Mal con apariencia de bien

Intentamos llevar a Dios a nuestra voluntad. Tendemos a forzar la voluntad de Dios para que coincida con la nuestra. La voluntad de Dios, cuando realmente nos dejamos guiar por ella, a menudo no coincide con lo que querríamos hacer y cuando coincide aparecen elementos que nos sorprenden. Elementos nuevos y originales que nos confirman el camino a seguir.

Escucha, Señor, mi demanda

Escucha, Señor, mi justa demanda, atiende a mi clamor; presta oído a mi plegaria, porque en mis labios no hay falsedad.

Y mis pies se mantuvieron firmes en los caminos señalados: ¡mis pasos nunca se apartaron de tus huellas!

Yo te invoco, Dios mío, porque tú me respondes: inclina tu oído hacia mí y escucha mis palabras. Escóndeme a la sombra de tus alas.

Pero yo, por tu justicia, contemplaré tu rostro, y al despertar, me saciaré de tu presencia (Sal 17).

En mi debilidad, me haces fuerte

En ocasiones me despierto en la mañana con el corazón encogido. Una sensación de intranquilidad me invade. Pensamientos de actividades a hacer aún no resueltas llenan mi mente. Respiro despacio, hondamente para relajarme. Sin conciencia de volverme a dormir, el tiempo se pasa rápido. Quizá vuelvo a dormirme sin saberlo. Hoy te ofrezco, Señor, mis desvelos. Me tranquilizaría al menos pensar que fueran para en todo amar y servir. No lo sé. Quizá me recuerdan que soy creatura tuya, ser frágil que en su vulnerabilidad recibe la oportunidad de poder pensar que necesito de mi Señor y de los demás. Concede a tu sencillo siervo la paz. Dadle vuestro amor y gracia, que esta le basta.

Amor, no violencia y perdón

Buscando sentido, intentando en todo momento parar sin conseguirlo. Contemplando el sinsentido de los atentados en París. Pidiendo por familiares y conocidos de las víctimas. Intentando agararme al amor, la tolerancia, el perdón que parecen un clavo ardiendo. Pidiendo fuerza no humana para devolver bien por mal. Contemplando nuevamente a Cristo en la cruz: «perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen». Ante el sinsentido, su respuesta más allá de nuestra humanidad: amor, no violencia y perdón.

Escuchando el silencio

Cuando preparo una oración para un grupo de personas, pongo textos y reflexiones que han pasado por mí, me han conmovido, las he hecho mías. Al compartirlas me siento un tanto desnudo, abierto, expuesto. En el transcurso de la oración hay veces en que todo el mundo se queda callado. No se oyen los usuales cambios de postura, el giro de las hojas de papel, los susurros de comentarios entre personas, los móviles y relojes, los pasos de personas que llegan tarde. Cuando se logra ese silencio, tras leer una frase, un salmo, una lectura, se produce un momento de conexión, de sincronización: todo el mundo está en silencio. No se oye nada, ni una mosca, ni un chasquido. Posturas meditativas, corazones en vilo, ausencia de pensamientos. Por fin se escucha el silencio y un fluido invisible nos envuelve y conecta.

Los que saben recogerse

Los que saben recogerse (llámese así porque recoge el alma todas las potencias y se entra dentro de sí con su Dios) están ya (como dicen) puestos en la mar; que, aunque del todo no han dejado la tierra, por aquel rato hacrn lo que pueden por librarse de ella, recogiendo sus sentidos a sí mismos. Si es verdadero el recogimiento, siéntese muy claro, porque hace alguna operación. No sé cómo lo dé a entender. Quienlo tuviere, sí entenderá.

Falsa humildad

Se deje de unos encogimientos que tienen algunas personas y piensan en humildad. Sí, que no está la humildad en que si el rey os hace una merced no la toméis, sino tomarla y entender cuán sobrada os viene y holgaros con ella. ¡Donosa humildad que me tenga yo al Emperador del cielo y de la tierra en mi casa, que se viene a ella por hacerme merced y por holgarse conmigo y que por humildad ni le quiera responder ni estarme con Él ni tomar lo que me da, sino que le deje solo; y que estándome diciendo y rogando que le pida, por humildad me quede pobre y aun le deje ir de que ve que no acabo de determinarme! No os curéis (no hagáis caso), hijas, de estas humildades, sino tratad con Él como con padre y como con hermano y como con Señor y como con esposo; a veces de una manera, a veces de otra, que Él os enseñará lo que habéis de hacer para contentarle. Dejaos de ser bobas; pedidle la palabra, que vuestro esposo es, que os trate como a tal (Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección 28, 3).

Todos llamados a ser santos

Día de todos los Santos y día de difundos. Santos y difuntos se unen. Santos podemos ser todos, Dios nos llama a todos a ser santos porque podemos serlo. Amar y dejarse amar. Cuidar y dejarse cuidar. Ser santo es ser humano y por tanto limitado. Es acertar a poner el amor por delante en el lugar de cada uno, dejarse hacer por Dios. Somos seres únicos con una misión. Nuestros difuntos queridos nos acompañan en todo momento. No nos olvidamos de ellos porque su amor no se puede olvidar.

Solemnidad de los todos Santos

Hoy, en la solemnidad de todos los santos, recordamos y hacemos presente a todos los que nos han dejado, a los que mantenemos en el vivo recuerdo de nuestra memoria. Porque siguen formando parte de nuestro corazón y nos seguimos queriendo, porque siguen presentes en nuestra vida. Les damos gracias por haber compartido su vida y porque desde la llama vida de su amor siguen cuidando de nosotros. Por todos los que desde el silencio y la cotidianeidad velan gratuitamente por nuestro bienestar, por los que nos incordian porque nos quieren. Por nosotros mismos que anónimamente también velamos y cuidamos de los que lo necesitan. Hoy, día de los que cuidan y se dejan cuidar, de los que dejan fluir el amor por sus vidas presentes pasadas y futuras.

Infundiendo esperanza en la debilidad

El ancla es el símbolo universal de la esperanza. En medio de la tormenta, la inseguridad y la indecisión, infundir esperanza consiste en ofrecer a la persona un lugar donde clavar el ancla. Un ancla fundamentado en la realidad, aunque sea un deseo de realidad, siempre que sea alcanzable. El reconstituyente saludable en medio de la vulnerabilidad para anclar nuestra esperanza es sentirse esperado por otra persona. Incluso nuestro cuerpo funciona de otra manera. Se genera seguridad y confianza. Surgen deseos de mejora y nos cura de la soledad.

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