Cosas sencillas y pequeñas

El fundamento de mi vida es un compendio de cosas sencillas y pequeñas. Cosas que ocurren un día como otro cualquiera. Se van sucediendo en el tiempo y otro día cualquiera, piensa uno si la vida vale la pena. Al intentar responder una vez más sobre el fundamento de mi vida, aparecen de nuevo las cosas sencillas y pequeñas. ¡Qué pequeño es el fundamento de mi vida! y lo cierto es que al juntar muchas cosas sencillas y pequeñas se va formando un gran motivo por el que dar gracias, un gran motivo por el que la vida vale la pena. Hay veces que cuando quiero responder grandes cosas, las palabras llenan mi boca; incluso hasta me atraganto a veces. Pero las palabras abandonan mi boca sin llevarse un pedacito de corazón. Por el contrario, las cosas sencillas y pequeñas no atragantan mi boca y es mi corazón quien sale y no mis palabras.

El reino del cielo para Santa Teresa de Jesús

Ahora, pues, el gran bien que me parece a mí hay en el reino del cielo (con otros muchos) es ya no tener cuenta con cosa de la tierra, sino un sosiego y gloria en sí mismos, un alegrarse que se alegren todos, una paz perpetua, una satisfacción grande en sí mismos, que les viene de ver que todos santifican y alaban al Señor y bendicen su nombre y no le ofende nadie. Todos le aman y la misma alma no entiende en otra cosa sino en amarle, ni puede dejar de amar porque le conoce (Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección 30, 4).

Mirándose interiormente

Poned los ojos en vos y miraos interiormente, como queda dicho: hallaréis a vuestro Maestro, que no os faltará; antes, mientras menos consolación exterior, más regalo os hará […] Quisiera yo saber declarar cómo está esta compañía santa con nuestro acompañador, Santo de los Santos, sin impedir a la soledad que ella y su Esposo tienen, cuando esta alma dentro de sí quiere entrarse en este paraíso con su Dios, y cierra la puerta tras sí a todo lo del mundo. Digo «quiere», porque entended que esto no es cosa sobrenatural, sino que está en nuestro querer y que podemos nosotros hacerlo con el favor de Dios, que sin este no se puede nada (Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección 29, 2-4).

Mal con apariencia de bien

Intentamos llevar a Dios a nuestra voluntad. Tendemos a forzar la voluntad de Dios para que coincida con la nuestra. La voluntad de Dios, cuando realmente nos dejamos guiar por ella, a menudo no coincide con lo que querríamos hacer y cuando coincide aparecen elementos que nos sorprenden. Elementos nuevos y originales que nos confirman el camino a seguir.

Escucha, Señor, mi demanda

Escucha, Señor, mi justa demanda, atiende a mi clamor; presta oído a mi plegaria, porque en mis labios no hay falsedad.

Y mis pies se mantuvieron firmes en los caminos señalados: ¡mis pasos nunca se apartaron de tus huellas!

Yo te invoco, Dios mío, porque tú me respondes: inclina tu oído hacia mí y escucha mis palabras. Escóndeme a la sombra de tus alas.

Pero yo, por tu justicia, contemplaré tu rostro, y al despertar, me saciaré de tu presencia (Sal 17).

En mi debilidad, me haces fuerte

En ocasiones me despierto en la mañana con el corazón encogido. Una sensación de intranquilidad me invade. Pensamientos de actividades a hacer aún no resueltas llenan mi mente. Respiro despacio, hondamente para relajarme. Sin conciencia de volverme a dormir, el tiempo se pasa rápido. Quizá vuelvo a dormirme sin saberlo. Hoy te ofrezco, Señor, mis desvelos. Me tranquilizaría al menos pensar que fueran para en todo amar y servir. No lo sé. Quizá me recuerdan que soy creatura tuya, ser frágil que en su vulnerabilidad recibe la oportunidad de poder pensar que necesito de mi Señor y de los demás. Concede a tu sencillo siervo la paz. Dadle vuestro amor y gracia, que esta le basta.

Amor, no violencia y perdón

Buscando sentido, intentando en todo momento parar sin conseguirlo. Contemplando el sinsentido de los atentados en París. Pidiendo por familiares y conocidos de las víctimas. Intentando agararme al amor, la tolerancia, el perdón que parecen un clavo ardiendo. Pidiendo fuerza no humana para devolver bien por mal. Contemplando nuevamente a Cristo en la cruz: «perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen». Ante el sinsentido, su respuesta más allá de nuestra humanidad: amor, no violencia y perdón.

Escuchando el silencio

Cuando preparo una oración para un grupo de personas, pongo textos y reflexiones que han pasado por mí, me han conmovido, las he hecho mías. Al compartirlas me siento un tanto desnudo, abierto, expuesto. En el transcurso de la oración hay veces en que todo el mundo se queda callado. No se oyen los usuales cambios de postura, el giro de las hojas de papel, los susurros de comentarios entre personas, los móviles y relojes, los pasos de personas que llegan tarde. Cuando se logra ese silencio, tras leer una frase, un salmo, una lectura, se produce un momento de conexión, de sincronización: todo el mundo está en silencio. No se oye nada, ni una mosca, ni un chasquido. Posturas meditativas, corazones en vilo, ausencia de pensamientos. Por fin se escucha el silencio y un fluido invisible nos envuelve y conecta.

Los que saben recogerse

Los que saben recogerse (llámese así porque recoge el alma todas las potencias y se entra dentro de sí con su Dios) están ya (como dicen) puestos en la mar; que, aunque del todo no han dejado la tierra, por aquel rato hacrn lo que pueden por librarse de ella, recogiendo sus sentidos a sí mismos. Si es verdadero el recogimiento, siéntese muy claro, porque hace alguna operación. No sé cómo lo dé a entender. Quienlo tuviere, sí entenderá.

Falsa humildad

Se deje de unos encogimientos que tienen algunas personas y piensan en humildad. Sí, que no está la humildad en que si el rey os hace una merced no la toméis, sino tomarla y entender cuán sobrada os viene y holgaros con ella. ¡Donosa humildad que me tenga yo al Emperador del cielo y de la tierra en mi casa, que se viene a ella por hacerme merced y por holgarse conmigo y que por humildad ni le quiera responder ni estarme con Él ni tomar lo que me da, sino que le deje solo; y que estándome diciendo y rogando que le pida, por humildad me quede pobre y aun le deje ir de que ve que no acabo de determinarme! No os curéis (no hagáis caso), hijas, de estas humildades, sino tratad con Él como con padre y como con hermano y como con Señor y como con esposo; a veces de una manera, a veces de otra, que Él os enseñará lo que habéis de hacer para contentarle. Dejaos de ser bobas; pedidle la palabra, que vuestro esposo es, que os trate como a tal (Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección 28, 3).

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