Día Bendecido

 El día de ayer se ha celebrado a Nuestra Señora de Guadalupe que ostenta los títulos de Patrona, Emperatriz y Madre de las Américas.

Su imagen es la que me ha acompañado desde hace 33 años. La conocí en mi primera visita al monasterio de clausura donde años más tarde ingrese. La venere desde ese momento y conocí la Salve cantada que se ha convertido en mi oración predilecta. Su imagen, junto a un Jesús pintado por una ex novia, me acompañan constantemente entronizados siempre allí donde pueda verlos y hablarles (ahora mismo se encuentran frente a mi escritorio y cada vez que trabajo puedo levantar la vista, mirarlos y llenarme de ternura).

Ayer he tenido a María de Guadalupe en mi pensamiento constantemente y ha sido un día bendecido. Lleno de luces, lleno de amor y llenos de nuevos proyectos para el año entrante.

María: Este hijo, que no ha heredado tus genes, te celebra con el mayor agradecimiento que puede brotar desde un corazón humano. Mi alma te canta y se llena de ti cada vez que te recuerda. Alégrate María, ¡llena eres de gracia!.

«El 9 de diciembre de 1531, mientras se dirigía a pie a Tlatelolco, en un lugar denominado Tepeyac, tuvo una aparición de María Santísima, que se le presentó como «la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios». La Virgen le encargó que en su nombre pidiese al Obispo capitalino el franciscano Juan de Zumárraga, la construcción de una iglesia en el lugar de la aparición. Y como el Obispo no aceptase la idea, la Virgen le pidió que insistiese. Al día siguiente, domingo, Juan Diego volvió a encontrar al Prelado, quien lo examinó en la doctrina cristiana y le pidió pruebas objetivas en confirmación del prodigio.
«El 12 de diciembre, martes, mientras el Beato se dirigía de nuevo a la Ciudad, la Virgen se le volvió a presentar y le consoló, invitándole a subir hasta la cima de la colina de Tepeyac para recoger flores y traérselas a ella. No obstante la fría estación invernal y la aridez del lugar, Juan Diego encontró unas flores muy hermosas. Una vez recogidas las colocó en su «tilma» y se las llevó a la Virgen, que le mandó presentarlas al Sr. Obispo como prueba de veracidad. Una vez ante el obispo el Beato abrió su «tilma» y dejó caer las flores, mientras en el tejido apareció, inexplicablemente impresa, la imagen de la Virgen de Guadalupe, que desde aquel momento se convirtió en el corazón espiritual de la Iglesia en México.»

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