18 de Setiembre de 2016
Vigésimo quinto Domingo del Tiempo Ordinario
EL AMO RECONOCIÓ QUE EL MAYORDOMO HABÍA SIDO LISTO…
Lucas 16:1-13
Texto Evangélico de DHH
Otras lecturas: Amós 8:4-7; Salmo 113:1-2, 4-6, 7-8; 1 Timoteo 2:1-8
Lectio:
El versículo (Lucas 16:8) que he usado como título de la Lectio de hoy, lo admito humildemente, es uno de los más desconcertantes que he hallado en el Nuevo Testamento. Pensé que el problema era mío y se debía a mi incapacidad para entender una expresión oscura… Pero, por desgracia, pronto vi que un buen número de autores cuyos comentarios consulté compartían mi sensación. Un solo detalle, una sola palabra del texto, “kýrios”, es la fuente de una seria duda respecto al significado de la parábola. ¿Quién ese “señor” o “amo” que, pese a la falta de honradez del mayordomo, lo elogia? Si era el señor para el que trabajaba, suena raro que lo recomiende el hombre “cuyos bienes había estado malgastando”. Pero si el sujeto de la frase es el “Señor” con mayúscula, las cosas cobran un cariz muy distinto… Como ven, caminamos sobre arenas movedizas.
Talvez convendría recurrir al enfoque clásico del contexto bíblico (o, en este caso, litúrgico). La semana pasada (aunque no la comentara en detalle), leíamos la parábola del Hijo Pródigo: la historia ponía énfasis en la economía. El hijo menor pedía su herencia, la “malgastaba” y, cuando la ruina financiera y el hambre le obligaban a reflexionar… se “convertía” y volvía al padre. La semana próxima, el Evangelio también tendrá como elemento central la economía, ya que se trata de la parábola del rico amigo del lujo y el pobre Lázaro. Hoy, la economía es el hilo conductor de todo el pasaje de Lucas: además de la parábola del administrador fraudulento, leemos también otras frases en torno al dinero y las riquezas. Para ser sinceros, es importante señalar que Jesús habla de esta dimensión de la vida humana más veces y con mayor rigor que del matrimonio o la ética sexual, dos temas que para muchos cristianos son el núcleo de nuestro código ético. De hecho, este énfasis en la economía, el dinero, las riquezas y la comunicación de bienes son una de las piedras de toque del espíritu de justicia que configuró la Antigua Alianza. En ese sentido, la doctrina de Jesús conecta con la de los profetas: hoy, la primea lectura de Amós no es más que un ejemplo. (Y aun así, creo que la parábola tiene como objeto, no el dinero como tal, sino nuestra “astucia” en la manera de acercarnos al Reino de Dios, seguir sus caminos y proclamarlo.)
Entonces, ¿qué podemos decir del mayordomo y sus maniobras para prepararse un retiro con dignidad? Modificar los pagarés de los deudores era una manera astuta (pero fraudulenta) de ganarse su favor: por gratitud le ofrecerían un nuevo empleo o, como poco, su protección. En cualquier caso. La alabanza (o, al menos, el reconocimiento) del mayordomo no puede justificarse a no ser que aceptemos las matizaciones de Lucas: aunque las acciones del administrador estaban lejos de ser una conducta honrada, las emprendió de manera “sabia” y le proporcionaron la solución para una situación acuciante y difícil. De hecho, incluso siendo injustos, los “hijos de este mundo” son más listos y prudentes al solventar sus asuntos que los “hijos de la luz” (16:8). El resto del pasaje incluye una serie de frases o aforismos en que Lucas reúne la enseñanza de Jesús sobre cómo deben relacionarse los discípulos con el dinero, las riquezas o las propiedades en general, y desarrolla una idea que Pablo presentará en Colosenses 3:5 con una formulación muy sencilla: la codicia es idolatría. En el texto evangélico la representa “Mammón”, como si fuera un ídolo enfrentado a Dios.
Meditatio:
Como sugería al final del segundo párrafo de la Lectio, y a pesar de los aforismos reunidos por Lucas en esta sección del Evangelio, creo que la intención de la parábola, su “moraleja”, no tiene nada que ver con una lección de economía o de crédito. Y sin duda, está lejos de ser un recordatorio de nuestra vocación a vivir con espíritu de pobreza. El objetivo es más sencillo y, por eso mismo, más radical que el contenido de la primera Bienaventuranza. Los dos evangelistas comienzan la serie llamando “bienaventurados” o “dichosos” a quienes son sencillamente “pobres” (Lucas 6:20) o “pobres des espíritu” (Mateo 5:3) porque les pertenece el Reino de los Cielos. Pero tendemos a olvidar que, ante todo, entrar en el Reino implica lucha, acción, búsqueda. La salvación es, sin duda, un don, una gracia de Dios, pero eso no significa que los humanos seamos meros “receptores”. El mismo Lucas (13:24) presenta a Jesús animando a quienes le preguntan: “Procuren entrar por la puesta angosta, porque… muchos querrán entrar y no podrán”. Así, el mayordomo fraudulento no sería un modelo de justicia, lealtad o buena administración, sino de sabiduría o “prudencia” para los cristianos que les prestan más atención y trabajan con más denuedo por sus asuntos mundanos que por el Reino de Dios. Desde este punto de partida, las preguntas adecuadas para nuestra Meditatio surgirán por sí solas.
Oratio:
Recemos por nosotros mismos, que tememos el compromiso, el esfuerzo y el trabajo serio en nuestro camino hacia el Reino de Dios: para que nos sintamos animados a trabajar y dar frutos de justicia y fidelidad al Evangelio.
Pidamos por dos grupos para cuyas vidas es fundamental la economía. Por aquellos para quienes la posición y la estabilidad económica son garantía (falsa y frágil) de felicidad y seguridad; y por los que viven en condiciones extremas de pobreza. Para que los primeros descubran las hondas riquezas del amor y la generosidad de Dios; y para que los segundos no caigan en la desesperanza y alcancen la ayuda eficaz que necesitan.
Contemplatio:
Sabemos que la salvación es un don de Dios, pero también sabemos que estamos llamados a responder con una actitud responsable y madura a esa gracia. Al igual que el administrador de la parábola, tenemos que dar cuentas a Dios. Volvamos a leer la parábola de los Talentos (Mateo 25:14-30), y consideremos nuestra propia misión como diligentes administradores de los dones de Dios.
Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón, Sacerdote católico, Arquidiócesis de Madrid, España