Pedro Fabro, un saboyano afable, mártir de la obediencia y del extenuante trabajo, beato de la iglesia. Su fuerte y la eficacia de su apostolado estaba en el trato personal donde hizo milagros. Tal era la presión de las autoridades eclesiásticas por que estuviera en su territorio, que le desplazarán como un peón de ajedrez de Italia a Alemania, de Alemania a España, de nuevo a Alemania y vuelta a España para intentar regresar a Italia, en un trajín que no le deja un momento de reposo y le causará la muerte en siete años. Así fue como Fabro se convirtió en mártir de la obediencia y el extenuante trabajo.