Muchas veces y por mucho tiempo, estando en oración Ignacio de Loyola, veía con los ojos interiores la humanidad de Cristo, y la figura, que le parecía era como un cuerpo blanco, sin distinción de miembros […] Esto visto le confirmó tanto entonces como siempre en la fe, que muchas veces ha pensado consigo: si no hubiese Escriptura que nos enseñase estas cosas de la fe, él se determinaría a morir por ellas, solamente por lo que ha visto.