or] Otras lecturas: Ezequiel 33:7-9; Salmo 95:1-2, 6-7, 8-9; Romanos 13:8-10
[h1] Lectio:
Una vez más nos encontramos con un largo vacío entre el Evangelio del domingo pasado y que leemos hoy: faltan el capítulo 17 de Mateo y los primeros catorce versos del 18. Así que nos hemos perdido secciones importantes: no sólo la Transfiguración, sino también la sanación de un endemoniado, el segundo anuncio de la pasión de Jesús, y un número de consejos prácticos.
Una vez más también, el contexto es vital para entender las directrices que propone Jesús a los discípulos para organizar la vida de comunidad y resolver los problemas que surgen, inevitablemente, en el curso normal de los acontecimientos. Justo antes del pasaje de hoy, podemos leer la parábola de “la oveja perdida”, en la que Jesús pones de relieve la importancia de “los pequeños”, que podrían ser los niños, o cualquier otro miembro de menor importancia de la comunidad. Aunque también ellos pueden descarriarse, merecen atención, cuidado y acogida, e incluso dejar solo al resto del rebaño para recuperarlos. Y justo después del texto de hoy, Mateo presenta otra parábola, la del funcionario que no quería perdonar, en la que se señala la necesidad del perdón mutuo como condición para recibir el perdón y la misericordia de parte del Padre celestial.
Mateo tiende a ser sumamente objetivo respecto al grupo de los primeros seguidores de Jesús. Aunque han sido llamados a ser “perfectos como el Padre que está en el cielo” (Mateo 5:48), bien sabe el evangelista que el pecado siempre estará entre ellos. De aquí las palabras de Jesús en torno al hermano que peca o comete faltas. Podemos entender que las dos parábolas se refieren fundamentalmente a sus seguidores, quienes pertenecen al grupo de los creyentes, los elegidos, que también han de escuchar el mensaje de arrepentimiento y perdón. Los pasos que hay que dar no son la crítica, la murmuración o el rechazo silencioso, sino el diálogo y el entendimiento, a fin de “ganarse” al hermano que ha extraviado el camino. Pero, una vez más, el realismo impone sus reglas: hemos de aceptar la posibilidad de la testarudez o la obstinación. En ese caso, en el proceso habrá que recurrir a dos testigos o incluso a toda la iglesia. Y todo esto puede llevar, desgraciadamente, a medidas de aislamiento o exclusión del miembro “enfermo” del cuerpo cristiano, y sabemos muy bien lo que eso significó a lo largo de los siglos de nuestra historia cristiana. Con todo, de manera tortuosa, eso también puede conducir a otra dimensión positiva: la de la responsabilidad común de la Iglesia, llamada y unida en Cristo, y la de considerar al miembro perdido como si fuera un pagano o un recaudador, precisamente una de aquellas ovejas perdidas que Jesús vino a buscar y ofrecer esperanza, perdón y salvación. Y a un descubrimiento más hondo: la importancia de una comunidad de creyentes cuya oración común se ve recompensada con el don de la presencia de Jesús entre ellos y de la certeza de que sus decisiones, tomadas en su nombre, poseen la autoridad que de él procede.
[h2] Meditatio:
Mientras leía el texto de Ezequiel me vinieron a la memoria las palabras de John Donne: “Los hombres no son islas enteramente solas… la muerte de cualquier hombre es menoscabo mío, porque formo parte de la humanidad”. El profeta subraya nuestra responsabilidad respecto a los pecados de los “malvados” y nuestra obligación de disuadirles de sus caminos errados. Podríamos llamar a esto “solidaridad en la salvación”, y en cierto modo anticiparía el mensaje que leemos en el Evangelio: todos formamos parte de la humanidad y estamos implicados, para bien o para mal, en su destino. Pero estamos comprometidos de manera especial quienes vamos “en la misma barca”, en la larga y difícil travesía de seguir a Jesús. Compartir el espíritu del Evangelio cuando logramos vivir según la enseñanza de Jesús, y compartir también los fallos y limitaciones en esa misma empresa, puede ser un signo de pertenecer a la Iglesia universal. ¿Nos alegramos o entristecemos en esos casos opuestos, o pensamos que podemos vivir nuestra fe como si fuéramos navegantes solitarios y no miembros de una misma tripulación? ¿Tratamos de ayudar a quienes fallan en nuestro entorno, permanecemos indiferentes ante los fracasos o, todavía peor, nos limitamos a criticar o murmurar? ¿Somos lo suficientemente humildes como para aceptar la crítica o el consejo de los demás? ¿Somos capaces de unirnos en la oración por quien está pasando un mal momento?
[h3] Oratio:
Reza por los considerados ovejas perdidas: para que puedan hallar palabras de aliento y ayuda para volverse a Jesús, aceptar su palabra y responder en fidelidad a la llamada del Buen Pastor.
Pide capacidad para aceptar humildemente de los demás los comentarios y críticas que tus fallos, errores y limitaciones puedan merecer; y da gracias por la luz que esas palabras puedan arrojar sobre tu vida para enmendar tus caminos.
[h4] Contemplatio:
El próximo domingo celebraremos la Exaltación de la Santa Cruz, y por lo tanto nos perderemos el siguiente pasaje de Mateo (18:21-35) correspondiente al Domingo 24 del Tiempo Ordinario. La parábola del funcionario que se negaba a perdonar añade matices muy serios a las lecturas de hoy. Vuelve a leerla y trata de comprender el mensaje de Jesús en torno al perdón mutuo, “de corazón”, como condición para recibir el perdón de Dios Padre. Piensa en alguien a quien debas perdonar o a quien debas pedir perdón. Da algún paso, aunque te parezca humilde, para seguir el consejo de Jesús.
Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón,
Sacerdote católico,
Arquidiócesis de Madrid, España