Lectio Divina 2015-03-22: La Pasión de Jesús

 
Del Evangelio Según San Marcos
 
Capítulo 14
 
1 Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de los panes Acimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban la manera de arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte.
 
2 Porque decían: «No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo».
 
3 Mientras Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón el leproso, llegó una mujer con un frasco lleno de un valioso perfume de nardo puro, y rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús.
 
4 Entonces algunos de los que estaban allí se indignaron y comentaban entre sí: «¿Para qué este derroche de perfume?
 
5 Se hubiera podido vender por más de trescientos denarios para repartir el dinero entre los pobres». Y la criticaban.
 
6 Pero Jesús dijo: «Déjenla, ¿por qué la molestan? Ha hecho una buena obra conmigo.
 
 
(Continúa) 
 
 
 
7 A los pobres los tendrán siempre con ustedes y podrán hacerles bien cuando quieran, pero a mí no me tendrán siempre.
 
8 Ella hizo lo que podía; ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura.
 
9 Les aseguro que allí donde se proclame la Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo».
 
10 Judas Iscariote, uno de los Doce, fue a ver a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús.
 
11 Al oírlo, ellos se alegraron y prometieron darle dinero. Y Judas buscaba una ocasión propicia para entregarlo.
 
12 El primer día de la fiesta de los panes Acimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?».
 
13 El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo,
 
14 y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: «¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?».
 
15 El les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario».
 
16 Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
 
17 Al atardecer, Jesús llegó con los Doce.
 
18 Y mientras estaban comiendo, dijo: «Les aseguro que uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo».
 
19 Ellos se entristecieron y comenzaron a preguntarle, uno tras otro: «¿Seré yo?»
 
20 El les respondió: «Es uno de los Doce, uno que se sirve de la misma fuente que yo.
 
21 El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!».
 
22 Mientras comían, Jesús tomo el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo».
 
23 Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella.
 
24 Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos.
 
25 Les aseguro que no beberá más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios».
 
26 Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos.
 
27 Y Jesús les dijo: «Todos ustedes se van a escandalizar, porque dice la Escritura: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas.
 
28 Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea».
 
29 Pedro le dijo: «Aunque todos se escandalicen, o no me escandalizaré».
 
30 Jesús le respondió: «Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces».
 
31 Pero él insistía: «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré». Y todos decían lo mismo.
 
32 Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos: «Quédense aquí, mientras yo voy a orar».
 
33 Después llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a angustiarse.
 
34 Entonces les dijo: «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí velando».
 
35 Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, de ser posible, no tuviera que pasar por esa hora.
 
36 Y decía: «Abba –Padre– todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya».
 
37 Después volvió y encontró a sus discípulos dormidos. Y Jesús dijo a Pedro: «Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora?
 
38 Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque es espíritu está dispuesto, pero la carne es débil».
 
39 Luego se alejó nuevamente y oró, repitiendo las mismas palabras.
 
40 Al regresar, los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño, y no sabían qué responderle.
 
41 Volvió por tercera vez y les dijo: «Ahora pueden dormir y descansar. Esto se acabó. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.
 
42 ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar».
 
43 Jesús estaba hablando todavía, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos.
 
44 El traidor les había dado esta señal: «Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo y llévenlo bien custodiado».
 
45 Apenas llegó, se le acercó y le dijo: «Maestro», y lo besó.
 
46 Los otros se abalanzaron sobre él y lo arrestaron.
 
47 Uno de los que estaban allí sacó la espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja.
 
48 Jesús les dijo: «Como si fuera un bandido, han salido a arrestarme con espadas y palos.
 
49 Todos los días estaba entre ustedes enseñando en el Templo y no me arrestaron. Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras».
 
50 Entonces todos lo abandonaron y huyeron.
 
51 Lo seguía un joven, envuelto solamente con una sábana, y lo sujetaron;
 
52 pero él, dejando la sábana, se escapó desnudo.
 
53 Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y allí se reunieron todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas.
 
54 Pedro lo había seguido de lejos hasta el interior del palacio del Sumo Sacerdote y estaba sentado con los servidores, calentándose junto al fuego.
 
55 Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un testimonio contra Jesús, para poder condenarlo a muerte, pero no lo encontraban.
 
56 Porque se presentaron muchos con falsas acusaciones contra él, pero sus testimonios no concordaban.
 
57 Algunos declaraban falsamente contra Jesús:
 
58 «Nosotros lo hemos oído decir: «Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre»».
 
59 Pero tampoco en esto concordaban sus declaraciones.
 
60 El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie ante la asamblea, interrogó a Jesús: «¿No respondes nada a lo que estos atestiguan contra ti?».
 
61 El permanecía en silencio y no respondía nada. El Sumo Sacerdote lo interrogó nuevamente: «¿Eres el Mesías, el Hijo de Dios bendito?».
 
