Te preguntas si es bueno compartir tus esfuerzos con los demás, especialmente con quienes estas llamado a atender. Se te hace difícil no mencionar tus propios dolores y penas ante aquellos a quienes estas tratando de ayudar. Sientes que lo que pertenece al corazón de tu humanidad no tendría que ocultarse; quieres ser un compañero de viaje y no un guía distante.
La pregunta fundamental es: “¿Eres dueño de tu dolor?” Mientras no seas dueño de tu dolor (es decir, mientras no integres tu dolor a tu manera de estar en el mundo), existe el peligro de que uses al otro para buscar la sanación para ti mismo. Cuando les hablas a los demás del dolor sin ser del todo dueño de él, esperas de ellos algo que no pueden dar. Como resultado de ello, te sentirás frustrado, y aquellos a quienes querías ayudar se sentirán confundidos, desilusionados o, inclusive, mas sobrecargados.
Pero, cuando eres del todo dueño de tu dolor y no esperas de aquellos a quienes atiendes que, lo alivien, puedes hablar de el con verdadera libertad. Entonces, compartir tus esfuerzos se puede transformar en un servicio; entonces, tu apertura puede ofrecer a los demás coraje y esperanza.
Para que puedas compartir tus esfuerzos como un servicio, también es esencial que tengas a quienes recurrir con tus propias necesidades. Siempre precisaras gente confiable ante la cual puedas desplegar tu corazón. Siempre necesitaras gente que no te necesite, sino que pueda recibirte y hacerte volver a ti mismo. Siempre necesitaras gente que pueda ayudarte a ser dueño de tu dolor y a afirmar tus esfuerzos.
Así, la pregunta central de tu misión es: “¿Está el compartir mis esfuerzos al servicio de quien busca mi ayuda?”. Esta pregunta únicamente se puede responder en forma afirmativa cuando uno verdaderamente es dueño de su dolor y no espera nada de aquellos que buscan su ayuda.
(Herni J. M. Nouewen, La voz interior del amor)