Miércoles XVI del Tiempo Ordinario: Santa María Magdalena.

Jn 20, 1-2. 11-18

Creo que es uno de los pasajes más bellos de la Escritura. Podríamos ir frase tras frase, y creo que cada una de ellas tiene algo que decirnos. 

Pero para contemplar hoy podríamos quedarnos en dos ideas. 

María va buscando un cuerpo muerto rota por el dolor: Aquel a quien quiere ha sido cruelmente torturado y muerto. Sólo  queda el recuerdo, y hacer lo que se hace por los muertos: en este caso, limpiar su cuerpo, su sepultura, y tal vez hasta ponerle flores. Rota por el dolor. Hasta el punto de no extrañarse de por qué el cadáver no está ahí, de ver unos ángeles, o de quién ha movido la roca de la entrada del sepulcro. Rota por el dolor porque ama intensamente a Aquel que sin condiciones la ha amado y sanado. Y este ha sido ejecutado. 

Ni tan siquiera le descubre cuando alguien le pregunta porqué llora; ahora bien cuando se la llama por su nombre de una forma muy especial,  donde indica que es muy muy conocida por quien la llama, es cuando cae en la cuenta de quién es Aquel que está delante de ella.

Sentirnos hoy llamados por nuestro nombre de esa forma tan especial. Sentir ese amor que derrama el Amante y Amado; sentir que ese Alguien es muy especial en toda nuestra vida. Porque Él nos ha amado, como a María Magdalena, sin condiciones. 

Vivir amados en definitiva, igual que esta mujer. Amados y amando.


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