Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos

En los Hechos de los Apóstoles san Lucas describe la extraordinaria manifestación del Espíritu Santo, que tuvo lugar en Pentecostés, como comunicación de la vitalidad misma de Dios que se entrega a los hombres. Este don divino es, al mismo tiempo, luz y fuerza: luz, para anunciar el Evangelio, la verdad revelada por Dios, fuerza, para infundir la valentía del testimonio de la fe, que los Apóstoles inauguran en ese mismo momento.

 Cristo les había dicho: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8). Precisamente para prepararlos a esa gran misión, Jesús les había prometido el Espíritu Santo la víspera de la pasión, en el cenáculo, diciéndoles: «Cuando venga el Consolador, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo» (Jn 15, 26-27). 

 El testimonio del Espíritu de verdad debe llegar a ser una sola cosa con el de los Apóstoles, fundiendo así en una única realidad salvífica el testimonio divino y el humano. De esta fusión brota la obra de la evangelización, iniciada el día de Pentecostés y confiada a la Iglesia como tarea y misión que atraviesa los siglos

(Homilía de S.S. Juan Pablo II en el Domingo de la Solemnidad de Pentecostés 18 de mayo de 1997


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