Cristianismo sin Cristianía

José Antonio Vázquez. BLOG: Cristianía. Religón Digital. (29/08/2013). «Una iglesia humilde, extrovertida y descentrada». Atravesamos tiempos de transición, tiempos oscuros y, a la vez, tiempos llenos de signos luminosos, que suelen tener un carácter “humilde”, o poco llamativo, en medio de la oscuridad. En el ámbito espiritual, una de las grandes oscuridades de nuestro tiempo podría ser la posibilidad- nada improbable- de que se contara con un cristianismo institucional fuerte y visible (si bien en decadencia evidente) sin que se diera una verdadera experiencia cristiana personalizada (Cristianía) dentro de él.
 
Y es que podemos tener unas instituciones religiosas que aparentemente funcionen, sin que se viva el cristianismo como experiencia personal, en ellas, al igual que hemos tenido una sociedad oficialmente cristiana sin que hubiera, en gran parte de ella, experiencia cristiana; y el resultado inevitable ha sido el paso a una sociedad no cristiana, cuando no anticristiana o hastiada de lo cristiano. Toda nuestra institución religiosa puede funcionar como un reloj, pero sin que haya en ella verdadera experiencia cristiana. Naturalmente esto no podría mantenerse indefinidamente. El siguiente paso, en una situación así, sería, o bien, la desaparición o marginalización social del cristianismo, o bien, su real transformación, desde el renacer de una nueva experiencia cristiana (Cristianía) que fuera capaz de renovar las estructuras, haciéndolas menos voluminosas y menos centradas en sí mismas, devolviéndoles su función de instrumento y no de fin. La “Vida” o la “Muerte” estarían así ante nosotros dependiendo de las opciones que hicieramos.
 
Una de las mayores urgencias hoy, en la Iglesia, es dar prioridad a que surja esta experiencia personal de la fe, en vez de dar prioridad a la defensa de los intereses (muchas veces inconscientemente egoístas) de la institución religiosa. De alguna manera, este es el mensaje, que se están esforzando por lanzar los dos últimos pontífices, Benedicto XVI y Francisco, la necesidad de una iglesia humilde, extrovertida y descentrada, que no sea eclesiocéntrica.
 
En mi opinión, uno de los mayores signos de decadencia del actual cristianismo se constata en la insatisfacción generalizada con la liturgia, tanto en el campo más conservador, como en el más renovador (no hablo de la propuesta tradicionalista pues creo que es puramente enfermiza). A pesar de los loables intentos de renovación llevados a cabo desde el Vaticano II, sigue existiendo una sensación muy generalizada de que persiste rigidez, dogmatismo, uniformismo, sacralización, ritualismo, moralismo, legalismo o normativismo, mentalidad mágica y falta de verdadero sentido del Misterio, o capacidad simbólica, en el modo de vivirse la liturgia. Desgraciadamente estas enfermedades habrían ido incubándose en el modo de vivir la liturgia en el cristianismo occidental durante demasiado tiempo y no se cambian las cosas de la noche a la mañana. Y más difícilmente, cuando el enfermo ignora su enfermedad o se autoengaña, creyéndose curado de estas enfermedades, sin estarlo.
 
Muchos creen que criticar el modo de vivir la liturgia hoy nace de un deseo de hacerla desaparecer, debido a una falta de sensibilidad simbólica, y se empeñan en defender el modo de vivir la liturgia actual, impidiendo ningún cambio. En ocasiones puede ser así, la pérdida de la mentalidad simbólica y el hiperracionalismo son propios de la modernidad occidental, pero no afectan sólo al pensamiento laico, sino que comenzaron en el pensamiento religioso, precisamente. El movimiento litúrgico, nacido en el siglo XX en la Iglesia al margen de los ámbitos oficiales, y después asumido por el Concilio Vaticano II, es el que ha recuperado el sentido simbólico de la liturgia, cuando se había, prácticamente, perdido en el catolicismo oficial, que había reducido la liturgia a una celebración del culto público de la iglesia, una mera actividad ritual eclesial, regulada normativamente, y no, ante todo, a una expresión simbólica de la experiencia del Misterio de Cristo, que es la visión que ahora intentamos recuperar.
 
En el cristianismo no hay separación entre el culto y la vida, no hay una “sacralización” del culto, sino una “santificación de la vida cotidiana”, la verdadera liturgia es toda la vida del cristiano. En los actos celebrativos, este misterio litúrgico, presente en toda la vida, se hace transparente y se actualiza de un modo simbólico a través de una serie de símbolos, que expresan lo que es una realidad presente en todo ámbito y tiempo. Si anteponemos estos actos celebrativos a la Vida estamos cayendo en una actitud típica de lo que lo cristianos conocieron como paganismo, y que no era otra cosa que la fase decadente de las religiones antiguas precristianas, anterior a su desaparición. Estamos pues haciendo visible, a quien tenga ojos para ver, la decadencia del cristianismo hoy.
 
