Otras lecturas: Job 7:1-4, 6-7; Salmo 147:1-2, 3-4, 5-6; 1 Corintios 9:16-19, 22-23
Lectio:
Como ya señalé la semana pasada, el comienzo del evangelio de Marcos es una especie de borrador, no sólo de “un día en la vida de Jesús”, tal como lo describen numerosos autores, sino como un avance de todo su ministerio. En estos esbozos iniciales, Marcos insiste en la autoridad de Jesús como predicador oi intérprete de la Escritura: la gente notó desde el primer momento que había una diferencia notable con los doctores de la Ley. Y su autoridad no se limitaba a la palabra, sino que se manifestaba en obras: podía expulsar demonios y curar enfermedades. Los términos usados por Marcos para describir la reacción de la gente van del asombro al espanto. Estos dos domingos nos ofrecerán algunos ejemplos del ministerio de Jesús “con autoridad” sobre demonios y enfermedades. Por desgracia, tal como dije, nos perderemos sus signos de autoridad sobre el pecado y la interpretación opresiva realizada por los escribas. Repito mi recomendación: lee Marcos desde 2:1 hasta 3:6 para tener una visión global antes de que empecemos la Cuaresma.
Vayamos a nuestros y fijémonos en diversas dimensiones del ministerio de Jesús. Surgido del contexto común del Antiguo Testamento, válido también para el tiempo de Jesús, el fragmento de Job representa el desconcierto de los humanos frente a la enfermedad, el dolor, el sufrimiento en su sentido más amplio: en particular, la vieja mentalidad que consideraba el sufrimiento como consecuencia del pecado. El discurso de Job a lo largo de todo el libro refleja los sentimientos del hombre que no puede entender su dolor sin una razón: si hubiera cometido un pecado, tendría al menos una explicación para su desesperanza. Quienes acuden a Jesús no comparten esos sentimientos, pero buscan alivio a su dolor, supuestamente consecuencia de sus transgresiones. Con todo, respetan en Sábado, y sólo al caer el sol se acercan a él.
Cambia el contexto y nos muestra que el mensaje salvífico de Jesús no se limita a los espacios sacros: de la sinagoga va a casa de Simón, un entorno doméstico y cotidiano. Un simple versículo, de manera del todo inesperada, nos ofrece una serie de pistas para interpretar la autoridad salvífica de Jesús y la manera en que la ejerce: “Se acercó [a la suegra de Simón], y tomándola de la mano la levantó; al momento se le quitó la fiebre y comenzó a atenderlos” (1:31). Aunque la expresión es de Mateo (1:23), también para Marcos Jesús es sin duda Emanuel, “Dios con nosotros”: se acerca a una anciana, la toca y la ayuda a incorporarse (un gesto inconcebible en un rabino) mostrando así que comparte su sufrimiento y desamparo, y hace que recobre su papel de “señora de la casa” porque su curación es real y efectiva. Pero la actividad de Jesús no se limita tampoco al ámbito doméstico, sino que llega a las calles y, por último, a las aldeas próximas de Galilea, porque a eso había venido: “andaba por toda Galilea, anunciando el mensaje en las sinagogas de cada lugar y expulsando a los demonios” (1:39).
Un último elemento a considerar. En el centro del relato hallamos un rasgo “íntimo” de la personalidad de Jesús: la oración. “De madrugada… se levantó y salió de la ciudad para ir a orar a un lugar solitario” (1:35). Hace eso mismo en varias ocasiones, no sólo en circunstancias especiales como antes del prendimiento en Getsemaní (Marcos 14:34-42 y paralelos), o tras la multiplicación del pan (Marcos 6:46), sino también como una actividad sin relación con ningún acontecimiento particular (Lucas 5:16, 9:19).
De manera sutil, la terminación del pasaje nos ofrece una tentación insidiosa. No se trata del poder y la gloria que le había ofrecido Satán, una tentación fácil de detectar y rechazar. En este caso, el atractivo es más tentador y asequible, y viene disfrazado de humildad: “Quédate aquí como rabino de la comunidad de Cafarnaúm, no te comprometas con planes y designios grandiosos” (Salmo 131). A primera vista, es la modestia con un razonable grado de satisfacción: quedarse en Cafarnaúm como Mesías local, cuyo mensaje salvífico universal puede domesticarse fácilmente. Ni problemas con las autoridades religiosas o políticas, ni persecución, ni pasión ni muerte… Renunciar a los planes de Dios: así de sencillo.
Meditatio:
Después de una Lectio tan larga, bastarán unas pocas preguntas para nuestra Meditatio. El Evangelio nos ofrece unas síntesis del ministerio de Jesús y, al tiempo, de nuestra vocación a seguir sus pasos. En el texto de Pablo podemos ver un ejemplo y un modelo para nuestra propia respuesta. Al igual que Jesús compartía los sentimientos, el dolor y la situación de las gentes que se le acercaban, y les comunicaba su salvación, también Pablo se hizo “esclavo, débil, igual a todos” para transmitirles el Evangelio. En nuestro caso, ¿hasta qué punto estamos cerca o lejos de quienes nos rodean para proclamar y hacerles partícipes de nuestra fe? ¿En qué medida compartimos las debilidades, esperanzas y tristezas, gozos y penas de quienes viven a nuestro lado? ¿Con cuánta frecuencia ponemos límites a nuestro testimonio con la excusa del respeto a las conciencias ajenas para no vernos comprometidos en la proclamación de un mensaje que puede resultar molesto o inquietante?
Oratio:
Reza para que, así como imitamos la actitud de Jesús en la oración retirada y silenciosa, imitemos también su empeño en transmitir la fuerza salvadora de Dios a quienes sufren en cualquier ámbito de sus vidas.
Reza por los ancianos, los postrados en cama, quienes viven en el olvido o la marginación, los sometidos a los demonios de la culpa o la desesperanza: para que experimenten la ayuda salvífica y la liberación que sólo Jesús les puede dar.
Contemplatio:
Como Jesús, también nosotros sentimos la tentación de confinar nuestra fe cristiana dentro de los límites de nuestra parroquia, comunidad o ámbito local. ¿No podríamos buscar otros espacios y otros horizontes? ¿Te has planteado la posibilidad de cooperar con algún organismo que sirva o trabaje en favor de los inmigrantes, las misiones, el ecumenismo, los cristianos perseguidos o los grupos marginales de nuestra sociedad?
Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón,
Sacerdote católico,
Arquidiócesis de Madrid, España