Del Evangelio según san Mateo (17, 1-9) (Mc 9,2-13; Lc 9,28-36)
Seis días después, Jesús tomó aparte a Pedro y a los hermanos Santiago y Juan y los llevó a un monte alto. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Su rostro resplandeció como el sol y su ropa se volvió blanca como la luz. En esto, los discípulos vieron a Moisés y Elías conversando con él. Pedro dijo a Jesús: — ¡Señor, qué bien estamos aquí! Si quieres, haré aquí tres cabañas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Aún estaba hablando Pedro, cuando quedaron envueltos en una nube luminosa de donde procedía una voz que decía: — Este es mi Hijo amado, en quien me complazco. Escuchadlo. Al oír esto, los discípulos se postraron rostro en tierra, sobrecogidos de miedo. Pero Jesús, acercándose a ellos, los tocó y les dijo: — Levantaos, no tengáis miedo. Ellos alzaron los ojos, y ya no vieron a nadie más que a Jesús. 9 Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: – No contéis esta visión a nadie hasta que el Hijo del hombre haya resucitado.
[or] Otras lecturas: Génesis 12:1-4; Salmo 33:4-5, 18-19; 20, 22; 2 Timoteo 1:8-10
[h1] Lectio:
“Seis días después”… Aunque el leccionario ha omitido estas tres palabras, el pasaje del evangelio comienza c esa curiosa referencia. “Seis días”, ¿después de qué? Si volvemos la mirada a la sección anterior del evangelio de Mateo, el capítulo 16 es una serie de dichos contrastados. Jesús les pregunta a los discípulos qué piensa de él la gente (16:13-14). Después de oír algunas opiniones diversas, les plantea la misma pregunta a los discípulos, pero en este caso quiere saber lo que ellos personalmente creen. La solemne declaración de Pedro, “”Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios viviente” recibe la aprobación y la “recompensa” de una bendición y una promesa especiales de parte de Jesús (16:15-20). A continuación, Jesús anuncia qué clase de Mesías va a ser y cómo le entregarán a las autoridades religiosas de Israel, sufrirá una muerte ignominiosa y resucitará al tercer día. Sus palabras impresionan a Pedro y a los demás discípulos, que no pueden aceptar la idea de su sufrimiento; ni parecen entender las condiciones para ser discípulos de Jesús: “Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame” (16:24-28).
Eso es precisamente lo que sucedió “seis días antes” del evangelio de hoy. Jesús es muy consciente de que no puede esperar que los discípulos acepten fácilmente la amarga contradicción de su muerte: “¿A qué clase de Mesías andamos siguiendo? ¿Con qué futuro nos vamos a encontrar?” La verdad es que no parecen haber entendido o siquiera escuchado la última frase de Jesús (“al tercer día resucitará”). También es verdad que no habían oído la voz del cielo cuando se bautizó: “Este es mi Hijo amado…” (Mateo 3:17). Es obvio que el temor, el desánimo y las dudas debieron de ser los sentimientos que les hacen sospechar que han tomado el camino equivocado, que están siguiendo a un predicador y profeta con éxito (al menos, a primera vista), pero cuyo proyecto está condenado al fracaso y la muerte.
Es este, pues, el momento más oportuno para llevarse aparte a los discípulos más íntimos (los tres que escogerá para que estén con él en Getsemaní justo antes de que lo detengan) y ofrecerles un atisbo de la gloria que va a compartir con las dos figuras más importantes de la historia de Israel: Moisés, el hombre elegido para realizar la alianza de Yahveh con su pueblo; y Elías, el mayor de los profetas, arrebatado al cielo y destinado a anunciar la llegada del Mesías. Su presencia, su conversación con Jesús y la “transfiguración” de éste en una imagen deslumbrante del Hijo del Hombre, los sobrecogen y confunden. Las palabras que oyen no sólo ratifican su condición de “Hijo amado”, sino que subrayan la actitud que han de adoptar: “¡Escúchenlo!”. Tan profunda y tremenda tuvo que ser su experiencia, que Jesús tiene que “tocarlos” y animarlos para disipar sus temores y confortarlos. Lo que han visto y oído no es más que un destello de la gloria que Jesús compartirá con los grandes del pasado y un anticipo del proyecto al se les invita a sumarse.
La liturgia también nos invita a nosotros a fijar los ojos en la celebración de la Pascua, que es la culminación de este periodo cuaresmal: según las palabras de Pablo en 2 Timoteo, el texto de hoy, estamos llamados, “con las fuerzas que Dios nos da, a aceptar nuestra parte en los sufrimientos que vienen por causa del evangelio” (1:8); o, como dirá más adelante, “si sufrimos con valor, tendremos parte en su reino” (2:12).
[h2] Meditatio:
Al leer el evangelio de hoy, podemos centrar nuestra atención en la transfiguración de Jesús y considerar que el objetivo del evangelista es animar a una comunidad cristiana que sufre una típica crisis de falta de esperanza y entusiasmo en su seguimiento de Cristo. Sería un enfoque legítimo: fijar la mirada en el Cristo glorificado podría ayudarles a los discípulos, a la primera comunidad y a nosotros mismos. Pero podríamos mirar mucho más lejos y ver que también nosotros podemos ser “transfigurados” a imagen del Señor, que estamos llamados a compartir su propia gloria. En el Nuevo Testamento sólo en otras dos ocasiones encontramos el verbo “transfigurar” aplicado a los cristianos. En ambos casos es Pablo quien habla del proceso por el cual son trasformados los fieles. En Romanos 12:2, se invita a los cristianos a considerar sus propios cuerpos como sacrificios espirituales a Dios: están llamados a abandonar el estilo del mundo y a transformarse por la renovación de su manera de vivir y de pensar… Y en el pasaje resuena la voz de Jesús proclamando el Reino: “metanoeîte”, conviértanse, transformen su mentalidad… En 2 Corintios 3:7-18, Pablo compara a los hebreos, que miraban la cara de Moisés resplandeciente por la gloria de Dios, con nosotros los cristianos, que contemplamos el rostro de Jesús y “nos transformamos en su imagen misma”. Al cabo, se trata del mismo proceso de “conversión”, no sólo de nuestros caminos mundanos y pecadores a la vida de la gracia, sino de una condición puramente humana a compartir la vida divina del Señor. Como otras veces, esta semana, una sencilla pregunta sobre nuestra respuesta a la llamada de Jesús: ¿dirigimos nuestra mirada lo suficientemente lejos, más allá de los sufrimientos del evangelio, y fijamos nuestros ojos fieles en el futuro de la vida verdadera en Cristo?
[h3] Oratio:
Reza por quienes se sienten desanimados en el seguimiento fiel de su vocación cristiana: que el Cristo glorificado nos conforte con la esperanza de compartir su propia gloria.
Reza por quienes, como Pedro, querrían quedarse en la paz aislada de la “contemplación”: para que entiendan que hay que vivir y anunciar el Evangelio en el campo de batalla de nuestra existencia cotidiana.
[h4] Contemplatio:
El cuarto domingo de Pascua celebraremos a Jesús como Buen Pastor. Lee con calma y espíritu de oración el Salmo 23, y repite con confianza el verso 4: “Aunque pase por el más oscuro de los valles…” No te tengas reparo en contarle a Jesús los padecimientos que a veces sentimos al tratar de seguirle.
Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón,
Sacerdote católico,
Arquidiócesis de Madrid, España