Otros creen que la crítica a la rigidez del culto actual nace de un “hiperindividualismo”, que prefiere la oración privada a la oración en grupo. En ocasiones, ciertas críticas a la liturgia pueden nacer de una mentalidad individualista, que concibe la espiritualidad como un camino individual e intimista. Pero, lo contrario del individualismo, no es lo colectivo; una oración colectiva, puede ser tan individualista y despersonalizadora como una oración individual, y, en ocasiones, mucho más. El hombre masificado es el hombre individualista, desconectado de su ser profundo, de su persona, que se ha identificado con su máscara (una creación social o colectiva precisamente) o ego; individualismo y colectivismo son las dos caras de una misma enfermedad. Una liturgia que fuera rígida y despersonalizadora sería, cien por cien, individualista. Y en ocasiones esto se ha dado. Hay sociólogos que han estudiado como el antecedente de los actos de masas, propios de los regímenes totalitarios modernos, puede encontrarse en el modo de vivir y de organizar algunos actos religiosos colectivos, que ejercían una presión hipnótica y manipuladora sobre las personas. Las iglesias habrían sido las primeras instituciones modernas en caer, en ocasiones, en estas prácticas de sugestión masivas que despersonalizan a los seres humanos convirtiéndolos en individuos y no en personas.
 
Lo colectivo, para Simone Weil, es una de las más peligrosas imitaciones de Dios o idolatrías pues parece tener un “magnetismo” que imita la transcendencia: “Sólo hay una cosa aquí abajo… que posee una especie de transcendencia respecto de la persona humana: lo colectivo. Lo colectivo es el objeto de toda idolatría… Es lo social lo que tiñe a lo relativo con el color de lo absoluto (idolatría). El remedio se halla en la idea de relación… la sociedad es la caverna, la salida es la soledad. La relación es propia del espíritu solitario. Ninguna multitud concibe la relación”.
 
Para recuperar la experiencia cristiana personal (Cristianía) es necesario una “experiencia de soledad”, una experiencia “monástica”, que permitiera después, realmente, entablar verdaderas relaciones con los demás. Sólo la recuperación de una verdadera experiencia monástica o “solitaria”, es decir, personal, en el seno del cristianismo, librará a la Iglesia (y a su liturgia) de convertirse en una organización con una praxis “autocentrada” e idolátrica. Una iglesia autocentrada era, para Simon Weil, una monstruosidad, un totalitarismo sacralizado, un fascismo clerical… que llevaba a poner “una etiqueta divina en lo social: una mezcla delirante que encierra toda clase de licencias. Diablo disfrazado”. La corrupción a la que se llega en la Iglesia cuando se autoidolatra es conocida por todos, y por desgracia, los ejemplos son muy recientes.
 
No será, en un primer momento, el poner el énfasis en la oración litúrgica (colectiva) la que nos hará recuperar la “Cristianía”, para salir del peligro de idolatría eclesial, sino la búsqueda de la oración contemplativa silenciosa y personal (no individualista) y la experiencia “solitaria” o personal, y, una vez recuperada esa “experiencia personal de la fe” (Cristianía) será posible plantearse la renovación eclesial y litúrgica. Hoy esa experiencia de Cristianía se está dando más en los ámbitos marginales o fronterizos dentro de la institución, en colectivos y experiencias que parecen heterodoxas, más que en el “centro” de la misma; muchas veces se recupera la experiencia cristiana a través del encuentro con otras tradiciones espirituales o humanísticas, haciendo una relectura de la propia tradición que lleva a redescubrir aspectos que habían quedado como olvidados en los ámbitos cristianos oficiales y que ayudan mucho a devolver vitalidad al cristianismo. Son estos signos humildes donde hoy brilla la luz para quien es capaz de verla.
 
Raimon Panikkar es un ejemplo de esto. En este sentido, Panikkar propone una serie de ideas para renovar la situación de la liturgia actual, nacidas tras su experiencia personal con el misterio cristiano, obtenida gracias, no sólo a la vivencia eclesial, sino al encuentro con otras tradiciones espirituales (en especial las orientales) y con la cultura secular occidental. Propone unas nuevas “rúbricas” (modos de realizar los actos celebrativos) y unas nuevas nígricas (nuevos contenidos de la liturgia). Con ellas termino.
 
Nuevas Rúbricas en el culto:
 
  • Espontaneidad: No es sinónimo de arbitrariedad, subjetivismo o desorden en la celebración, sino el que la comunidad crea en sí misma y en la acción del Espíritu en ella para poder cambiar símbolos y hallar otros nuevos y más vivos hoy.
  • Universalidad: Los símbolos deben ser lo más universales posibles.
  • Concreción: No caer en la abstracción, ni en la generalización, lo universal ha de encontrar el modo concreto de expresarse en cada contexto.
  • Sinceridad: La convicción de la verdad de lo que hacemos.
  • Continuidad: No romper con la Tradición, sino renovarla desde la fidelidad creativa.
  • Ortopraxis: Que en el culto puedan participar todos los que comparten y ejercen los mismos valores que el culto celebra, da igual si son cristianos o no. Un culto de puertas abiertas.
 
Nuevas Nígricas:
 
Todo culto debe tener tres dimensiones que la nueva liturgia cristiana no debe perder:
 
  • Devoción: El aspecto emocional y artístico es fundamental en todo acto de culto.
  • Conocimiento: La expresión adecuada de los contenidos, de modo que sea comprensible y significativa, sin perder su Misterio (transcendencia).
  • Acción: El culto debe tener un fuerte contenido ético para evitar ser alienante.

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