21 de Agosto de 2016
Vigésimo primer Domingo del Tiempo Ordinario
PROCUREN ENTRAR POR LA PUERTA ANGOSTA…
Lucas 13:22-30]
Texto Evangélico de DHH
Otras lecturas: Isaías 66:18-21; Salmo 117:1, 2 (Marcos 16:15); Hebreos 12:5-7, 11-13
Lectio:
Los textos de hoy abordan una doble dimensión de una idea básica que configuró la mentalidad de Israel desde sus comienzos hasta nuestros días: que eran el Pueblo Escogido. Esa concepción de la realidad se apoyaba en dos puntos: la ascendencia y la Ley. Como hemos visto en varias ocasiones, ese enfoque explica la importancia de las genealogías, que se refleja en el hecho de que Mateo y Lucas incluyan la de Jesús en sus Evangelios: Jesús no es un extraño, sino que tiene sus raíces en la historia de Israel. En cuanto a la Ley, la Alianza entre Yahveh y su pueblo, se la consideraba no como un pacto semejante a los que existían en Oriente Medio entre reyes soberanos y príncipes vasallos, sino como la esencia de la identidad de Israel y la garantía de su salvación. De aquí la importancia por partida doble de la pregunta que tantas veces le plantean a Jesús: “¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley?”(Mateo 22:34-40; Marcos 12:28-34; Lucas 10:25-28).
Hoy le formulan la pregunta de distinta manera, que va un paso más allá de la mera observancia de la Ley. Básicamente, quien se dirige a Jesús da por sentado que pertenece a un grupo que se toma en serio la Ley y vive según las normas de justicia y moralidad de la Alianza. Pero, aunque siga los consejos y orientaciones de los maestros de la Ley, incluso el justo cae “siete veces” (Proverbios 24:16), de tal modo que seguimos en el ámbito oscuro de las dudas y la incertidumbre respecto a la “vida eterna”, la salvación y la felicidad futura en el cielo. En realidad, el hombre espera que le ratifiquen en su estado de justicia: “No te agobies, los “parroquianos” tenemos reservado nuestro puesto en el cielo…”
Las palaras de Jesús no son una respuesta directa, sino que sitúa la pregunta en un ámbito distinto y más radical. La pregunta se refiere a la cantidad, “¿son pocos los que se salvan?”, aunque presupone que “nosotros” ya estamos salvados porque vivimos según la Alianza o porque tenemos “contactos” (“Hemos comido y bebido contigo…”). Para Jesús, eso no es suficiente o, para ser más precisos, esa no es la pregunta adecuada ni el criterio acertado que haya que considerar. Su respuesta sigue un trazado distinto, el de los medios: cómo salvarse, cómo entrar en el banquete del reino de Dios. La imagen la conocen quienes están familiarizados con la Escritura (Isaías 25:6-12 describe la reunión de las naciones como un gran banquete que Dios les ofrece en el monte Sión), y también la usa Jesús en varias ocasiones (p. ej., Mateo 8:11-12; 22:1-14; Lucas 14:15-24). La imagen, además, cumple un doble propósito. Primero, muestra la generosidad de Dios: la salvación, la participación en el Reino es un regalo, una invitación de Dios mismo, no un derecho adquirido por los méritos humanos, la historia, la tradición o el linaje. Esta idea conecta con algo que pocos en Israel podrían entender, aunque también estaba presente en la Escritura: que la salvación de Dios estaba abierta a todos los hombres (el Salmo 87 podría ser un ejemplo). El texto de Isaías lleva hasta el límite esa idea cuando afirma que zxcdfcDios podría escoger a gente de otras naciones para que fueran “sacerdotes y levitas”. La otra dimensión es que la invitación al banquete de Dios exige cierta “indumentaria”, una actitud que va más allá del hecho de “conocer” al Señor o pertenecer al Pueblo Elegido. Entrar en el banquete implica escoger la “puerta angosta”, aceptar sus condiciones (y ya sabemos lo exigentes que son)… De lo contrario, corremos el riesgo que “cierren la puerta” y nos dejen fuera de la sala del banquete.
Meditatio:
Al leer estos textos tendemos a proyectarlos exclusivamente sobre el pueblo de Israel: pensaban que eran la única nación llamada a la salvación, la idea de haber sido escogidos por Yahveh hacía que se sintieran superiores a los demás… Y no nos damos cuenta de que cada detalle de esos sentimientos de exclusividad pueden encontrarse en nosotros, los cristianos, cuando nos comparamos con otros, ya sean no cristianos o cristianos de otras comunidades…
Algo semejante podría decirse de nuestra constante necesidad de conversión y esfuerzo por entrar por la puerta angosta con todo el sacrificio y renuncia que eso significa. Un par de preguntas complejas: ¿En qué medida reproducimos los sentimientos y actitudes que Jesús critica en el Evangelio de hoy? ¿Con cuánto orgullo y autosuficiencia inanes nos sentimos y actuamos al entender nuestro compromiso con Jesús y su llamamiento?
Oratio:
Recemos por nosotros: para que el Señor nos conceda el don de una humildad realista para aceptar que no hemos hecho ningún mérito para forma parte del Pueblo de Dios redimido por la sangre de Jesús derramada en la cruz.
Pidamos por las comunidades cristianas: para que rechacen todo sentimiento de superioridad y orgullo y reconozcan la necesidad constante de convertirse y compartir los sentimientos de Jesús, que tomó la condición de esclavo y se entregó libremente a la muerte por fidelidad a los planes del Padre.
Contemplatio:
Como habrán visto, ni la semana pasada ni esta he mencionado explícitamente los textos de Hebreos. Es ahora el momento de dirigir la mirada a los dos e intentar comprender que la disciplina, la renuncia y el sufrimiento son partes esenciales de nuestro seguimiento de Jesús y de nuestra fidelidad a los designios del Padre para nuestra vida. El autor de Hebreos nos daba una pista para entender lo duro que nos resulta aceptar esos planes cuando implican algún sacrificio. “Aún no han tenido que llegar hasta la muerte en su lucha contra el pecado…” (12:4). Esta es una senda abierta para compararnos con quienes ahora mismo están siendo llevados literalmente a la muerte por el Evangelio.
Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón, Sacerdote católico, Arquidiócesis de Madrid, España