No he conocido a casi ningún hombre malo

 

19 de enero de 2013. 23:00h Marta Robles. La RazónLa entrada de la sede de Mensajeros de la Paz, la ONG que lidera el padre Ángel está repleta de cajas con frutas, verduras, legumbres… Les llegan de todas partes, de los que tienen más y de los que no tienen casi nada. Gracias a esa generosidad de tantos, que nunca es suficiente, atienden sus comedores sociales, esos en los que comen sólo los niños porque «a los adultos les damos un »tupper» para que se lo lleven a casa y no pasen vergüenza». Podría entenderse que con tanta necesidad imperara el desánimo o incluso la desesperanza, pero todo lo contrario. No sólo el propio padre Ángel, sino todos los voluntarios que trabajan con él, llevan pintada en su rostro una indescriptible sonrisa de ilusión.
«Vivimos en una sociedad cambiante en la que hay divorciados, separados, hijos que han tenido que vivir con las parejas de sus padres, e incluso hombres que se quieren unir a hombres, o mujeres que se quieren unir a mujeres. Y el problemón que siempre pone la Iglesia es que esa unión no se llame matrimonio. Pues vale, quítele la palabra, pero no le quiera quitar nada más …»
 
¿Cuanto tiempo ha pasado desde que comenzó con Mensajeros de la Paz?
Hemos cumplido 50 años y un mes. Y estamos como el primer año, con la misma ilusión y, sobre todo, soñando. Porque la gente ha dejado de soñar y quiere ser muy realista. Y ser realista es que naces, vives y mueres. Pero no puedes estar pensando sólo en eso.
 
No todos tienen tan clara su vocación, ni les gustan tanto lo que hace como a usted…
Cuando yo tenía 7 u 8 años y me preguntaron qué quería ser de mayor, yo dije: «Cura». En aquella época había muchos que se mataban en el monte por culpa de ideas políticas, otros morían en la mina allá en Asturias… Mientras, escuchaba que aquel sacerdote era muy cariñoso con la viuda y los niños, y les dejaba una peseta o un trozo de pan. De niño siempre idealizas a personas, y yo idealicé a Don Dimas, mi cura. Quería ser como él, pero no por decir misa, sino por estar con la gente.
 
Bueno, es que al final usted lo que menos ha hecho es dar misa ¿no?
Celebro muchas misas. Iba a decir demasiadas, pero nunca se dicen demasiadas misas. Casar, bautizar, enterrar… A lo largo de la vida tienes muchos amigos que te piden que bautices a su hijo, que les des la comunión… El sacerdote debe servir sobre todo para hablar de Dios a los hombres y hablar a los hombres de Dios. Hay mucha gente que, sin ser cura le habla al de arriba de los de abajo y a los de abajo les habla del de arriba.
 
¿Hay mucha diferencia entre los curas que se quedan en la parroquia y los que ven la vida, digamos, más de cerca?
Creo que sí, pero son necesarias las dos cosas. No es más bueno el que está siempre en la mina o en las chabolas que el que está en las universidades, o, incluso, con gente rica y poderosa. Los que van vestidos de sotana y están más guapos y más limpios, parecen distintos de los que están con las uñas sucias.
 
Si alguien sabe estar con la gente de más arriba o la de más abajo es usted…
Lo que hay que saber es estar y no estar. Por ejemplo, te invitan a una boda rimbombante. En estos casos, hay que saber estar en la iglesia diciendo misa, pero no estar en el banquete después. Mira, tengas corbata o no, eres igual no sólo ante los ojos de Dios sino de otra gente. Si vas a La Moncloa, al Palacio Real o al Vaticano, y escarbas un poco, son tan humanos como tú, tienen los mismos sentimientos.
 
