Miércoles XIX del Tiempo Ordinario

Mt 18, 15-20

Creo que la lectura de este texto desde la clave de la corrección fraterna (¿realmente fraterna?), no es lo más correcto, aunque parezca lo más básico, y sea lo más llamativo. 

Me disgusta profundamente la lectura moralista del Evangelio y de toda la Palabra. 

Creo que la clave está en la llamada a la comunión y a la comunidad. 

Saber que el Señor habita, está y es en cada uno de nosotros, saber que Él habita, está y es en el otro, y que, igual que yo, la otra persona es Presencia de Dios, del Misterio inabarcable de la vida, nos hace caer el cuenta de que el otro es importante para mí. Y, por tanto, la comunión y la comunidad son fundamentales en nuestra vida. 

Contemplar hoy este Evangelio es contemplar esa Presencia de Jesús en nosotros, y es desear y valorar la unión, la comunión con los demás, en nuestro caminar. Porque Él lo desea así, y así nos ha hecho: personas en comunión. Personas que podemos unir el cielo con la tierra, que podemos elevar nuestra plegaria al Padre, que podemos sentir y vivir su Presenciareal en nosotros. 

Cada vez que con los otros vivimos un acto de amor, por pequeño que sea, estamos viviendo el misterio profundo e íntimo de la comunión con Dios. Mucho más cuando sentimos que estamos llamados a hacer el bien donde estemos. El bien, fruto del amor. Unidos con Dios, unidos con los hermanos. 

Me decía un amigo que nuestra vida como creyentes tendría que ser acción  de gracias y ofertorio. Acción de gracias a Dios por el don de la vida, y ofertorio de nuestro ser al Padre. Esta llamada a la comunión, así es: gracias por el otro, buscar lo mejor para él, y ofrecer todo al Señor. Qué así sea.


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