Protege tu inocencia

Ser un hijo de Dios no te deja libre de tentaciones. Puedes tener momentos en los que te sientas tan bendito, tan en Dios, tan amado, que te olvidas de que aun vives en un mundo de poderes y principados.

Pero tu inocencia como hijo de Dios necesita que se te den las potestades. Si no, se te arrancara de tu verdadera identidad y experimentaras la fuerza devastadora de la oscuridad que te rodea.

Este arrebato puede aparecer como una gran sorpresa. Antes de ser plenamente consciente de ello o de haber tenido una oportunidad de consentir en ello, te puedes ver agobiado por la lujuria, la ira, el resentimiento o la codicia. Un cuadro, una persona o un gesto pueden disparar estas emociones destructivas y poderosas, y seducir a tu inocente ser.

Como hijo de Dios, necesitas ser prudente. No puedes caminar sencillamente por el mundo como si nada ni nadie pudiera hacerte daño. Estás extremadamente vulnerable. Las mismas pasiones que te hacen amar a Dios pueden ser utilizadas por los poderes del mal.

Los hijos de Dios necesitan apoyarse, protegerse y sostenerse los unos a los otros cerca del corazón de Dios. Perteneces a una minoría dentro de un mundo grande y hostil. A medida que tomes mas conciencia de tu verdadera identidad como hijo de Dios, también veras mas claramente muchas fuerzas que tratan de convencerte de que todas las cosas espirituales son falsos sustitutos de las cosas reales de la vida.

Cuando se te arrebata temporalmente tu verdadera identidad, puedes tener la repentina sensación de que Dios no es mas que una palabra, la oración una fantasía, la santidad un sueno, y la vida eterna un medio de escape de la verdadera vida. Así fue tentado Jesús, y también nosotros.

No confíes en tus pensamientos y sentimientos cuando se te arrebata de ti mismo. Retorna pronto a tu verdadero lugar y no le prestes atención a aquello que te engaño. En forma gradual, llegaras a estar más preparado para enfrentar estas tentaciones, y cada vez tendrán menos poder sobre ti. Protege tu inocencia aferrándote a la verdad: eres un hijo de Dios y eres profundamente amado.

(Herni J. M. Nouewen, La voz interior del amor)


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