[or] Otras lecturas: Hechos 12:1-11; Salmo 34:2-3, 4-5, 6-7, 8-9; 2 Timoteo 4:6-8, 17-18
[h1] Lectio:
No es un mi práctica habitual, pero permítanme recurrir a los textos de la liturgia católica para introducir la Lectio de hoy. Con tan sólo un par de “pinceladas”, el prefacio de la misa nos ofrece un breve retrato de los Apóstoles que celebramos. De Pedro se dice que es “el primero en confesar la fe”, el que “fundó la primitiva Iglesia con el resto de Israel”. De Pablo, que fue “el maestro insigne que la interpretó” y “la extendió a todas las gentes”. Y de ambos, que “por caminos diversos, congregaron la única Iglesia de Cristo” y fueron “coronados por el martirio”.
En muy pocas líneas, la liturgia nos describe, no sólo a los dos Apóstoles fundamentales de la fe cristiana, sino también a la Iglesia primitiva y eterna. Evidentemente, las palabras usadas no son una “definición dogmática” a la manera del Credo de los Apóstoles o de Nicea, sino un simple retrato de los signos visibles que podemos o deberíamos hallar en cualquier comunidad cristiana fiel al Evangelio, sea cual sea su tradición o trasfondo histórico.
Pedro y Pablo, en el contexto de nuestra celebración, no son meros individuos que respondieron al llamamiento de Cristo, sino símbolos en los que podemos descubrir dimensiones complementarias de la riqueza de la Iglesia. “El primero en confesar la fe” describe bien la respuesta de Pedro a la pregunta de Jesús: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?”. Pero, aunque la alabanza de Jesús y sus palabras llamándole “dichoso” se las diga a Pedro, no debemos olvidar que la pregunta de Jesús iba dirigida a “ustedes”, el grupo de discípulos. Es la Iglesia como tal, la comunidad de los creyentes, quien ha respondido y ha confesado a Jesús como “el Mesías, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:16). Y no es sólo Pedro quien se escandaliza ante las palabras de Jesús respecto a su terrible futuro como Mesías de Israel, llamado a cumplir su misión mediante la muerte y la resurrección: es el grupo mismo el que duda, vacila y traiciona a Jesús y a quien éste les dice que siga sus pasos con paciencia y humildad. Al mismo tiempo, Pedro es el la cabeza del “rebañito” y está llamado a “apacentar” a sus hermanos y, junto con ellos, edificar sobre el cimiento que es Cristo el nuevo Israel, cuya Ley y cuyos Profetas no ha venido Jesús a abolir sino a llevar a plenitud.
En cuanto a Pablo, seguidor tardío de la fe cristiana, no es como Simón un viejo pescador convertido en pescador de hombres, sino tejedor de lona para tiendas (Hechos 18:2-3), llamado a seguir la antigua tradición del Israel peregrino por el desierto del mundo gentil y ofrecer el refugio de una Iglesia que no queda confinada ni en el Templo de Jerusalén ni en los límites del territorio, la raza o incluso los ritos sacros de la circuncisión. Es el predicador que cumple la misión que, antes de volver al Padre, le había confiado Jesús a primera Iglesia: “Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones…” (Mateo 28:19-20). Aun siendo un fariseo fiel, estricto observante de la Ley, fue llamado a traspasar los límites legales de las viejas tradiciones y abrir el camino hacia el Evangelio a quienes hasta entonces eran considerados extraños y estaban excluidos de la salvación.
Un último detalle: Pedro y Pablo comparten la corona del martirio y son también símbolos de la “Iglesia confesante”, para la que “martýrion” no sólo significaba “testimonio” o “confesión” del señorío de Cristo, sino derramar la sangre y entregar la vida por el Evangelio.
[h2] Meditatio:
Como puede verse, salvo un par de citas, hoy nuestra Lectio ha sido básicamente una interpretación alegórica o simbólica de los dos personajes históricos reales que celebramos. Pero esos detalles pueden darnos pistas para leer y hallar en nuestros textos algunas preguntas fundamentales en torno a nuestra “confesión de fe”. ¿Hasta qué punto hemos reducido la solemne declaración de Pedro, “Tú eres el Mesías” a algo así como “Tú eres nuestro maestro espiritual, nuestro guía ético”? ¿Qué hemos hecho de los sentimientos de “libertad legal” que experimentó Pablo (¡un fariseo!), convirtiendo nuestra fe en una serie de nuevas normas y reglas? ¿Qué fue de aquel estar dispuestos a “ser sacrificados” si proclamar el Evangelio implicaba el riesgo de verse llevados a los tribunales e incluso ser condenados a muerte? En cuanto a la vida común de la primera Iglesia, ¿con qué frecuencia e intensidad oramos o emprendemos acciones en defensa de nuestros hermanos cristianos que en la actualidad sufren discriminación, persecución, secuestro, tortura o en ocasiones son asesinados?
[h3] Oratio:
Reza por la Iglesia dispersa por todo el mundo: para que los ejemplos de los Apóstoles y los primeros cristianos que dieron testimonio de Cristo nos impulsen a vivir en fidelidad más honda el Evangelio.
Reza por quienes sufren persecución por sus convicciones religiosas: para que encuentren apoyo y protección en medio de los riesgos que corren por confesar su fe.
[h4] Contemplatio:
Cuando escribo estas líneas, un grupo numeroso de niñas siguen secuestradas en Nigeria. Son un caso extremo de la persecución a la que están sometidos un buen número de cristianos en nuestros propios días. No sé si cuando leas esto ya habrán sido liberadas o qué suerte habrán corrido. De todos modos, esta es una buena ocasión para pensar en nuestros hermanos que no disfrutan de libertad religiosa. Igual que hice hace dos años en otra Lectio, te invito a que te dirijas a Ayuda a la Iglesia Necesitada, una fundación católica (www.acn-intl.org), o a International Christian Concern, una ONG no confesional (www.persecution.org). Una y otra pueden resultarte sumamente útiles para obtener noticias fehacientes sobre nuestros hermanos perseguidos y descubrir maneras de ayudarlos en su martirio.
Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón, Sacerdote católico, Arquidiócesis de Madrid, España.