Lectio Divina 2015-01-11: «Tú eres mi Hijo amado»

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 1, 7-11
 
En aquel tiempo proclamaba Juan:
 
— Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero el os bautiza con Espíritu Santo.
 
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo:
 
–Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto.
 
Palabra del Señor
 
 

Lectio:

            Como puedes ver, la liturgia de hoy nos ofrece un doble conjunto de lecturas, siendo el evangelio de Marcos el único texto común. Obviamente, los materiales son sumamente ricos y pueden hacer que nos sintamos perdidos a la hora de escogerlos para nuestra Lectio. Puede que mi manera de abordarlos pueda considerarse demasiado “simbólica”, pero está claro que hay imágenes que pueden aplicarse tanto al bautismo y al ministerio de Jesús, como también a nosotros que participamos de su bautismo salvador.

            Cerrábamos el ciclo de Adviento/Navidad con la celebración de la Epifanía, la manifestación de la salvación del Dios encarnado en Jesús y hecha visible ante “las naciones” representadas por los Magos. Y comenzamos el Tiempo Ordinario con una segunda Epifanía: Jesús es bautizado y es confirmado por Dios como el “Hijo amado”, el “elegido” en medio de Israel. Desde ahora debemos tener muy presente la importancia que pondrá Marcos en la comunión de Jesús con la humanidad: aunque es irreprensible y no necesita someterse a un bautismo de conversión “para que Dios le perdonara los pecados”, Jesús se suma a quienes se confiesan pecadores  y manifiesta su total aceptación de nuestra frágil condición cargando sobre sus hombros con el peso del pecado.

            Para Marcos (y este es otro concepto que debemos recordar), la conciencia que tiene Jesús de su condición de Mesías es un hecho que irá desvelando paso a paso en presencia de sus discípulos, el pueblo y las autoridades. En un número de ocasiones les mandará a los discípulos que no hablen de esa condición abiertamente, ya que la manera en que él es Mesías no concuerda con las expectativas populares. No obstante, los lectores del evangelio de Marcos saben desde el comienzo mismo que Jesús no es un simple predicador o hacedor de milagros, sino el enviado por Dios y declarado “Hijo amado” por la voz del Espíritu. El mensaje básico, “Jesús es verdadero hombre y verdadero Hijo de Dios”, desarrollado más tarde en la teología cristiana, está claro, sin la menor partícula de ambigüedad o malentendido en torno a esta doble dimensión.

            Las lecturas de Isaías, Hechos y 1 Juan nos proporcionan imágenes y conceptos que anticipan el retrato de Jesús, hombre e Hijo de Dios, que el Evangelio irá trazando a lo largo del año litúrgico. Como de costumbre, ya lo tenemos bien sabido, la paradoja será nuestra compañera de viaje inseparable. Comencemos con el texto de Isaías 44: ¿No podemos reconocer en el hombre Jesús que vemos en la escena del bautismo al “Siervo”, humilde y callado, sin gritos ni violencia, al “Cordero  de Dios redentor? ¿No anunciará más tarde, en la sinagoga de Nazaret, que su misión es traer luz a los que viven en tinieblas y a libertar a los prisioneros? O con Isaías 55: ¿No podemos ver que sus caminos, no los nuestros, son los que reflejan los caminos de Dios, y que sus pensamientos, no los nuestros, son los mismos de Dios (Ver Marcos 8:31-33)? O con Hechos 10: ¿No vemos que, tal como le describe Pedro, Jesús pasó su vida “haciendo bien y sanando a todos los que sufrían bajo el poder del diablo”? O con 1 Juan: ¿No podemos descubrir al Espíritu que dio testimonio de que Dios estaba con el como padre suyo? Puedes seguir por tu cuenta y ver lo que se oculta en las imágenes del agua y en la acción vivificante y fecunda de la palabra de Dios; en el llamamiento a participar en el don de Dios, el verdadero pan entregado generosamente a cuantos creen y confían en él.      

 

Meditatio:

            Hay una diferencia radical entre “el bautismo de conversión” con agua proclamado por Juan y el bautismo “con el Espíritu Santo” de Jesús. Desde el comienzo mismo, la primera comunidad cristiana comprendió que el bautismo (junto con la “fracción del pan”) era su rito de identidad más significativo. Pablo entendió su novedad y se opuso con denuedo a quienes se aferraban a la vieja práctica judía de la circuncisión. No se trataba de una mera cuestión de ritos, sino de entender que bautizarse en el nombre del Señor implicaba tomar parte en su propia muerte y resurrección. Marcos (10:35-45) anuncia esa teología del bautismo en el pasaje de los ambiciosos hijos de Zebedeo: “¿Pueden beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?”. La primera comunidad sabía muy bien que, en tiempos de persecución, ser bautizado significaba no sólo incorporarse al grupo de creyentes y participar simbólicamente en la muerte de Jesús, sino jugarse literalmente la propia vida. Acostumbrados como estamos a un bautismo que la mayor parte de nosotros recibimos en la infancia, nos cuesta trabajo captar la gravedad de una decisión religiosa que entrañaba consecuencias sociopolíticas sumamente peligrosas. Pensemos hoy en nuestro propio bautismo. Sólo un par de preguntas: ¿Responderíamos “Sí” sin vacilaciones a la pregunta que les hizo Jesús a Santiago y Juan? Vuelve a leer todo el pasaje (Marcos 10:32-45) para entender lo que implicaría esa respuesta afirmativa. ¿Aceptaríamos las condiciones que les pone Jesús a quienes quieran seguirle: aquello de “negarse sí mismos y tomar la cruz” (Marcos 8:34-38)?

 

Oratio:

            Reza por quienes fueron bautizados en la infancia: para que hagan suyas las promesas pronunciadas por sus padres y padrinos y renueven su deseo de seguir a Jesús como su Salvador y Señor.

            Reza por los padres y padrinos de los niños que van a ser bautizados en la actualidad: para que asuman su responsabilidad en el crecimiento cristiano de esos niños y sean verdaderos ejemplos de fe y guías en el seguimiento de Jesús. 

            Reza por los adultos que se preparan para recibir el bautismo: para que puedan vencer sus temores y acepten gozosos el don de compartir la muerte y la resurrección de Jesús y convertirse en miembros de su Cuerpo.

 

Contemplatio:

            Comenzamos ahora un nuevo tiempo litúrgico que nos conducirá hasta las celebraciones de Pascua. Vuelve a leer Romanos 6:1-11 y márcate una meta para que en este periodo puedas profundizar en lo que significa seguir a Jesús para poder renovar conscientemente tus promesas bautismales la Vigilia Pascual.

 

Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón,

Sacerdote católico,

Arquidiócesis de Madrid, España


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