Lectio:
Se podría resumir el contenido de la liturgia de hoy con un par de frases. La Iglesia cristiana es una comunidad de creyentes que comparten todas las dimensiones de la vida, desde las posesiones materiales hasta una fe común expresada en el culto y en un nuevo signo, la fracción del pan. Movidos por el Espíritu, adoran a Dios Padre y proclaman a Jesús como Cristo resucitado, esto es, Hijo de Dios, divino y humano al mismo tiempo. Su misión es anunciar un mensaje de perdón de los pecados y de salvación para toda la humanidad.
Eso es lo que, a grandes rasgos, nos comunican las lecturas. Cada pasaje tiene un contexto y unos protagonistas distintos. Los Hechos nos presentan una Iglesia “joven”, que vive, al menos idealmente, el mensaje de fraternidad y reconciliación, el “espíritu del Reino” anunciado por Jesús. El Evangelio de Juan piensa en una comunidad que vive bajo la amenaza de la persecución en dos mundos y en dos épocas. Los discípulos primeros perciben el peligro de padecer la misma suerte que acaba de sufrir el Maestro y, consecuentemente, “se reúnen con las puerta cerradas por miedo a los judíos”. Pero eso refleja al mismo tiempo la situación de persecución del momento en que se escribe el Evangelio. En cualquier caso, el primer mensaje que captamos es de gozo y confianza en el Señor. “La paz sea con ustedes”, el saludo judío habitual, cobra una dimensión nueva en ese contexto y nos recuerda las palabras de Jesús cuando les anunció la futura la zozobra: ”Aunque ustedes estén tristes, su tristeza se convertirá en alegría… Les digo todo esto para que encuentren paz en su unión conmigo. En el mundo, habrán de sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo” (16:20-33). El soplo del Espíritu es mucho más que un símbolo: los transforma en criaturas nuevas, una comunidad enviada a perdonar los pecados y a llevar un nuevo estilo de vida (representada por la Iglesia de Jerusalén descrita en Hechos). No es ninguna coincidencia el que Juan presente como una unidad la resurrección de Jesús, su ascensión al Padre y Pentecostés en una misma fecha: el Domino, el primera día de la semana, el comienzo de la nueva creación… y el día en que los primeros cristianos se reunían para celebrar “la fracción del pan”.
Las dos apariciones a los discípulos encerrados en casa presentan un auténtica diferencia frente a la escena de la semana pasada. En el huerto, los tres personajes “ven”. Tanto el discípulo amado como Pedro “vieron” la tumba vacía, pro sólo aquel “vio y creyó” (20:8). En cuanto a María Magdalena, vio a Jesús y creyó, pero cuando fue a contárselo a los otros, no parece que su testimonio provocara ninguna reacción, pues siguieron temerosos y cerrados en casa. Tomás muestra la misma actitud de incredulidad. De hecho, el Evangelio no menciona ninguna “duda”. Lo único que pide Tomás es “ver”, lo mismo que los otros Diez, que “se alegraron de ver al Señor” (20:20). Las palabras de Jesús son un mensaje para alentar a quienes, en el futuro, tengan que creer sin ninguna “prueba visual” sino gracias al testimonio puramente verbal de los otros creyentes.
En cualquier caso, la profesión de fe de Tomás va más allá de cualquier otra afirmación semejante anterior y resume la esencia de nuestra fe cristiana: Jesús no es sólo un rabino, un maestro, un señor al que sus discípulos o sus criados puedan seguir o someter su vida. Las palabras de Tomás son, estrictamente hablando, una respuesta en la fe a la declaración de Yahveh en el Antiguo Testamento: “Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios” (Jeremías 32:38). Son, además, el último paso del proceso seguido por el Evangelio de Juan: En el principio, “la Palabra era Dios”, esa Palabra se hizo hombre, Jesús (1:1 y 14), y ese mismo Jesús no sólo es el “Mesías/Cristo, el Hijo de Dios” en palabras de Marta (11:27), sino que es “Señor y Dios” (20:28).Esa convicción se refleja en nuestro fragmento de 1 Juan. Toda la carta insiste en los dos focos de nuestra fe cristológica: la condición humana, física y material de la Palabra (1:1-4), y su naturaleza divina y salvadora. El Espíritu, presente en su Bautismo por agua, la sangre derramada en la cruz, y una vez más el Espíritu que “entregó” Jesús al morir (19:30), todos ellos dan testimonio de qué y quién era Jesús.
Meditatio:
Cualquiera de los personajes individuales o colectivos de nuestras lecturas puede proporcionarnos ejemplos de comportamiento como creyentes. Las coincidencias entre nuestras propias actitudes y las suyas pueden ser negativas o positivas, pero en cualquier caso siempre serán iluminadoras. Como de costumbre, algunas preguntas para meditar. ¿Compartimos los temores que sintieron los primeros discípulos? En su caso, el temor era comprensible: ni habían visto al Señor ni habían recibido el Espíritu… Sé que resulta espinoso hablar de economía cuando abordamos nuestra relación con nuestra comunidad. Pero aunque pensemos que Lucas “idealiza” a la Iglesia de Jerusalén, ¿tenemos la misma actitud solidaria que tenían ellos? ¿Es tan fuerte nuestro amor a Dios como para hacernos pensar que sus mandamientos “no son una carga”? ¿Qué clase de heridas de los clavos necesitamos ver para proclamar que Jesús es “nuestro Señor y nuestro Dios”? Puedes seguir, si te parece…
Oratio:
Sé que puedo resultar reiterativo, pero te invito una vez más a rezar especialmente por nuestros nuevos mártires, los cristianos perseguidos, que no están “cerrados en una casa”, sino que tienen que abandonar sus hogares y su tierra, viven en campos de refugiados y sufren verdadera tortura y mueren a causa de su fe: para que reciban fortaleza y auxilio de lo alto, así como solidaridad de otros cristianos que gozamos de libertada religiosa en nuestros propios países.
Reza por quienes necesitan “pruebas” para creer en Cristo y aceptarle cono Dios y Señor: para que el testimonio de los cristianos les ayude a que se les abran los ojos, “vean” a Jesús y se sumen a la comunidad de creyentes.
Contemplatio:
Imagínate “cerrado” en la sala con los discípulos. Trata de comprender su miedo, su angustia y su incertidumbre. Imagínate como un cristiano sirio (puedes pensar en otra nacionalidad). Trata de comprender su miedo, su angustia y su incertidumbre. ¿Puedes ver alguna medida o algún paso para vencer tus propios miedos y ayudar de manera eficaz a quienes ahora viven en situaciones de verdadero peligro y angustia por el hecho de ser cristianos?
Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón,
Sacerdote católico,
Arquidiócesis de Madrid, España