Texto de meditación
Hoy más que nunca se alza una llamada a abrir caminos de confianza hasta en las
noches de la humanidad. ¿Presentimos esta llamada?
Los hay que, por el don de sí mismos, dan testimonio de que el ser humano no está
abocado a la desesperación. ¿Somos de éstos?
Una urgencia que viene de las profundidades de los pueblos: ir en socorro de las
víctimas de una pobreza que conoce un continuo crecimiento. Ésta es una necesidad fundamental en vistas a una paz sobre la tierra.
El desequilibrio entre la acumulación de las riquezas de un cierto número y la pobreza de multitudes es una de las cuestiones más graves de nuestro tiempo. ¿Haremos todo lo posible para conseguir que la economía mundial aporte soluciones?
Ni las desgracias, ni la injusticia de la pobreza vienen de Dios: Dios no puede más que dar su amor.
Y hay un súbito asombro al descubrir que Dios mira a todo ser humano con una
infinita ternura y una profunda compasión.
Cuando comprendemos que Dios nos ama, y que ama hasta al más abandonado de los humanos, nuestro corazón se abre a los demás, nos volvemos más atentos a la dignidad de la persona humana y nos preguntamos: ¿cómo preparar caminos de confianza sobre la tierra?
Aunque estemos despojados de todo, ¿no somos llamados a transmitir, por nuestras vidas, un misterio de esperanza a nuestro alrededor?
Nuestra confianza en Dios es reconocible cuando se expresa por el simple don de
nuestras propias vidas: es ante todo cuando se vive que la fe se hace creíble y se
comunica.
La presencia de Dios es un soplo que llena todo el universo, es un impulso de amor, de luz y de paz sobre al tierra.
Animados por este soplo, somos conducidos a vivir una comunión con los demás, y
somos llevados a realizar la esperanza de una paz en la familia humana… ¡Y que ella
irradie a nuestro alrededor!
Por su Espíritu Santo, Dios penetra en nuestras profundidades, Él conoce nuestro
deseo de responder a su llamada de amor. Así podemos preguntarle: “¿Cómo descubrir eso que Tú esperas de mí? Mi corazón se inquieta: ¿cómo responder a tu llamada?”
En el silencio interior, esta respuesta puede surgir: “Atrévete a dar tu vida por los
demás, allí encontrarás un sentido a tu existencia.”
(“Creadores de solidaridad”, extracto de la carta del Hermano Roger de Taizé “Ama y dilo con tu vida”, 2002)
Salmo 138 (Lo rezamos salmodiando en dos grupos)
Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel.
El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.
El Señor te guarda de todo mal,
Él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre
y por los siglos de los siglos. Amén.
Lectura del Evangelio: Marcos 7, 24-30
En aquel tiempo, Jesús fue a la región de Tiro. Se alojó en una casa, procurando pasar desapercibido, pero no lo consiguió; una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró en seguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies. La mujer era griega, una fenicia de Siria, y le rogaba que echase el demonio de su hija. Él le dijo: -«Deja que coman primero los hijos. No está bien echarles a los perros el pan de los hijos.» Pero ella replicó: -«Tienes razón, Señor; pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños.» Él le contestó: -«Anda, vete, que, por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija. » Al llegar a su casa, se encontró a la niña echada en la cama; el demonio se había marchado.
Meditación personal en silencio (10’)
Preces y acción de gracias
(Espontáneamente, en voz alta, quien lo desee)
Padrenuestro
Oración final
Dios, nuestro Padre, tú buscas infatigablemente al que se aleja de ti y, por medio del
perdón, vienes a poner en nuestro dedo el anillo del hijo pródigo, el anillo de la fiesta, ayúdanos a ser buenos hermanos de nuestros semejantes y que nunca el desdichado, el pobre, el solitario, el abandonado, el distinto, nos sean indiferentes. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor.