues los esposos a través de la oración común, la fidelidad, la mutua entrega van creciendo en el amor a Dios y a los hermanos. Los problemas, las dificultades y adversidades de la vida, vividos conjuntamente por los esposos son ocasión para profundizar y crecer en un amor cada vez más sólido y realista. La vida matrimonial es para los esposos LGTB una escuela donde aprendan a amar a todos. Acogiéndose, ayudándose y perdonándose, los esposos aprenden a acoger, ayudar, perdonar. Su amor conyugal los hace fecundos incluso viviendo el amor fuera de su propio hogar, pues este amor los abrirá a los demás. Por eso la familia cristiana LGTB no es estéril, cuando no hay adopción. Pues el amor vivido cristianamente colabora en la promoción de un mundo más humano, un hogar más humano donde habita el amor, el diálogo y la verdad, y así los esposos LGTB hacen crecer el Reino de Dios.
La familia cristiana LGTB vive un amor conyugal fiel. Un amor y una fidelidad que exige que la familia cristiana LGTB sea reconocida y aceptada social y eclesialmente. Pues este amor vivido en secreto difícilmente conducirá a las personas a su realización plena.
La familia LGTB cristiana ha de saber en sus momentos de debilidad, de pobreza, de limitación, buscar la gracia y la fortaleza de Dios a través de la oración mutua. Y en los momentos de gozo y plenitud abrirse a la alabanza y acción de gracias a Dios.
Dios se hace presente en la mutua entrega, el perdón dado y recibido cuando el otro no es capaz de responder a las expectativas que habíamos puesto en él, las expresiones de amor, el sexo, el sufrimiento y alegrías de cada día. Por eso, yo hoy quiero desde aquí reivindicar la familia cristiana LGTB como querida y bendecida por Dios. Como proyecto humano, pero ante todo como respuesta como una llamada de Dios para esas dos personas. Una comunión que es fecunda, más allá de los hijos biológicos o de la terquedad de algunos que son incapaces de ver en la sexualidad una expresión del amor y la comunión. Los esposos LGTB no hacen el amor, sino que lo celebran, en una experiencia íntima donde se saborea el amor como sacramento del amor de Dios.
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