[or] Otras lecturas: Ezequiel 18:25-28; Salmo 25:4-5, 8-9, 10, 14; Filipenses 2:1-5
[h1] Lectio:
Ya estamos acostumbrados a los largos “huecos” que impone el Leccionario a la lectura “continua” de Mateo. En el caso de hoy, el vacío que hay que salvar no sólo es largo, sino que está lleno de connotaciones que nos proporcionarían el contexto, en verdad importante, en que encuadrar la parábola de “Los dos hijos”. Desde el fragmento del domingo pasado, (Mateo 20:1-16), han sucedido muchas cosas: entre otras, el tercer anuncio de la pasión y muerte de Jesús; su entrada en Jerusalén, la purificación del templo… pero en especial hay que señalar el clima de hostilidad en sus relaciones con los dirigentes religiosos judíos. En el texto que precede inmediatamente a nuestro pasaje, los jefes de los sacerdotes han cuestionado la autoridad con que actúa Jesús. Después de la discusión, Jesús les propone una parábola.
La imagen de dos hermanos contrapuestos nos resulta familiar: desde el comienzo de la historia bíblica, con Caín y Abel, Isaac e Ismael, Esaú y Jacob… hallamos un número de parejas semejantes, unas veces reales y otras alegóricas, que representan algo más hondo que meras “historias”, ya que nos traen a la memoria la dualidad innata de nuestra condición humana. Esa dualidad, en otro sentido, es uno de los rasgos que define a los fariseos, sacerdotes y maestros de la Ley, que dividen a los humanos dos categorías. Primero, los que están de su lado: quienes observan la Ley, fieles a la Alianza y cumplidores de todos y cada uno de los mandatos y preceptos… Y luego, quienes pertenecen al resto del pueblo, incapaces de cumplir con todas las exigencias de la Ley, o por su ignorancia o porque son pecadores, siendo las prostitutas y los recaudadores de impuestos, que colaboran con el invasor romano, quienes ocupan el puesto más bajo y despreciable de todos.
Los dos hermanos de la parábola son, pues, símbolos de las distintas actitudes que podemos adoptar frente al llamamiento a la conversión, la aceptación del Reino y el cambio de manera de vivir. Por una parte, un mundo de fe verbal, que se apoya en declaraciones, credos, definiciones y dogmas; de otra, un mundo de hechos que se apoya en realidades, en cosas que se pueden contar, ver y tocar, aunque no haya una profesión explícita de fe. Sin duda, ninguno de esos dos mundos excluye al otro: podríamos decir al mismo tiempo “Sí” y llevar a cabo la tarea encomendada. Pero, de todos modos, las parábolas tienen que exagerar los rasgos para que sean visibles y comprensibles. En cualquier caso, la “moraleja” nos recuerda otras palabras de Jesús: “No todos lo que me dicen: ‘Señor, Señor’, entrarán en el reino de los cielos, sino solamente los que hacen la voluntad de mi Padre celestial” (Mateo 7:21).
Y, algo no demasiado común en el Leccionario: la parábola conecta con las otras dos lecturas de la liturgia. Ezequiel subraya lo importante que es superar los nombres y adjetivos: “justo” y “malvado” no significan nada si su contenido no va ratificado por la actitud y las acciones de los así llamados. Y en cuanto a la manera en que ha de comportarse un verdadero hijo, Pablo exhorta a sus lectores a vivir según el himno cristológico de Filipenses, que nos ofrece el modelo que cualquier cristiano debe seguir en su camino de obediencia a la voluntad del Padre.
[h2] Meditatio:
Al leer y meditar pasajes como el del evangelio de hoy, tengo la impresión de que la discusión no es precisamente entre Jesús y sus oponentes, sino que en realidad es un reto que nos plantea el evangelio a nosotros. Las palabras amenazadoras que pronuncia Jesús, “Los recaudadores y las prostitutas entrarán antes que ustedes en el reino de los cielos” (o, como traducen otros, “en lugar de ustedes”), bien podrían dirigirse a nosotros, por cuanto compartimos la mentalidad de los fariseos: no necesitamos convertirnos o cambiar de actitud, puesto que ya somos los “elegidos” y el reino es propiedad nuestra. ¿No deberíamos, en cambio, confrontar nuestra actitud, nuestra manera de abordar el Evangelio, con esas palabras tan duras? ¿No deberíamos re-examinar con más frecuencia nuestras convicciones respecto a estar “en camino” hacia el Reino, en vez de dar por supuesto que “ya estamos dentro”? ¿Implica nuestra obediencia al Padre algo tan serio como lo que leemos en Hebreos (5:7-10) sobre lo que sufrió Jesús al aceptar los designios del Padre?
[h3] Oratio:
Oremos por quienes en ocasiones creemos que ya estamos salvados y somos superiores a los “recaudadores y prostitutas” de nuestro tiempo: para que reconozcamos humildemente nuestra necesidad de arrepentimiento y de transformación de nuestra vida para adaptarla al estilo del Evangelio.
Reza por los marginados de nuestra época, quienes viven “oficialmente” en pecado: para que escuchen el llamamiento a la conversión de parte de Jesús, descubran lo que eso significa y, con la ayuda de otros cristianos, puedan responder en obediencia a la voluntad del Padre.
[h4] Contemplatio:
Podemos encontrar una llamada personal, íntima, a la obediencia en las palabras de Jesús a sus discípulos durante la Última Cena. Más que mandatos, son una invitación a compartir su propia intimidad con el Padre. Lee Juan 15:1-17 y busca una frase sencilla que resuma tus sentimientos. Puede ser tu “slogan” a lo largo de la semana.
Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón,
Sacerdote católico,
Arquidiócesis de Madrid, España