La sangre del justo y del malvado pasan por el mismo corazón.
La espada del que golpea y la que recibe el latigazo son parte de tu mismo cuerpo.
En tus lágrimas lloran el dolor del bueno y la confusión de su agresor.
Tu misma ternura abraza el rostro de tu madre María y el soldado que te clava.
En tu corazón no hay excluidos, en tu cuerpo todos cabemos, en tus lágrimas todos lloramos, en tu ternura todos existimos.
¡Déjame entrar contigo, Señor, en tu misterio y vivir en el hogar de tu pasión, donde reconcilias lo imposible!
Benjamín González Buelta S.J.