62 Jesús respondió: «Así, yo lo soy: y ustedes verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo».
 
63 Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?
 
64 Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?». Y todos sentenciaron que merecía la muerte.
 
65 Después algunos comenzaron a escupirlo y, tapándole el rostro, lo golpeaban, mientras le decían: «¡Profetiza!». Y también los servidores le daban bofetadas.
 
66 Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las sirvientas del Sumo Sacerdote
 
67 y, al ver a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente y le dijo: «Tú también estabas con Jesús, el Nazareno».
 
68 El lo negó, diciendo: «No sé nada; no entiendo de qué estás hablando». Luego salió al vestíbulo.
 
69 La sirvienta, al verlo, volvió a decir a los presentes: «Este es uno de ellos».
 
70 Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los que estaban allí dijeron a Pedro: «Seguro que eres uno de ellos, porque tú también eres galileo».
 
71 Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando.
 
72 En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro recordó las palabras que Jesús le había dicho: «Antes que cante el gallo por segunda vez, tú me habrás negado tres veces». Y se puso a llorar.
 
Capítulo 15
 
1 En cuanto amaneció, los sumos sacerdotes se reunieron en Consejo con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín. Y después de atar a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato.
 
2 Este lo interrogó: «¿Tú eres el rey de los judíos?». Jesús le respondió: «Tú lo dices».
 
3 Los sumos sacerdotes multiplicaban las acusaciones contra él.
 
4 Pilato lo interrogó nuevamente: «¿No respondes nada? ¡Mira de todo lo que te acusan!».
 
5 Pero Jesús ya no respondió a nada más, y esto dejó muy admirado a Pilato.
 
6 En cada Fiesta, Pilato ponía en libertad a un preso, a elección del pueblo.
 
7 Había en la cárcel uno llamado Barrabás, arrestado con otros revoltosos que habían cometido un homicidio durante la sedición.
 
8 La multitud subió y comenzó a pedir el indulto acostumbrado.
 
9 Pilato les dijo: «¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos?».
 
10 El sabía, en efecto, que los sumos sacerdotes lo habían entregado por envidia.
 
11 Pero los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir la libertad de Barrabás.
 
12 Pilato continuó diciendo: «¿Qué debo hacer, entonces, con el que ustedes llaman rey de los judíos?».
 
13 Ellos gritaron de nuevo: «¡Crucifícalo!».
 
14 Pilato les dijo: ¿Qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: ¡Crucifícalo!
 
15 Pilato, para contentar a la multitud, les puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.
 
16 Los soldados lo llevaron dentro del palacio, al pretorio, y convocaron a toda la guardia.
 
17 lo vistieron con un manto de púrpura, hicieron una corona de espinas y se la colocaron.
 
18 Y comenzaron a saludarlo: «¡Salud, rey de los judíos!».
 
19 Y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y, doblando la rodilla, le rendían homenaje.
 
20 Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto de púrpura y le pusieron de nuevo sus vestiduras. Luego lo hicieron salir para crucificarlo.
 
21 Como pasaba por allí Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que regresaba del campo, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús.
 
22 Y condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que significa: «lugar del Cráneo».
 
23 Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó.
 
24 Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno.
 
25 Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron.
 
26 La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: «El rey de los judíos».
 
27 Con él crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
 
28 (Y se cumplió la Escritura que dice: «Fue contado entre los malhechores»)
 
29 Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían: ¡«Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar,
 
30 sálvate a ti mismo y baja de la cruz!».
 
31 De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y decían entre sí: «¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo!
 
32 Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos!». También lo insultaban los que habían sido crucificados con él.
 
33 Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde;
 
34 y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: «Eloi, Eloi, lamá sabactani», que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».
 
35 Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: «Está llamando a Elías».
 
36 Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo: «Vamos a ver si Elías viene a bajarlo».
 
37 Entonces Jesús, dando un grito, expiró.
 
38 El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
 
39 Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él, exclamó: «¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!».
 
40 Había también allí algunas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé,
 
41 que seguían a Jesús y lo habían servido cuando estaba en Galilea; y muchas otras que habían subido con él a Jerusalén.
 
42 Era día de Preparación, es decir, vísperas de sábado. Por eso, al atardecer,
 
43 José de Arimatea –miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios– tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.
 
44 Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al centurión y le preguntó si hacía mucho que había muerto.
 
45 Informado por el centurión, entregó el cadáver a José.
 
46 Este compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro.
 
47 María Magdalena y María, la madre de José, miraban dónde lo habían puesto.
 
PALABRA DE DIOS
 
 
HAYA EN VOSOTROS ESTE SENTIR QUE HUBO EN CRISTO JESÚS…
Marcos 14:1 – 15:47
Texto evangélico de DHH
 
Otras lecturas: Bendición y Procesión con los Ramos: Marcos 11:1-10 o Juan 12:12-16. Misa: Isaías 50:4-7; Salmo 22:8-9, 17-18, 19-20, 23-24; Filipenses 2:6-11. 
 