Hay quien piensa que es más fácil ver a Dios en su trabajo que en el Vaticano …
Sí, pero insisto, las dos realidades son necesarias. Es verdad que pueden atontar tantos cardenales y tantos trajes suntuosos, y puedes pensar: «Esta Iglesia no es la mía». Luego vas a la India y te encuentras con un Vicente Ferrer, y parece que a uno le da más ganas esa Iglesia. Pero sigo diciendo que son necesarias las dos. Creo que se goza mucho más estando con la gente que entre papeles. En honor a la verdad, hay que decir que la Iglesia fue pionera en estar con los más pobres, con los leprosos, los desgraciados, con los que no tienen nada… Ésa es la Iglesia.
 
Y cuando uno contempla tanto sufrimiento, ¿no se tambalea la fe?
A los cardenales, a los obispos, a toda esta gente buena que no vive los conflictos de cerca, no se le tambalea la fe. Se nos tambalea a los que vivimos en el mundo: la madre Teresa de Calcuta, Vicente Ferrer, al mismo Papa. Cuando yo estaba en Haití, llegó un momento en el que sentía como el terremoto se me ponía delante de los pies. Entonces dije: «¡Dios mío! ¡Dios mío!», o lo que es lo mismo: «¡Esto no puede ser!». Es como rebelarse contra Dios. También lo dijo el Papa en su encuentro con el pueblo judío…Y lo dijo Cristo.
 
Hay gente que se aleja de la fe, porque no sabe cómo puede acercarse, como los divorciados, por ejemplo …
Me ha hecho mucha ilusión que el arzobispo de Toledo haya hecho un llamamiento a los divorciados a que entren en las iglesias y que hay que atenderles. Vivimos en una sociedad cambiante en la que hay divorciados, separados, hijos que han tenido que vivir con las parejas de sus padres, e incluso hombres que se quieren unir a hombres, o mujeres que se quieren unir a mujeres. Y el problemón que siempre pone la Iglesia es que esa unión no se llame matrimonio. Pues vale, quítele la palabra, pero no le quiera quitar nada más… Me parece que a veces lo que queremos son leyes y atar, y el único que no hizo tantas leyes fue Jesucristo. Ninguna.
 
Tras recorrer el mundo pidiendo y ayudando, ¿reconoce a los hombres buenos?
Sí.
 
¿Y a los malos?
Hay muy pocos. Creo que no he conocido casi ninguno. He conocido gente enferma que son los que matan o hacen las guerras. Lo que pasa es que cuando se curan y reconocen que es un error y un horror, ya es tarde.
 
De todas formas, no todo el mundo entienden el bien de la misma manera. No todas las religiones dicen lo mismo …
Tenemos que ser tolerantes y respetuosos con los demás. Gracias a Dios yo he ido a muchos viajes de los Papas a África, a Irán o a Siria y he visto que se sientan a comer con los jefes de otras iglesias y religiones. Sin embargo,si nuestro hijo se casa con una musulmana, nos llevamos un disgusto …
 
Hombre, sobre todo si nuestra hija se casa con un musulmán, porque se le anulan los derechos …
Sí, pero es su manera de vivir. Es decir, cuando uno va a México, sabe que tiene que tomar chili… Eso sí, los derechos humanos deberían estar protegidos en todos los países y todas las religiones.
 
Personal e intransferible
En el despacho del padre Ángel (bien reducido porque incluso en él ha colocado una mesita para que puedan comer más niños) no caben más fotos: todos los presidentes de los distintos gobiernos de España, personalidades del mundo entero, los dos últimos Papas, personas anónimas… En un momento me habla de los niños sirios que mueren de frío en los campos de refugiados, de cómo los políticos tienen que cambiar el discurso y empezar a dejar de ser agoreros e irradiar optimismo para que cambie la situación y en ese mismo instante le digo: «Usted sólo vive para los demás, Padre». Y me contesta: «No es una virtud, yo admiro a los que fuman o toman un whisky, porque creo que hemos nacido para gozar…. No hay ningún goce mayor que estar con los demás».
 
De cerca
El padre Ángel no quiere hablar ni de asnos ni de mulas ni de estrellas… «Hay cosas más importantes, como que a cuatro horas de avión, en Níger, en un país de 7 millones se mueren 300.000 niños al año de hambre y sed».

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