Otras lecturas: Isaías 45:1, 4-5; Salmo 96:1, 3, 4-5, 7-8, 9-10; 1 Tesalonicenses 1:1-5
[h1] Lectio:
Como escribía hace unas semanas, los últimos capítulos de Mateo presentan una atmósfera cada vez más agobiante. Jesús se ha atrevido a acusar a las autoridades religiosas de ser infieles a la auténtica fe y ha puesto de manifiesto su hipocresía. No sólo eso, ha anunciado que tienen los días contados. La reacción es comprensible: tienen que pararle los pies por cualquier medio que encuentren. Cepo, trampa, argucia podrían ser las palabras para describir el ambiente que percibimos cuando leemos algunas de las “pruebas” a las que se ve sometido Jesús. Los fariseos le preguntan sobre los impuestos que hay que pagar a los romanos o sobre el mandamiento fundamental de la Ley; los saduceos reclaman su opinión sobre la resurrección de los muertos; los herodianos también se unen al coro… Pero en todos estos casos, ninguno de los que hacen preguntas o plantean dilemas religiosos tiene el menor deseo de llegar a una doctrina o a una verdad sólidas. Todo lo que buscan es un fallo, un error, algo que poder aducir como razón para denunciar a Jesús ante las autoridades (romanas o judías, civiles o religiosas, ¡poco importa!) En torno a Jesús va tejiéndose una red de insidias.
En el pasaje de hoy (lo hemos leído tantas veces, que es ocioso recordar la historia), el dilema planteado tiene por objeto hacer que Jesús afirme que es lícito pagar impuestos al césar, y en ese caso el pueblo le considerará “colaboracionista” con el opresor; o lograr que condene los impuestos, y entonces los romanos le declararán subversivo y peligroso. En cualquier caso, está perdido. La pregunta podría parecer una mera cuestión legal, pero en el contexto judío, se trataba de un grave problema moral y religioso. Con todo, el sentido de la historia que narra Mateo es que Jesús desenmascara la hipocresía escondida tras toda la consulta “ética”: quienes parecen tan preocupados por tales problemas legales y morales ya han “superado” sus supuestos escrúpulos: no les resulta difícil sacar de sus bolsas un denario. Los puros e intachables ¡llevan encima dinero romano impuro incluso en el espacio sagrado del Templo!
La respuesta de Jesús, aguda e ingeniosa, parece disipar las dudas entre las alternativas opuestas, pero crea un problema nuevo. Debo confesar que esa claridad, supuestamente radiante, me deja en buena medida deslumbrado, en especial cuando trato de aplicarla a situaciones prácticas. El fundamento último es que, por encima de todas las consideraciones legales, a Dios le pertenece todo. Pero en cuanto a la autoridad del césar o de quienquiera que gobierne, ¿qué le debemos dar o “devolver”? ¿Qué parte de nuestros ingresos o pertenencias? ¿Y si, en un momento dado, la autoridad es Hitler, o Stalin? La respuesta de Jesús es en realidad el punto de partida para un número de preguntas nuevas. Añadamos algo que complica aún más las cosas en la liturgia de hoy: en la lectura de Isaías hallamos uno de los textos más chocantes respecto a los planes de Dios y su manera de realizarlos en la historia. Las palabras usadas por Dios dirigiéndose a Ciro, un rey pagano, son difíciles de entender: ni siquiera conoce al Dios de Israel (45:4-5), ¡pero en el verso 1 se le llama “ungido” (mesías y cristo en los textos hebreo y griego)! Esto debería obligarnos a repensar nuestra relación con la autoridad. Y también volver la mirada a la historia de salvación y ver que los planes de Dios son totalmente imprevisibles: un rey pagano cumple los designios de Dios… y el verdadero Mesías nace en un establo y es ejecutado en una cruz. Pero todo esto nos llevaría al ámbito de la Meditatio.
[h2] Meditatio:
Como acabo de decir, creo que las últimas líneas de la Lectio nos proporcionan suficiente material para nuestra Meditatio, por lo que me limitaré a subrayar algo que podríamos pasar por alto o ignorar. Los fariseos que acuden a Jesús y le preguntan no buscan respuesta a un problema real, sino que tratan de hallar algo totalmente distinto: la manera de atraparlo y condenarlo. Su actitud, si la analizamos objetivamente, puede resultar muy significativa, ya que podría reflejar cómo nos planteamos ciertos problemas morales espinosos. Como católico, a veces tengo la impresión de que cuando abordamos ciertos temas (en muchos casos, referentes al sexo: divorcio, homosexualidad, etc.) tampoco nosotros estamos buscando una respuesta que nos ayude a afrontar las exigencias del Evangelio de la manera más fiel, sino que ya tenemos la contestación o hemos adoptado una postura previas, y tan sólo esperamos que la “autoridad” confirme nuestra propia opinión personal. O, todavía peor, tratamos de apoyarnos en el criterio de otros para evitar plantearnos el problema por nosotros mismos. Disculpa unas palabras tan atrevidas y permíteme una pregunta muy directa: ¿soy muy cáustico, o reflejo en cierta medida nuestra propia actitud farisaica?
[h3] Oratio:
Recemos por nosotros y por nuestra falta de sinceridad al abordar temas morales: para que venzamos la tentación de eludir los problemas reales, contrastarlos con el evangelio y hallar una respuesta que refleje la actitud de Jesús.
Reza por quienes se sienten divididos y a veces desgarrados en su interior por problemas morales para los que no encuentran respuesta: para que descubran una salida conforme al Evangelio y recobren la paz y la reconciliación en Jesús.
[h4] Contemplatio:
Sé que, a primera vista, estoy conduciendo el tema de este domingo por caminos que no son los habituales, pero me atrevo a invitarte a que leas de nuevo Juan 8:1-11. Puede que encuentres más conexiones entre ese texto y el evangelio de hoy de las que podrías esperar.
Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón,
Sacerdote católico,
Arquidiócesis de Madrid, España