Lectio:
El encabezamiento de hoy, el primer versículo de nuestra lectura de Filipenses, podría ser el hilo conductor al abordar esta primera celebración de la Semana Sana. La actitud de Jesús, anunciada en el texto de Isaías, es de negación de sí mismo y renuncia: “se vació de sí mismo”, convirtiéndose en el siervo sufriente, y así cumplió por voluntad propia la voluntad del Padre. La fidelidad a los designios de Dios, expresada en su obediencia de hombre libre, es tal vez el rasgo que mejor describe la actitud de Jesús a lo largo de toda su vida. A imitar esa actitud es a lo que exhorta Pablo a los cristianos de Filipos en su introducción al himno cristológico. 
Los cuatro relatos de la Pasión nos ofrecen, no sólo la descripción de los acontecimientos de los últimos días de la vida de Jesús, sino que al mismo tiempo nos proporcionan un retrato de las gentes que rodeaban al rabí y profeta al que habían seguido, admirado, reconocido como hombre de Dios, traicionado y abandonado. Esos personajes bien pueden ser el espejo en que veamos los rasgos de nuestra propia personalidad y nuestra actitud en el seguimiento de Jesús. Si miramos en profundidad, ninguno de ellos es absolutamente malvado (ni siquiera Judas), y todos ellos juntos presentan una imagen completa de nuestra contradictoria naturaleza humana. Para Pablo, sin duda, la comunidad de Filipos, y en ese sentido cualquier comunidad cristiana, es una imagen de Cristo, su cuerpo visible en este mundo; de aquí la importancia de su comportamiento en medio de su generación, donde han de brillar como luces vivas (2:15).
El primer personaje que hallamos no parece formar parte de la Pasión, pero ella y sus acciones son el mejor anuncio y una clave básica para todos los acontecimientos que están a punto de ocurrir. Después de su entrada en Jerusalén, la “purificación” del Templo y sus largas discusiones con sus adversarios, Jesús vuelve a Betania. Allí, en casa de Simón el leproso, una mujer desconocida (no es una pecadora, ni María la hermana de Marta y Lázaro, ni la Magdalena), le unge, y el derroche que supone aquel perfume carísimo provoca el escándalo de los presentes. Nadie es capaz de captar el signo profético que sólo Jesús entiende y explica: “ha perfumado mi cuerpo de antemano para mi entierro” (14:8). También ha anticipado el papel que Jesús como rey y sacerdote desempeñará en su Pasión. Curiosamente, de ella se recordará el gesto, aunque no sepamos su nombre (14:9). Y su actitud de generosidad silenciosa y devoción se verá completada por las palabras del centurión romano: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (15:39). Un pagano proclamará lo que había enunciado Marcos en la primera línea de su Evangelio. Como siempre, la paradoja: una mujer y un gentil encierran, como en un paréntesis, los misterios de la pasión y muerte de Jesús. 
Los discípulos merecen especial atención. Los tres más próximos a Jesús no pudieron “mantenerse despiertos ni una hora” (14:37) mientras él se sentía “afligido y angustiado” y rezaba por verse libre de aquella hora (14:33-35). Incluso Simón, que había alardeado de la firmeza de su fe y de que estaría dispuesto a “morir con él” (14:29-31), jurará que no le conoce (14:66-72). Judas, “uno de los doce” como subraya Marcos, le traicionará (14:10-11), y el beso con que saludará a Jesús será la señal para quienes van a arrestarle y llevarle preso (14:43-46). Uno de los presentes (suponemos que un discípulo) trató de defenderle con una espada (14:47); otro, un joven, escapó aunque aquello supusiera la vergüenza de quedarse desnudo (14:51). Pero, al final, estaban tan asustados ante los acontecimientos, que todos los discípulos lo abandonaron y huyeron (14:50). 
En cuanto a las autoridades, sabemos de sobra el papel que desempeñaron. Quienes pertenecían a la clase dirigente religiosa, sacerdotes, fariseos, escribas, estaban convencidos de que Jesús constituía un verdadero peligro para su estabilidad social y política: después de recurrir a testigos falsos para que adujeran pruebas y así poder entregarle a Pilato, el gobernador romano (14:55-61), fue Jesús mismo quien les proporcionó la excusa para llevar a cabo sus planes. Sus palabras, “Yo soy” (14:62), significaban identificarse con Dios, eran una auténtica blasfemia y merecían la pena de muerte (14:53-64). 
La misma multitud que había recibido a Jesús con himnos y vítores y había alfombrado el suelo con sus capas y con ramas mientras avanzaba a lomos de un burro (11:8-10) gritará ante Pilato “¡Crucifícalo!” unos días más tarde (15:6-15). Algunos de ellos, al verle en la cruz, lo insultarán, mientras que los sacerdotes y los maestros de la ley se burlarán de él. Lo mismo harán incluso los dos bandidos crucificados con él (15:29-32).
Los personajes romanos desempeñan los papeles que cabía esperar en circunstancias semejantes. Pilato no quería problemas con una multitud rebelde (Jerusalén estaba atestada de gentes venidas para la celebración de la Pascua y, como hemos visto, eran fáciles de enardecer y manipular), y tras un tibio intento de intercambiar a Jesús por Barrabás y aunque sabía las razones tortuosas invocadas por las autoridades judías, decidió “quedar bien con la gente” y se “lo entregó para que lo crucificaran (15:1-15). En cuando a los soldadesca romana, la crueldad de sus acciones responde, desgraciadamente, a las prácticas comunes con los prisioneros.
Quedan aún otros personajes cerca de Jesús. Debía de estar muy débil cuando tuvieron que recurrir a un transeúnte, Simón de Cirene, para que llevara el travesaño dela cruz (15:21). Aunque se viera forzado a realizar aquella tarea (las autoridades podían exigir ese tipo de servicio) y nada sepamos de sus sentimientos religiosos, Simón desempeña un profundo papel simbólico: su acción recuerda las exigencias que había planteado Jesús a quien quisiera seguirle: olvidarse de sí mismo y cargar con la cruz son las dos condiciones principales (8:34). Al leer o escuchar este pasaje, los cristianos perseguidos de aquel tiempo debían de entender con toda claridad lo que quería decir Jesús. 
Las mujeres: no sólo las que aparecen con su nombre (María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé), sino también el grupo de quienes le habían seguido hasta Jerusalén, están allí y, aunque de lejos, no abandonan al maestro. Por eso serán las primeras testigos de la resurrección. 
Sólo tras la muerte de Jesús entrará en escena otro personaje: José de Arimatea, que se hará cargo del cuerpo y lo enterrará. Una sábana de lino sin más y ningún ungüento o perfume: Jesús ya ha sido ungido por la desconocida que habría de ser recordada “donde se anuncie la buena noticia” (14:9).   
 
