Hoy se cumplen 17 años en que, con un corazón desbordante, escribí mis votos y, en la pequeña y sobria capilla de un monasterio cisterciense de estricta observancia, junto a mis hermanos, elevé mi consagración al cielo.
Hoy quiero darte las gracias María. Con los mismos deseos del corazón y las mismas lágrimas de aquel día en que elevé mis ojos a ti y te acepté como Madre.