Dudas en la fe y otras hierbas

Como decía Neruda… «Es tan corto el amor y tan largo el olvido…»

Y es que en nuestros días no es fácil mantenerse «Firmes en la fe» como nos imploraba  el bueno de San Pablo.

A saber; los motivos que nos llevan a las dudas sobre la existencia de Dios, nos amenazan día a día cuando sufrimos la agresión continuamente recibida en medio de esta batalla campal que libramos  en esta maltrecha civilización capitalista que no ha tocado vivir… o cuando escuchamos que un niño o un joven ha perdido la vida en un accidente de tráfico, o cuando las mafias secuestran inocentes en México, o simplemente cuando nos acucia el desánimo de tener que seguir tirando de una vida en la que vemos pasar los días sin poder quedarnos a vivir en ellos, porque estamos desanimados por la ocupación de  buscar la manera de tirar hacia adelante con una madre enferma, o en medio de una familia que nos deja de al lado, o de un alquiler o hipoteca que no podemos pagar y hace peligrar el alimento que debemos tomar cada día.

A veces ocurre que cuando estas u otras circunstancias invaden nuestra sustancia, tendemos con facilidad a culpar a Dios de nuestra maltrecha suerte, y de tantas injusticias que se suceden en este nuestro mundo deprimido.  

Nuestros pastores religiosos siempre se apoyan en el recurso sabido de «Dios nos hizo libres para decidir como gestionar el planeta»; pero eso no nos sirve cuando nos han echado de nuestras casas, o cuando hemos perdido a un ser querido de manera injusta en un accidente de coche. Reaparece la pregunta « ¿Por qué si Dios es tan bueno lo permite? »
La pregunta quizá deberíamos replanteárnosla « ¿Es realmente culpa de Dios?? o ¿es culpa de la indiferencia de los humanos que habitamos la Tierra??» Tienes razón, con esta reformulación vuelvo a «las homilías» de los pastores. Pero: Las enfermedades, pobreza y sufrimiento tienen solución: lo que no tiene solución, es que la gente piense que esto no tenga solución ni haga nada para solucionarlo.

Dios nos ha dado la inteligencia para crear automóviles que circulan a 200 kilómetros por hora capaces de sesgarnos la vida, pero también nos ha dado la inteligencia de no circular a esa velocidad. También le ha dado esa inteligencia a quien envistió al inocente en un accidente: su inteligencia debía haberle valido para no conducir bebido. Pero no quiso utilizarla, y de Dios no es la culpa, pues Dios le hizo un ser inteligente y con capacidad de amar al prójimo.

Nuestra civilización económicamente despiadada no es peor que la elegida por Dios para enviarnos a Jesús. En aquel tiempo, un Imperio Romano despiadado esclavizaba a su pueblo, al igual que en nuestros días nos esclavizan las hipotecas y los impuestos. Por eso vino transformado en Hombre, para recordarnos con Amor y a cambio de su vida, que otra forma es posible.

Poco o nada hemos cambiado, aquella civilización era de una manera, y esta es de otra: ambas despiadadas con el hombre. La preocupación de Dios es la misma que hace 2000 años cuando Cristo vino a recordarnos que existe misericordia en la Civilización Divina.  Alejarse y culpar a Dios de nuestras desgracias –por supuesto bien ciertas-, es la causa de una ofuscación que no nos permite sentir la presencia y la angustia de una Providencia que actúa en nosotros cuando le abrimos la puerta de nuestra corazón. De ese corazón que a veces tenemos cerrado a una fe plausible y misteriosa a la vez que armoniosa y esperanzada.

Dios desde su omnipresencia conoce nuestro sufrimiento, y por eso perdona que le olvidemos y que le culpemos. Pero desde su comprensión ansía que le abramos la puerta de nuestra fe,  desde la humildad que nos demostró en la sencillez de Cristo.

No siempre es fácil cuando nos atormenta el sufrimiento, pero como decía aquel «No tiene la tierra penas que el cielo no sepa curar». Abramos la puerta y permitamos que Dios maneje nuestras vidas desde el abandono a Él. Así podremos descubrir que su Civilización Misericordiosa también habita en nuestro mundo. Os lo aseguro. Dios existe en nosotros, sólo tenemos que dejarle pasar cuando escuchemos el timbre de la puerta; Él llama a diario. 

 


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