Meditatio:
Con toda franqueza, la lectura de la pasión es tan rica, que no me atrevo a ofrecer orientaciones para nuestra Mediatio. Cualquier manera de abordarla puede resultar válida. Humildemente sugiero comparar las acciones de los personajes que hemos visto comparándolos con los sentimientos que pudo o debió de experimentar Jesús en relación con ellos, y tratar de entender de qué manera estaba siguiendo los designios del Padre. O intenta identificarte con algunos de esos personajes y descubrir lo que compartes con ellos. O trata de encontrar en tu propio entorno circunstancias semejantes a las descritas en el texto: orgullo y autosuficiencia, traición, intereses egoístas, temores ocultos, ingratitud… Y valor y piedad, compasión y solidaridad, generosidad humilde y acción eficaz… La lista de elementos, positivos y negativos, es interminable. En cualquier caso, busca la manera de acercarte cuanto puedas al Jesús Sufriente que murió por nosotros. 
 
Oratio:
Mientras escribía estas líneas, oigo las noticias: en una playa cerca de Trípoli han decapitado a 21 cristianos egipcios de la Iglesia Copta por el mero hecho de seguir a Jesús. Recemos –sé que les he instado a ello en muchas ocasiones- por nuestros hermanos y hermanas que están siendo literalmente perseguidos a muerte a causa de su fe: para que Jesús, cuyos pasos siguen, los conforte en su propia “pasión”.   
Además de esta intención particular, creo que deberíamos rezar todos pidiendo esperanza. En gran medida, la pasión y muerte de Jesús es una parábola de la existencia sufriente y atormentada que padecen muchos seres humanos en nuestro propio mundo. En sus cuerpos y en sus almas llevan las heridas con que fue herido Jesús: para que seamos conscientes de tanto sufrimiento y busquemos con esperanza medios eficaces para aliviarlos.  
 
Contemplatio:
Nuestra primera lectura de hoy es uno de los cuatro cantos del “Siervo Sufriente” del libro de Isaías. La liturgia católica los incluye en las misas de los próximos días. Aunque asistas a misa regularmente, lee estos himnos, ya que te podrán ayudar a prepararte para estas solemnidades: Isaías 42:1-7; 49:1-7; 50:4-9;  y 52:13 – 53:12.
 
Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón,
Sacerdote católico,
Arquidiócesis de Madrid, España
 

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