SENTIMIENTO SOBRE LA MUERTE
Siento un profundo respeto hacia la muerte, es un gran misterio. Pienso poco en ella, tratándose de mi: “cuando Dios quiera, como Dios quiera y donde Dios quiera”. Se que la muerte es una realidad para mi, (para todos), y la acepto y asumo como algo natural y creo que estoy preparada para cuando me llegue la hora. Mi deseo es VIVIR… y cuanto más mejor, si mi calidad de vida es razonable.
Saber que la muerte se va acercando me lleva a vivir el presente con mayor intensidad, a tratar de disfrutar más de la vida, a hacer cosas que a lo mejor, no tardando mucho, no voy a poder realizar. Me hace estar activa dentro de una paz y tranquilidad propias de la edad que voy teniendo. Ahora hacer las mismas cosas que hacía antes me lleva más tiempo. Noto que tengo pequeños achaques, que los niños me cansan, que las comidas del fin de semana en casa con toda la familia, por lo general las tengo que organizar en dos días. Ya no puedo tener una mañana llena de actividades y la tarde también sin haber dormido una buena siesta, porque acabo muy cansada, etc.
El sentimiento de la muerte me hace valorar más todo lo que tengo y lo que puedo hacer y doy gracias al Señor todos los días por la vida, por el amor que pone en mi, por mi familia, mis amigos, el Grupo, la Parroquia… por tantos bienes espirituales y materiales que continuamente me está regalando y por la suerte que tengo y que he tenido siempre a lo largo de mi vida.
Considero la vida como un regalo y una bendición de Dios hacia mi y como la oportunidad de ser yo también regalo y bendición para los demás. Mientras pueda pienso en poder apoyar y ayudar lo más posible. Sobre todo a mi marido, mis hijos, mis nietos, a los amigos…
Creo que no basta con vivir, hay que tratar de vivir en plenitud y con alegría para poder repartirla entre los que me rodean. Es lo que decía Miguel de Unamuno ante la muerte de un ser querido: “tengo pena pero vivo alegre”.
De la muerte lo que me impone y me da miedo es el final, (pienso que se debe pasar mal). También me asusta el dolor físico. Me consuela enormemente saber que no estoy sola en el paso de esta vida a la otra, creer que el Espíritu de Jesús resucitado no se separa de mi y cruza conmigo a la otra orilla. Pienso que María, de alguna manera, estará conmigo en la hora de mi muerte, (con tantas avemarías rezadas a lo largo de mi vida). La realidad es que no me da miedo el “más allá”, al contrario, siento paz y confianza al pensar que al otro lado me esperan para acogerme con inmenso cariño y ternura los brazos amorosos del Padre.
No me preocupa en la hora de mi muerte ni después: el examen del amor, el juicio final, todo lo negativo que hay en mi vida. Lo único que de verdad me importa es el abandono en un Dios que es AMOR, que me acoge, me conoce, me bendice y me quiere del todo.