¿Por qué haces caso a los rumores?

Saúl miró hacia atrás, y David, inclinándose con el rostro en tierra, se postró y le dijo: «¿Por qué haces caso a los rumores de la gente, cuando dicen que David busca tu ruina?

Hoy has visto con tus propios ojos que el Señor te puso en mis manos dentro de la cueva. Aquí se habló de matarte, pero yo tuve compasión de ti y dije: ‘No extenderé mi mano contra mi señor, porque es el ungido del Señor’.

¡Mira, padre mío, sí, mira en mi mano el borde de tu manto! Si yo corté el borde de tu manto y no te maté, tienes que comprender que no hay en mí ni perfidia ni rebeldía, y que no he pecado contra ti. ¡Eres tú el que me acechas para quitarme la vida!

Que el Señor juzgue entre tú y yo, y que él me vengue de ti. Pero mi mano no se alzará contra ti.

‘La maldad engendra maldad’, dice el viejo refrán. Pero yo no alzaré mi mano contra ti.

¿Detrás de quién ha salido el rey de Israel? ¿A quién estás persiguiendo? ¡A un perro muerto! ¡A una pulga!

¡Que el Señor sea el árbitro y juzgue entre tú y yo; que él examine y defienda mi causa, y me haga justicia, librándome de tu mano!».

Cuando David terminó de dirigir estas palabras a Saúl, este exclamó: «¿No es esa tu voz, hijo mío, David?», y prorrumpió en sollozos.

Luego dijo a David: «La justicia está de tu parte, no de la mía. Porque tú me has tratado bien y yo te he tratado mal.

Hoy sí que has demostrado tu bondad para conmigo, porque el Señor me puso en tus manos y tú no me mataste (Samuel 24, 3-21).


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