Hace unos días regresaba de una excusión cuando recibía un mensaje de un gran amigo mío anunciándome que la madre de una amiga suya había fallecido. Tuve que hacer memoria porque la había conocido unas semanas antes en la fiesta de cumpleaños de mi amigo. Estuve hablando un buen rato con ella pero tuve que pedir algún detalle más para confirmar que efectivamente era ella. Mi amigo me pidió que me fuera al tanatorio y la acompañara en su nombre. Al principio me sentí descolocado sin saber qué hacer. Era tarde, estaba cansado. Después pensé que son estas cosas las que hacen de mi amigo algo excepcional y fui sin pensarlo. Estando allí, me sentí un mediador, un emisario de amor y consuelo que terminó consolando también en nombre propio. Ese día reconozco haberme hecho medio real del amor de Dios.