Otras lecturas: Hechos 3:13-15, 17-19; Salmo 4:2, 4, 7-8, 9; 1 Juan 2:1-5
Lectio:
Este Tercer Domingo de Pascua nos presenta otro relato de una aparición del Señor. Conecta, de hecho, con el episodio de los discípulos que van de camino a Emaús (Lucas 24:13-35): justo cuando éstos están en Jerusalén contándoles a los Once y a otro grupo lo que les ha pasado, se aparece Jesús en medio de ellos. Además de estos dos pasajes, también deberíamos tener en cuenta las apariciones a los Diez y a Tomás en el Evangelio de Juan (20:19-29), ya que comparten un buen número de rasgos comunes que pueden enriquecer nuestra Lectio.
Siempre que aparece Dios entre los humanos como personaje visible (un ángel, tal como en los casos de Zacarías o María, los pastores o las mujeres que iban al sepulcro), la reacción inmediata es una mezcla de asombro, temor o incluso incredulidad. Obviamente, lo primero que necesitan es sosiego: “No teman”, “No se asusten” son las palabras que oyen al punto (Mateo 28:5 y 10; Marcos 16:6; Lucas 1:13, 30; 2:10). En el pasaje del Evangelio de hoy, la reacción presenta la típica mezcla de sentimientos encontrados. Los discípulos experimentan susto e incredulidad, lo normal ante lo que no saben si es un espíritu o un fantasma. Jesús trata de disipar sus sentimientos mediante un doble signo: mostrándoles las manos y los pies (tal como había hecho en el Evangelio de Juan) y compartiendo la comida, un poco de pescado (igual que había compartido el pan con los dos de Emaús). Sus sentimientos se convirtieron en la in credulidad gozosa de quienes piensan que aquello es demasiado hermoso para ser verdad.
Pero la realidad de la aparición no puede limitarse a los sentimientos o las emociones: necesitaban (necesitamos) una explicación racional para lo que estaba pasando. Y en este caso, los detalles que nos ofrece el Evangelio son también complejos. En el caso de los caminantes de Emaús, las explicaciones que les da Jesús en torno a lo que anunciaron los Profetas sobre su pasión, muerte y resurrección no pare que tuvieran mucho efecto: sólo cuando ven a Jesús partiendo el pan descubren el sentido de sus palabras. En este caso, el signo “ratifica” las explicaciones de Jesús acerca de lo que habían dicho “Moisés y los profetas”. En el pasaje de hoy, sólo después que los discípulos vieran las manos y los pies del Señor y cómo comía el pescado es cuando sus palabras inundan de luz sus mentes y pueden comprender el significado de la Escritura y cómo ésta se había cumplido en los acontecimientos que habían sucedido en Jerusalén.
Todavía hay más coincidencias. Tanto en el evangelio de Juan colmo en el pasaje de hoy, hay una “misión” confiada a los discípulos: han de ser “testigos” de todo aquello y anunciarlo teniendo muy presente un objetivo: “el perdón de los pecados” (Juan 20:21-23; Lucas 24:47-48). Es así como concluyen las palabras de Pedro a la muchedumbre el día de Pentecostés: tras relacionar la curación del mendigo paralítico con la historia de Jesús y la tradición (interpretación del signo), les urge a que se arrepientan para que se borren sus pecados (Hechos 3.19). El mismo tema, desde una perspectiva distinta, lo aborda nuestra segunda lectura. En este caso, Juan escribe a una comunidad cristiana, convertida ya a Jesús pero, no obstante, capaz de cometer pecados. La llamada, pues, no es a la conversión sino a la humildad y la confianza: reconocer que no podemos alardear de que conocemos al Señor si el pecado está presente en nuestras vidas.
Meditatio:
Las lecturas de hoy nos transmiten un mensaje central de nuestra fe. Celebramos la Pascua, el cumplimiento de los designios de Dios para con la humanidad. Y eso nos empuja a volver la mirada a los acontecimientos que tuvieron lugar inmediatamente después de la resurrección de Jesús. Los discípulos vieron sus manos y sus pies, comieron con él, escucharon sus palabras… Recordemos aquellos acontecimientos, pero también la manera en que Juan expresó lo que significaban y las consecuencias que tuvieron para él y para los primeros creyentes (1 Juan 1:1-4). Lo que experimentaron fue una fuente de gozo para ellos y para quienes los siguieron a lo largo del tiempo. Nosotros, por desgracia, no tenemos delante ni signos visibles ni palabras pronunciadas por Jesús. Y aun así, ¡también nosotros somos “dichosos” por el don de la fe (Juan 20:29)! Podríamos preguntarnos ahora: ¿cuáles son las heridas del Señor que hoy podemos ver o las comidas que con él podemos compartir? La respuesta podría incluir desde quienes, al lado nuestro, sufren física, afectiva o espiritualmente, en los que podemos encontrar a Jesús pidiendo auxilio para resucitar a una vida nueva…. hasta quienes comparten con nosotros la cena eucarística y a quienes no permitimos compartir el resto de nuestras vidas. En otras palabras: ¿podemos encontrar los signos y las palabras que nos ofrece Jesús cada día? O, dicho desde otra perspectiva: ¿damos testimonio del Señor con signos y palabras?
Oratio:
Una oración de doble cara este domingo. Recemos por la comunidad (Iglesia, parroquia, grupo de oración) a la que pertenecemos: para que seamos testigos vivos “en signos y palabras” del Cristo resucitado, fuente de gozo y vida.
Por quienes buscan una respuesta: para que hallen los signos y palabras de los primeros en creer, quienes vieron y escucharon el testimonio de los primeros cristianos: para que lleguen a la fe en Jesús nuestro Salvador.
Contemplatio:
Pon en práctica el estilo de Jesús. Busca un signo (una mano de amigo, cualquier servicio práctico que puedas ofrecer) o una palabra (un consejo, incluso prestar oído puede ser una auténtica “palabra”) en los que los demás y tú mismo puedan descubrir que es verdad: Jesús ha resucitado de entre los muertos.
Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón,
Sacerdote católico,
Arquidiócesis de Madrid, España