“No sé si es pecador o no; solo sé que yo era ciego y ahora veo”. (Jn 9, 1-41)

Muchas veces nos acercamos al evangelio con una actitud de “a ver qué me dice Jesús hoy”; buscamos sus palabras y las devoramos, sin prestar mucha atención a sus gestos, al contexto de la situación que nos narra el evangelio, y mejor no hablar de nuestro no fijarnos en los “personajes secundarios”.

Posemos nuestra mirada en el ciego de nacimiento, en su comportamiento, en sus pasos a lo largo de esta lectura. Comienza sin hacer nada, y sin decir nada. No busca acercarse a Jesús, ni pide que le sane… simplemente estaba ahí y “al pasar vio Jesús un hombre ciego de nacimiento”. Estaba y confiaba. Jesús toma la iniciativa, y él se presta. Le pone lodo en los ojos, y él se deja. Le manda ir a lavarse, y él va… y no dice nada.

Llegan las palabras. Le preguntan por Jesús y se lo ponen en bandeja para que conteste que es un pecador. Pero no cae en juzgar, en criticar al otro (en este caso a Jesús), no se fía de lo que le dicen y se basa en lo que él ha experimentado en primera persona, en lo él conoce de Jesús: “no sé si es pecador… sé que yo era ciego y ahora veo”, se basa en lo que Jesús había hecho con él. Le da la vista, le sana y pasa a ser un judío de los que cuentan.

Y ahora sí, ahora sí que tiene el valor de pedir a los fariseos que sean justos, que sean coherentes. Si se agarran a la Ley para juzgar a Jesús por no guardar el sábado, también se tienen que agarrar a ella para comprender que las actitudes en favor de los pobres vienen de Dios.

Ahora sí. Ahora ve, ahora habla, y las palabras que pronuncia no juzgan sino que piden justicia.

(www.monjasdesuesa.org) 

 

 


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